Desde que Salvador Illa anunció el pasado día 30 que iba a ser el nuevo candidato del PSC a la presidencia de la Generalitat han transcurrido cinco días. Un tiempo en que el Estado español tiene un ministro de Sanidad a tiempo parcial. Es algo que en condiciones normales sería cuando menos sorprendente pero que dada la situación de pandemia mundial es una gran imprudencia y una intolerable falta de respeto a los ciudadanos. ¿Nos merecemos un ministro más preocupado por su candidatura a la Generalitat que por la salud de los ciudadanos? El hecho de que Salvador Illa esté ya en su papel de candidato interfiere gravemente sus funciones y, además, las medidas que adopta tienen un inevitable sesgo que en condiciones normales no lo sería. O, al menos, no lo sería tanto.

En un estado de apariencia federalista pero de facto cada vez más centralizado la cuestión no es baladí, ya que del ministerio dependen muchas de las decisiones que repercuten sobre las autonomías. Está, por otro lado, el hecho de que la gestión de Illa ha sido fuertemente criticada y el balance de España en la contención de la pandemia es desolador a nivel internacional. Es tal el cúmulo de razones para que Illa deje lo más rápidamente posible el cargo ministerial que este lunes se ha producido una situación ciertamente sorprendente: a la petición de dimisión de las derechas —PP,Vox y Cs— se ha sumado Unidas Podemos, el socio de gobierno de Pedro Sánchez. Se da así la paradoja de un partido que gobierna pidiendo la dimisión de un ministro, algo que es todo menos ejemplarizante, aunque esté lleno de sentido común.

Si el consenso es tan amplio y la situación de Illa tan insostenible, ¿por qué no lo deja y se dedica a tiempo total a su candidatura? Parece obvio que Illa está tratando de rentabilizar la imagen pública del cargo de ministro de Sanidad mientras Pedro Sánchez se lo consiente y mira hacia otro lado. Pero, si faltan tan solo 41 días para las elecciones catalanas ¿tampoco vendrá de uno, no? Pues sí. Porque aunque las elecciones están convocadas para el día 14 de febrero, esta es una fecha que nadie se la acaba de creer. Y la posibilidad de que los comicios salten a mayo o junio no es descartable. Si así fuera, Illa se encontraría en una situación que no desea, si la puede evitar. Irían pasando los meses sin la plataforma de ministro que le otorga el máximo tiempo en televisión y su imagen y grado de conocimiento se iría difuminando.

Es comprensible, mirado desde su punto de vista, pero es muy poco serio y nada edificante. Pero eso con Pedro Sánchez al frente de la maquinaria electoral socialista del 14-F y convertida la Moncloa en el cuartel general del PSOE es una cuestión menor siempre que no sienta una presión que hasta la fecha ha conseguido esquivar.