La monarquía española acabará cayendo por dos razones fundamentales: la primera es que Catalunya ya ha roto cualquier lazo institucional con esta y, como se vio en la última visita de Felipe VI a Barcelona para la entrega del Premio Cervantes, las visitas del monarca son en secreto y solo se anuncian cuando abandona Barcelona. La segunda razón tiene que ver con el alejamiento del Rey de la realidad política, social, ciudadana y comunicativa, lo que le lleva a moverse al margen de la realidad, pensando, seguramente, que toda crítica es pasajera. También que, como antaño sucediera con su padre, una prensa cortesana ya recoserá el desaguisado que se ha producido, bien sea con el silencio o sino con la mentira.

Escaso favor le han hecho los partidos de la derecha española a Felipe VI elogiando su discurso que cuando más veces se escucha más vacío de contenido parece. La prensa de papel hará lo propio este sábado —el viernes no se ha editado— en un ejercicio a caballo entre la protección de la corrupción del padre, la salvación de la nación española y apuntalar el desprestigio de la institución; PP, Vox y Ciudadanos en auxilio al Rey, Podemos liderando la crítica en las Españas y el PSOE en ese camino de nadie, expresándose con la boca pequeña, un poco de apoyo y otro poco de cierta distancia.

Una vez más, solo los partidos independentistas y nacionalistas catalanes, vascos y gallegos han leído el discurso como lo que fue: un mensaje más propio de un ilusionista que de un jefe de estado. La manera como esquivó la huida de su padre o la corrupción de la monarquía solo se entiende en el marco de un control férreo de los instrumentos del Estado en el que no es necesario dar ningún tipo de explicación ni demostrar ningún tipo de conducta. Como solo se explica desde un peligroso escoro de la institución hacia la derecha su referencia a la dictadura franquista como "un largo período de enfrentamientos y divisiones" o su silencio sobre los pronunciamientos militares.

Todo ello en un marco en que el recorte de libertades es imparable, como acaba de dejar claro el Tribunal Supremo con su última sentencia que afecta a la libertad de expresión. Los cortesanos por un lado y los defensores del espíritu nacional por otro, sumando fuerzas en la salvación de un régimen en el que cada vez se reconocen menos personas. Y los catalanes cerrando la puerta a seguir siendo rehenes de la represión de un Estado que solo dispone de la fuerza o de la justicia para revertir la decisión popular.