El otro día, en una conversación con personas diversas que habían votado en el referéndum del 1 de octubre y también algunos que no lo habían hecho, uno de estos últimos comentó: "¿Ves como el referéndum no hacía falta? Ahora, el independentismo, Puigdemont, manda en España y Sánchez le necesita. Tiene margen para conseguir muchas cosas. El 1-O es un estorbo". No lo decía irritado, ni tan siquiera disgustado, sino convencido de que el referéndum de independencia de 2017 era una molestia en la negociación con el PSOE, ya que, en su opinión, orillarlo y tratar de esquivarlo a la hora de hacer política es lo que había precipitado a Esquerra y a Oriol Junqueras al retroceso electoral de las municipales del pasado mes de mayo y a las españolas de julio.

Es obvio que no comparto este análisis y, al contrario, creo que es el referéndum del 1-O lo que da fuerza a la negociación actual y sitúa con precisión el perímetro de lo que no se puede hacer. De la línea roja que no se puede traspasar. Ahí están los votantes de aquella jornada histórica, más de 2,2 millones de catalanes mayores de 16 años, a los que cada uno interpreta como quiere y que tienen múltiples rostros, ideologías diferentes y estrategias incluso opuestas. Pero también algo en común: orgullo de lo que se hizo aquel día y que, ahora, al cumplirse seis años de aquella votación, hay, en todo caso, que reinterpretar. Nunca corregir.

Y, sí, el 1 de Octubre es una jornada festiva, de celebración. Porque remarca la voluntad de conseguir un estado propio de una parte muy importante, en términos numéricos la más importante, de la sociedad catalana. Combinar este objetivo irrenunciable con la situación política actual y, más concretamente, la investidura de Pedro Sánchez es el dilema en que se encuentra inmerso el independentismo, una parte del cual no entiende las razones de la negociación y apuesta simple y llanamente por dar un portazo y olvidarse de alcanzar un acuerdo con el argumento de que España nunca ha cumplido con Catalunya.

El president Puigdemont, que tenía razones políticas y personales para rehusar abrir las conversaciones, ha dejado la puerta abierta siempre que se trate de alcanzar un compromiso histórico y no un acuerdo puntual. Este es el tablero de juego en el que también Pedro Sánchez tiene que sortear a algunos de los suyos, importantes en el pasado como Felipe o Guerra, y también en el presente como Emiliano García-Page, uno de los pocos presidentes autonómicos del PSOE, quien este sábado ha pedido que el Tribunal Constitucional suspenda la amnistía antes de que entre en vigor si así lo acuerda su partido y el conjunto del arco parlamentario, menos PP y Vox. ¡Y este dice que es del PSOE!

Page, Felipe, Guerra, El País, El Mundo, el resto de la prensa de Madrid y las principales cabeceras de papel de Barcelona, jueces, fiscales, asociaciones empresariales, la Conferencia Episcopal Española y tantos otros que saldrán estas semanas pretenden, sobre todo, que el independentismo rebaje sus objetivos y que el precio que pague España sea lo más barato posible. Implantar una especie de miedo ambiental que asuste a los negociadores independentistas.