"Hoy, en este Parlament, sede de la soberanía popular de la nación catalana, y con toda solemnidad, presento mi candidatura a la presidencia de la Generalitat para hacer posible la culminación de la independencia de Catalunya". Con esta solemnidad, Pere Aragonès, el aspirante a ser investido 132 president de la Generalitat de Catalunya, iniciaba en la cámara catalana su discurso de investidura y situaba en un lugar preeminente la que debe ser la razón de ser de la nueva legislatura como respuesta a los resultados de las elecciones del 14 de febrero, que dieron al independentismo una mayoría desconocida e histórica del 52% de los votos y 74 de los 135 diputados.

Aragonès tuvo una intervención ajustada a la letra del pacto entre Esquerra y Junts, evitó entrar en polémicas estériles con los partidos de la oposición en un momento en que la legislatura se está iniciando, demostró una sintonía con sus socios de gobierno esperanzadora para la nueva etapa que se inicia y, como es marca de la casa, tendió nuevamente la mano a los comunes pese a estar aún demasiado tierno el hecho de que la última vez que lo hizo se la mordieron con tal ardor que si hubieran podido le hubieran destrozado el brazo. Fue una sesión parlamentaria educada y de un cierto guante blanco, en todo caso. Seguramente, porque pesa como una losa el agotamiento de tantos escarceos de unos y de otros al cumplirse más de tres meses de las elecciones y estar durante todo este tiempo embarrancada la investidura.

El segundo punto de interés del debate es el espejo escocés y el referéndum que ha prometido la ministra principal de aquel país, Nicola Sturgeon. A diferencia del celebrado en 2014, cuando el cargo lo ocupaba Alex Salmond y llegó a un acuerdo para su celebración con el premier británico, David Cameron, la situación ahora es radicalmente diferente y Boris Johnson se niega rotundamente hasta el momento a complacer los deseos de los independentistas escoceses, que cuentan con mayoría absoluta tras las últimas elecciones. No es mala idea que Catalunya se coloque a rueda del compromiso escocés, sobre todo para intentar modificar sensibilidades que pueda haber en la Unión Europea.

Todo lo que sea un referéndum acordado que revalide el que ya se celebró en Catalunya el 1 de octubre de 2017, bienvenido sea. Siempre y cuando no se olvide que si el gobierno español no mueve pieza, seguir aspirando a repetir una y otra vez el día de la marmota, además de pesado, es de una ineficacia absoluta. No será fácil encontrar el punto de equilibrio en la legislatura que se inicia y con un Govern independentista. Pero nunca ha sido fácil y el balance habrá que hacerlo cuando haya elementos para ello. Y ese momento aún no ha llegado. Ahora solo hay que desear la máxima suerte.