Ha pasado esta semana en un hospital del Pirineo catalán. Se presenta a media tarde una familia en el centro hospitalario con el niño con fiebre. Le empiezan a hacer exploraciones y pruebas y todo indica que tiene coronavirus. El médico interroga al muchacho y a su familia: han llegado de la ciudad donde viven aquel mismo día y sí, seguramente es verdad que ha subido al coche ya con fiebre y con síntomas de la enfermedad. No cuesta mucho imaginar las prisas de la familia por llegar a su destino. Tenían contratada y pagada una casa rural para descansar unos días.

El médico escucha entre sorprendido y, seguramente, irritado, cómo han podido abandonar la ciudad donde la Generalitat ha recomendado no viajar, dada la expansión de la enfermedad, y más aún, con un niño enfermo. Su situación es justamente la contraria ya que tenía pagado el viaje de vacaciones a su país y lo ha tenido que perder dado el incremento de pacientes en el hospital. No debe andar su reflexión muy lejos de la siguiente: aún hay muchos que no han aprendido nada. 

A partir de este viernes y durante el fin de semana empezarán a abandonar Barcelona y su área metropolitana cientos de miles de catalanes hacia su lugar de descanso veraniego. No sé cuantos casos similares habrá, pero hay que exigir a todos la máxima responsabilidad. De poco sirve salir a aplaudir a médicos y a todo el personal sanitario por su esfuerzo y dedicación durante meses, cada día a las 20 horas,  si después se actúa así, con una frivolidad tan grande. Lo único que no podemos olvidar es que no hay mejor manera de convivir con el virus que la autorresponsabilidad. La madurez de una sociedad y la solidaridad con nuestros conciudadanos necesita de un ejercicio permanente como este.