Más de 100.000 visitantes, en concreto 101.000 personas, muy cerca del récord prepandemia de 2019 con 109.000 asistentes, procedentes de 205 países, han participado, durante la semana que está a punto de acabarse, de una u otra manera, del Mobile World Congress 2024 que se ha celebrado en Barcelona. La feria de la conectividad más grande del mundo ha encontrado en Barcelona, después de varios ensayos en otras ciudades, el lugar ideal para explosionar como un evento planetario, pese a las polémicas que, mucho más antes que ahora, provocaron su desembarco en 2006. Muy lejos quedan las cifras del GSM World Congress que se celebró en Roma en 1990, con unos centenares de asistentes. Incluso también su primera aventura en la capital catalana, que congregó a unos 40.000 participantes. 

Hoy, por suerte, el MWC no se discute, se ensalza. Y se disfruta. Desde el sector de la restauración y la hostelería, hasta el del taxi, coches de alquiler, ocio nocturno, los empleos temporales y tantos otros se ven beneficiados. El impacto económico en la ciudad puede haber rondado los 500 millones de euros durante estos cuatro días en que ejecutivos de los cinco continentes se han desplazado a Barcelona para conocer los últimos avances tecnológicos. Este año, además, no ha habido ninguna huelga, como en algunas ocasiones anteriores, y la ciudad ha podido ofrecer su mejor versión. Incluso, durante unos días, el importante servicio de seguridad en las zonas más recorridas por los visitantes ha amortiguado la sensación de una ciudad insegura. En resumen, todo ha salido bien y con la permanencia asegurada hasta 2030 se han de sentar las bases para que se alargue muchos años más.

En un país cainita en exceso, ejemplos como el del Mobile World Congress deberían hacer subir la autoestima

En un país cainita en exceso, ejemplos como el del Mobile World Congress deberían hacer subir la autoestima. Algo que, como todos sabemos, no está precisamente en un buen momento en Catalunya. La sensación de que muchos de los problemas hoy son inabarcables y se acaban convirtiendo en crónicos está muy extendida. Los grandes retos -desde la sequía a la educación, por citar dos de ellos- necesitan ser abordados con mayor rapidez y de una manera mucho más profunda. La política tiene que acabar siendo el motor de un país en marcha y no el foro de polémicas estériles, como lo es en demasiadas ocasiones.

La Fira ha acabado siendo el último oasis en un país en el que todo se discute y se está en contra de demasiadas cosas. En parte, así nos va. Como si el progreso se pudiera dejar de lado si queremos una sociedad cada vez más preparada en un país más próspero. El modelo de la Fira de Barcelona ha acabado siendo una historia de éxito porque los políticos y las administraciones han cedido una parte importante del poder a los que realmente saben gestionarlo, sin intromisiones o con las mínimas posibles, en la mayoría de los casos. Ahí radica buena parte del éxito: que una de las organizaciones feriales más grandes de Europa, fundada en 1932, y de una ciudad que no es capital de un estado, y tampoco no siempre tiene el estado al que pertenece a favor, que combina la titularidad pública -un consorcio formado por el Ayuntamiento de Barcelona, la Generalitat de Catalunya y la Cambra de Comerç de Barcelona- con una gestión empresarial autónoma, haya podido trabajar tranquila. Gestionando el presente y pensando el futuro.