A medida que pasan las horas, se hace más evidente que la Comisión Europea cerró un mal acuerdo comercial con Donald Trump. Es cierto que se consigue evitar los aranceles del 30% que el presidente estadounidense había amenazado con aplicar a partir del 1 de agosto, pero la presidenta de la CE, Ursula von der Leyen, con la política de evitar un mal mayor, ha dejado desprotegidos sectores clave de la economía europea, como el agroalimentario, el farmacéutico o el del automóvil, y ha comprometido una serie de inversiones en sectores estratégicos, como la compra de energía estadounidense por valor de 75.000 millones de dólares y adquisiciones militares cuyo montante aún se desconoce.
Si bien el primero en sacar tarjeta roja a Bruselas fue el primer ministro francés, el centrista François Bayrou, que tildó el acuerdo de sumisión, otros líderes lo han hecho también con menos contundencia, pero en la misma dirección. Con prudencia, digamos, porque todo el mundo sabe que Trump es un mal adversario si decide utilizar su fuerza militar y económica. Josep Borrell, alto Representante de la Unión Europea y vicepresidente de la Comisión entre 2019 y 2024, siempre necesitado de un exceso de protagonismo y ahora sin el corsé de un cargo oficial, ha señalado que una mala estrategia lleva a un mal resultado y que la Comisión prefirió adular y apaciguar a Trump aceptando comprar más armas y gas, sobre lo que no es competente, y aranceles unilaterales. Por todo ello, Europa, señala, sale geopolíticamente debilitada del pacto cerrado en una hora en un campo de golf.
La UE deberá abrirse a nuevos mercados sabiendo que el cambio no es fácil y que Rusia o China tampoco son la panacea
En el cargo, Borrell hubiera sido más prudente, pero, excepcionalmente, cuesta llevarle la contraria en este caso. Bruselas le ha visto las orejas al lobo y se ha asustado aceptando pasar de aranceles del 10% al 15% y saliendo mejor parada que China, Brasil, México o Canadá, para los que, si el inquilino de la Casa Blanca no cambia su posición, el 1 de agosto entrarán en vigor aranceles de entre el 30% y el 55%. España padecerá de manera importante en el sector del vino, el agroalimentario y el acero. El Govern de Catalunya ha abierto una línea de ayudas a las empresas perjudicadas de un total de 50 millones de euros —a los primeros 27 se podrá acceder a partir de septiembre—, con subvenciones de hasta 90.000 euros para las compañías afectadas.
Por todo ello, es evidente que Trump se ha salido con la suya, y después de prometer nuevos acuerdos comerciales con decenas de países, el alcanzado con la UE es el mejor de todos. Decenas de millones de dólares ingresarán en las finanzas de EE.UU. en concepto de impuestos a la importación con el acuerdo Von der Leyen, y un primer análisis de Capital Economics habla de una caída del 0,5% del PIB europeo. No se verán beneficiados, en cambio, los consumidores norteamericanos, ya que se encarecerán los productos europeos, pero ese tampoco es el objetivo de Trump, que quiere reorientar a un consumo mayoritariamente de productos domésticos a sus casi 350 millones de habitantes.
A la vista de todo ello, es obvio preguntarse si los políticos de Bruselas han estado a la altura o, por el contrario, se han espantado a las primeras de cambio. Es probable que haya bastante de lo segundo, pero para que en el futuro no siga siendo así, la UE deberá abrirse a nuevos mercados, una vez la zona comercial con la que había históricamente mayor sintonía ha actuado con evidente mala fe. Sabiendo que no es fácil el cambio, que las opciones no son tantas y que grandes mercados como Rusia o China no serán tampoco nunca una panacea.