De manera discreta, como es ella, y con la mirada fija en su compromiso de profunda radicalidad democrática, la presidenta del Parlament desde octubre del 2015 hasta la disolución de la Cámara por el artículo 155 de la Constitución tras la proclamación de independencia, ha celebrado su tercer aniversario en prisión. El tiempo pasa tan rápido y los acontecimientos de estos meses son tan relevantes que hechos como este pueden caer fácilmente en el olvido. Carme Forcadell ha pasado su 65 aniversario en la prisión de Mas d’Enric, después de haber celebrado los dos anteriores en la cárcel madrileña de Soto del Real.

Como Forcadell, el resto de presos políticos se encuentran en una situación similar. Agravada, además, con los reiterados escritos de la Fiscalía pidiendo que no se les permita salir a trabajar fuera del centro penitenciario, como vienen haciendo desde que se les concedió el 100.2, que faculta a las juntas de régimen penitenciario a autorizar un trabajo fuera de la prisión. Aunque nada sorprende a estas alturas, vale la pena recordar que el compromiso de Pedro Sánchez con el que fue investido fue abordar el conflicto entre Catalunya y España “superando la judicialización del mismo”. También fue papel mojado y la Fiscalía sigue con una actitud en nada diferente a los tiempos en que el inquilino de la Moncloa era Mariano Rajoy.

Sobre Forcadell cae una condena del Tribunal Supremo de 11 años y medio por sedición y el mismo tiempo de inhabilitación, la más alta después de Junqueras, Turull, Romeva y Dolors Bassa. Todo un atropello jurídico, como quedó manifiestamente claro después de un juicio repleto de irregularidades. Estos días que estamos asistiendo a un pulso, retransmitido en directo, entre la cúpula de la Guardia Civil y el gobierno Sánchez-Iglesias, uno, fácilmente puede acordarse de todas las denuncias que el independentismo ha venido haciendo sobre la fabricación de pruebas y de dossiers incriminatorios por autodenominadas policías patrióticas. 

Muchos de los que ahora se escandalizan, guardaron un vergonzoso silencio. Y siguen consintiendo que Forcadell, por ejemplo, salga 27 horas a la semana para hacer voluntariado y, en cambio, esté 141 horas aislada en la prisión. Toda una vergüenza mientras no pasa semana que un organismo internacional u otro no pida la libertad de alguno de los presos políticos.