Catalunya celebra este miércoles la Diada Nacional, una fecha que hace muy pocos años estaba marcada en el calendario con un llamativo color rojo y era emblemática para el movimiento independentista por las multitudinarias movilizaciones de la sociedad catalana durante casi una década. Aquella Catalunya en ebullición para lograr la independencia cada vez está más lejos y hoy los debates políticos son otros, las mayorías políticas también y un presidente socialista ocupa el Palau de la Generalitat. Es una señal inequívoca de que las cosas han cambiado, aunque decirlo así sea un trago amargo para muchos independentistas. Las elecciones catalanas de mayo de 2024 evidenciaron algo incontestable: el independentismo había dejado de ser mayoritario en el Parlament, la suma de diputados quedaba por debajo de la mayoría absoluta y se abría una etapa en la que cada una de las tres formaciones que sustentaba el bloque, y de manera muy especial Junts per Catalunya y Esquerra Republicana, irían definitivamente a la suya.
Y en ese momento estamos: un 11 de Setembre que, seguramente, el independentismo desea que pase rápido para que se vean lo menos posible las costuras de la división, un plato de mala digestión para el movimiento, siempre muy crítico con el desmembramiento por intereses partidistas. Aunque la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural, como principales organizadores de los actos de la Diada y de la manifestación —también están la AMI, el Consell de la República Catalana y la Intersindical— han tratado estos días de mantener vivo el espíritu de antaño, es evidente que el momento actual no tiene nada que ver y que su objetivo es mucho más modesto: mostrar a la sociedad catalana que, a pesar de la desmovilización y el desencanto, los motivos para defender un estado propio continúan intactos. La descentralización de las manifestaciones, que este año se celebrarán en Barcelona, Girona y Tortosa, tiene mucho que ver con facilitar las cosas a la gente escogiendo un lugar central como la capital catalana y dos de los extremos del país.
Con mayor o menor desánimo, la Diada no debe perder esa mirada reivindicativa que sigue siendo más necesaria que nunca
La elección del lema de manifestación de la Diada pretende ser un canto a la esperanza: "Més motius que mai". De alguna manera, recuerda que el conflicto político sigue estando muy presente y, además, que la voluntad de persecución sigue muy presente y el ejemplo más claro es la inaplicación de la ley de Amnistía por parte de la alta magistratura española. Los cuatro ejes del malestar persisten: una nación claramente en riesgo; una lengua maniatada política y judicialmente, con enormes dificultades para poder ganar músculo y asegurar no solo su supervivencia sino el conocimiento y que la oficialidad del catalán no sea una frase vacía. También una financiación acorde con las necesidades del país y la aportación catalana al PIB español, que pasa inevitablemente con la asunción de que el expolio fiscal no puede continuar ya que asfixia la economía catalana y el bienestar de sus ciudadanos. Y unas infraestructuras dignas de este nombre y no lo que existe hoy en día, fruto de la desatención del gobierno español. Ninguna de estas cuatro carpetas se puede decir con contundencia que hoy está mejor que hace una década y tampoco que puedan retomar el vuelo en el medio plazo hasta dejar de ser un problema cotidiano.
Con mayor o menor desánimo, con demasiada división y con falta de objetivos unitarios, la Diada no debe perder esa mirada reivindicativa que sigue siendo más necesaria que nunca. No hay otro día en el calendario mejor para reclamar lo que le corresponde a Catalunya que la Diada Nacional. El 11 de setembre no es Sant Jordi. Este mismo miércoles, el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya (TSJC) ha vuelto a dejar claro por qué sigue siendo necesario reivindicar la lengua y la nación al anular buena parte del decreto que blindaba el catalán en la escuela. ¡Qué sabrán los jueces de la inmersión lingüística!
Pero eso es igual. Todo es una batalla política enmascarada de un barniz que pretende que el catalán sea una lengua de segunda, inferior al castellano. Hay que defender la lengua sin matices porque está en juego la columna vertebral de la nación. Un último dato no menor: en las peores circunstancias, instalados en un desánimo innegable, el apoyo a la independencia aún se mantiene en el 40%, según el CEO. Y creció en el último barómetro de julio respecto al anterior.