Un muy buen amigo mío me señalaba después de que se conociera el informe PISA una reflexión que no era suya, pero que compartía: antes, el objetivo de la escuela era educar y enseñar... ahora, el objetivo es que los niños sean felices. Como padre, no puedo estar más de acuerdo: ha bajado la exigencia, se ha desprotegido la autoridad de los profesores y no se han adoptado las medidas necesarias para corregir la estrepitosa caída del nivel de conocimientosque se inicia en 2015 y se precipita al vacío a partir de 2018. Es imposible encontrar justificación alguna para lo que está sucediendo en los últimos años. Explicación sí, claro. Pero la obligación de los gobiernos no puede basarse en la sobrerrepresentación en las pruebas del alumnado recién llegado —de 7,5 millones de habitantes a 8 en los útimos cinco años— ya que se está mandando un mensaje equívoco: con tantos inmigrantes no podemos hacer más.

Es un mensaje conformista y a la vez preocupante, ya que es tanto como decir que se va a perder una generación de alumnos porque la llegada de inmigrantes va a impedir que salgan con la preparación mínima adecuada. Los resultados del informe PISA no pueden ser más preocupantes y han posicionado a Catalunya a la cola de España y de la OCDE. Así, se han registrado los peores ránquings de los últimos 17 años en comprensión lectora, matemáticas y ciencias. En el año 2015, en comprensión lectora la puntuación era de 500, liderando España y Catalunya; hoy, estamos en la cola, por debajo de 460. En matemáticas, pasaba lo mismo en 2018 y hoy también estamos en los puestos más bajos. En ciencias se repite la misma película y de situarnos por encima de la media de la OCDE y de España, en Catalunya estamos claramente entre los últimos.

Ha llegado el momento de que los colegios sean espacios donde se enseña, se enseña y se enseña. Donde se va a aprender y no a pasar el día

Ha habido un déficit de recursos económicos, ciertamente consecuencia, en parte, de un sistema de financiación que no hace otra cosa que perjudicar a Catalunya. Pero sería esconder la cabeza debajo del ala sacudirse de encima la responsabilidad, como si los recursos fueran la única causa. La obligación de los gobiernos es detectar antes que nadie las tendencias, poner la inversión suficiente para reconducirlas, como es el caso, y adoptar las medidas necesarias. En última instancia, la que está infrafinanciada es Catalunya, pero después son los gobiernos los que establecen las prioridades. Que se acabe destinando una partida a carreteras en vez de a profesores, escuelas u hospitales es una decisión política.

A lo mejor ha llegado el momento de mirar de cara al problema y tener la valentía de reconocer que hay que hacer las cosas de otra manera. Radicalmente de otra manera. Que los colegios sean espacios donde se enseña, se enseña y se enseña. Donde se va a aprender y no a pasar el día. Donde, sí, la exigencia, la disciplina y la autoridad son la columna vertebral de la educación. Y donde el profesor acostumbra a ser el que tiene razón y no a la inversa. Y donde los alumnos leen —sí, leen— y escriben. Porque solo hace falta darse una vuelta por las librerías que aún quedan o preguntar a los propietarios que han cerrado qué leen nuestros jóvenes de hoy. 

Y, claro, han venido muchos inmigrantes, pero es que no se van a ir. Y ese ni puede, ni debe, ser el mantra de los próximos años.