Conocí a Heribert Barrera en su pleno apogeo político: diputado en Madrid en 1977 y president del Parlament entre 1980 y 1984. En aquel inicio de construcción de la autonomía catalana en que parecía posible que Catalunya tuviera un verdadero poder político y financiero, y que la Generalitat no sería una administración que sobre todo lo que acabaría haciendo sería pagar nóminas a los funcionarios. Barrera venía del exilio, tenía un carácter fuerte que le hacía parecer arisco con la gran mayoría de periodistas y era marcadamente anticomunista. No votó la Constitución española y más de una vez había dicho que ese era el honor más grande de su carrera política.

Se confundió yendo a Madrid a una audiencia con el Rey en 1977 y en vez de ir al Palacio de la Zarzuela acabó en el teatro de la Zarzuela. Todo un aviso de lo que vendría años después en que cuesta distinguir el palacio del teatro. Acertó en muchas más cosas de las que se equivocó, y cuando murió, en 2012 el Ayuntamiento de Barcelona le otorgó con los votos a favor de los partidos que gobernaban la ciudad —PSC e ICV—, y también de Convergència i Unió y de Esquerra, que estaban en la oposición, la Medalla de Oro a título póstumo dos meses después de su fallecimiento.

Fue una condecoración merecida y acorde con su biografía. También con su sacrificio antifranquista —luchó en la batalla del Ebro— y la dignidad con que había ocupado el segundo cargo más importante Catalunya. No hubo debate cuando se le concedió a título póstumo en 2012, ni durante los ocho años transcurridos desde entonces. Hasta este miércoles en que la alianza que de verdad funciona en la capital catalana para las cosas serias en el consistorio decidió retirarle la medalla. Ada Colau y Manuel Valls se volvieron a aliar y la iniciativa del segundo salió aprobada con los votos de los comunes, el PSC, Ciudadanos y PP. Los votos de Valls para que la perdedora Colau siguiera de alcaldesa no fueron ciertamente gratis.

¿Qué pacto tiene Colau con Valls que vota la retirada de la medalla a Barrera pero se abstiene en la votación para que se le retire a Juan Carlos I tras la aparición de los casos de corrupción, o vota en contra de que se le retire a Felipe González tras las nuevas revelaciones sobre su papel en los GAL? Hay más ejemplos de Medallas de Oro de la Ciudad envueltas en la polémica si se va a iniciar una política revisionista, como es la de Juan Antonio Samaranch, que es más que discutible, ya que supongo que no se tuvo en cuenta su pasado franquista a la hora de concedérsela en 1992. O el caso del cantante Loquillo.

La acción de Colau como alcaldesa es, además, uno de los grandes actos de cinismo a los que nos tiene tan acostumbrados durante los últimos años. Y uno solo puede sentir una enorme vergüenza con la decisión del Ayuntamiento.