Cuando Joe Biden arrebató la presidencia de Estados Unidos a Donald Trump se produjo una lógica atmósfera de tranquilidad en las cancillerías del mundo occidental ya que el republicano se había convertido en un personaje inquietante para la paz mundial. A ello se sumó su actitud a la hora de liderar la lucha por la vacunación contra la covid en EE.UU. y la rápida expansión de la enfermedada, que situó al país norteamericano en muy poco tiempo en cabeza del número de víctimas mortales por millón de habitantes. Ello propulsó la victoria de Biden y, al final, el coronavirus se impuso claramente a la economía, que era la gran baza de Trump para quedarse cuatro años más en la Casa Blanca.

Este 3 de noviembre se ha cumplido un año de aquellas elecciones y el balance de Biden no puede ser más pobre y desolador como se ha podido constatar en la reuniones de este fin de semana en el G-20 o en la cumbre sobre el clima de Glasgow. A punto de cumplir 79 años, parece incapaz de ser el presidente que lidere la respuesta a los principales desafíos globales y su prestigio se pierde en las encuestas que se han publicado coincidiendo con el primer aniversario de su mandato. Allí aparece como el tercer presidente más impopular de la era moderna con el 43% de ciudadanos que le aprueban y el 51% que le suspenden. Solo el propio Trump (39% de aprobación) y Gerald Ford (38%) tuvieron unas tasas más bajas de aprobación en los primeros doce meses desde su elección.

Hay muchos factores que han debilitado a Biden. Desde las incertezas económicas a los repuntes en la expansión de la pandemia pero ninguno ha tenido el efecto devastador de la precipitada salida de las tropas de EE.UU. de Afganistán el pasado mes de agosto. Las clases medias americanas vivieron traumáticamente aquella huida ya que les recordó a muchos de ellos la guerra de Vietnam y aún ahora el presidente norteamericano no ha sido capaz de hilvanar un discurso capaz de romper o reconducir ese sentimiento. El resultado ha sido un liderazgo debilitado que se ha cruzado en el tiempo con un fortalecido Vladimir Putin y con el séptimo presidente de la República Popular China, Xi Jinping, capaces de plantear alianzas estratégicas.

Todo ello no son buenas noticias, sobre todo en un momento en que la descabezada Europa perderá en breve el único referente internacional de peso, la canciller alemana, Angela Merkel, una vez se formalice el acuerdo de los ganadores socialdemócratas con los verdes y los liberales. Estos vacíos dejan a Occidente claramente desarmado ante retos que se van a ir planteando en los próximos años como la subida de los precios energéticos y su inestabilidad creciente -el debate sobre un gran apagón futuro está hoy en día en boca de varios gobiernos europeos- y las alianzas para el comercio global con una cooperación económica claramente favorable para ambos.

En este contexto, Estados Unidos está perdiendo a pasos agigantados su hegemonía y el orden mundial que hemos conocido quien sabe si, a lo mejor, se va alejando de una manera irreversible.