El anuncio oficial de la empresa automovilística Nissan de que cerrará sus plantas en Catalunya a finales de año es una noticia que, no por esperada, deja de ser enormemente dolorosa tanto en lo que respecta a la pérdida de miles de puestos de trabajo como al retroceso industrial de Catalunya. Que se marche una empresa que representa el 1,3 del PIB de Catalunya y el 7% de su PIB industrial es algo más que un resfriado para la economía catalana. Y que se produzca en el momento actual, con una galopante crisis económica a la vuelta de la esquina, un elemento más de incerteza y preocupación.

Empieza ahora un pulso entre empresa, Administración y sindicatos del que, siendo francos, cabe esperar pocas cosas ya que el repliegue en la deslocalización del sector, al menos en lo que concierne a las marcas europeas, es un hecho. La alianza Renaul-Nissan-Mitsubishi y el plan trazado de reparto del mundo para funcionar los próximos años deja en manos de la compañía francesa el liderazgo en Europa. Eso, unido a que el gobierno francés ha sido claro a la hora de vincular las ayudas a las empresas automovilísticas galas tras la crisis del coronavirus a la repatriación de la producción de vehículos, ha acabado dejando sin oxígeno las escasas opciones que tenía Nissan de mantenerse en Catalunya.

Aunque era obvio desde hace años que Nissan no tenía asegurado su futuro en Catalunya y que la transformación del sector automovilístico estaba en marcha, lo cierto es que patronal, sindicatos y Govern se agarraban como a un clavo ardiendo a un cambio de última hora que no ha llegado. Cierra Nissan y no hay un plan B, algo que hace la situación doblemente preocupante. Habrá quien piense que por qué había que tener una alternativa si el propio presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, había declarado todo orgulloso el pasado 22 de enero en Fórum Económico de Davos tras una serie de encuentros con responsables del grupo Renault que en las plantas de Nissan en Barcelona "el mantenimiento del empleo está garantizado". Incluso llegó a hacer un tuit el presidente del gobierno español sacando pecho al respecto. Que se lo diga ahora a los 3.000 trabajadores directamente afectados y a los alrededor de 20.000 empleos indirectos en riesgo. O que explique también qué gestiones se han hecho estos meses para mantener aquel rotundo anuncio. Lo cierto es que, seguramente, tampoco era verdad que obtuviera aquel día en Davos ninguna garantía, sino que se limitó, como tantas otras veces, a tirar la pelota hacia adelante.

Por no hablar de la ministra de Industria, Reyes Maroto, que se expresaba este jueves como si hubiera tenido la primera noticia y hablaba de un hipotético proyecto industrial de Nissan vinculado a vehículos eléctricos. Todas las ideas son buenas pero lo que es más importante es que se genere un frente común para mirar de rescatar el mayor número de empleos y para ello es necesario que se implique mucho más de lo que ha hecho hasta la fecha el Estado español. Tener un estado del que Catalunya carece no son palabras huecas, ni tan siquiera banderas, fronteras, moneda o ejército. Esto forma parte del pasado. Un estado es poderte sentar de igual a igual allí donde se decide el futuro de tus ciudadanos y tener capacidad de negociar pensando en su bienestar. Hace tiempo que Madrid no está para nada de todo esto, como es más que evidente para cualquier observador imparcial. Y así es muy difícil, casi imposible, ganar cualquier carrera.