El Parlament de Catalunya ha vivido este viernes una sesión ciertamente frustrante para buena parte de los electores independentistas que el pasado 14 de febrero llenaron las urnas como nunca con su voto hasta alcanzar casi el 52% de los sufragios. El candidato de Esquerra Republicana, Pere Aragonès, como ganador de las elecciones entre los partidos independentistas (33 escaños), no superó su primera investidura, para la que se requería mayoría absoluta. Y tiene casi todos los números de que, en la segunda votación, que se llevará a cabo el martes, nada cambie ya que la distancia con el partido que debería facilitarla, Junts per Catalunya (32 escaños), se antoja sideral después de lo escuchado en la jornada de este viernes. Sí que funcionó, en cambio, el pacto entre ERC y la CUP -con ganas de reforzar su perfil institucional- que sumó 42 escaños, lejos de la mayoría absoluta de 68 escaños.

La sesión de investidura de Aragonès dejó en evidencia que los negociadores de Esquerra y Junts están por ahora muy lejos de poderse presentar el martes en la Cámara catalana con un acuerdo cerrado. Nada lo ejemplariza más que la petición de Albert Batet, el presidente del grupo parlamentario del partido de Carles Puigdemont, a que el candidato de ERC renuncie a la segunda investidura y se concentre en cerrar un acuerdo con ellos en las próximas semanas. Aragonès rehusó esta posibilidad categóricamente, en un cara a cara educado que trataba de evitar los reproches mutuos aunque se cortaba la tensión en el ambiente entre los dos socios de gobierno desde enero de 2016.

El resultado no por anunciado deja de ser un jarro de agua fría para el independentismo no militante en una u otra formación que quiere acuerdos sólidos y cesiones a partes iguales y que anhela un gobierno que encaje todas las sensibilidades y que camine con paso firme en la dirección que han votado el 52% de los electores. De todas maneras, lo más preocupante de la sesión no fueron los discursos ni los reproches que se lanzaron en público, sino el clima prebélico que asoma mínimamente en las conversaciones privadas de los políticos de ambos partidos y que solo los que tenemos una cierta edad podemos recordar de épocas pretéritas.

Es un mal augurio de la tensión fraguada durante mucho tiempo y que ya hizo descarrilar el gobierno Torra por falta de lealtad y confianza. Aunque la política moderna finalmente conoce solo de intereses y no de sentimientos sería inexplicable que los dos partidos no fueran capaces de alcanzar un acuerdo antes de que se volvieran a celebrar en julio unas nuevas elecciones. Los halcones han ganado la primera batalla a las palomas. Pero pensar que de un fracaso puede surgir una victoria es demasiado arriesgado.