Es poco discutible que la retirada de la votación sobre la oficialidad del catalán del orden del día del Consejo de Asuntos Generales de la Unión Europea es una mala noticia. Y lo es por dos motivos: en primer lugar, porque esta vez sí que se habían generado expectativas. Aparentemente, la cuestión estaba suficientemente madura para que con el empujón de España, que ostenta la presidencia de turno de la Unión Europea, se pudieran superar los obstáculos. En segundo lugar, porque si bien es cierto que las cosas de palacio van despacio, y en Europa aún más, al ministro de Exteriores, José Manuel Albares, se le hizo llegar el mensaje, antes del largo puente de la semana pasada, que las cosas no se estaban haciendo bien y que había una perceptible bajada de la presión a los países que planteaban problemas. Dicho en plata: con la investidura de Pedro Sánchez ya materializada se estaba entrando en aquella fase que Madrid domina tan bien.

Pues bien, la retirada del orden del día; la espera, al menos de un mes más, para su aprobación; y el hecho de que a partir del 1 de enero España perderá la maniobrabilidad que le otorga la presidencia europea, que pasará a manos de Bélgica, puede acabar desembocando en la primera crisis entre Pedro Sánchez y Carles Puigdemont. De hecho, es innegable que la confianza se está construyendo con muchas reservas desde Waterloo y los triunfos que forman parte esencial del juego de la política no pueden caer de un único lado. La cuestión del catalán como lengua oficial de las instituciones europeas ha estado presente, de una u otra manera, en cuatro de las cinco últimas reuniones del Consejo de Asuntos Generales de la Unión Europea en las que participan los ministerios de Exteriores de los 27 países miembros.

Es malo jugar con fuego en estos primeros compases de la legislatura, ya que el PSOE no puede perder ningún voto en ninguna votación

En alguna reunión incluso, ha llegado a participar el ministro Albares, circunstancia que no se producirá en esta ocasión, ya que está preparando su primer viaje oficial a Marruecos, el miércoles. La primera vez que se planteó la cuestión en Bruselas, el 19 de septiembre, el clima era, aparentemente, muy diferente. Incluso el president Puigdemont le agradeció en un vídeo que difundió "el interés" del ministro por "defender los argumentos que avalan la petición". Es más que posible que hoy las palabras fueran otras, ya que los avances no se han hecho evidentes y Exteriores, por iniciativa propia o por indicaciones superiores, ha actuado a un ritmo más lento.

Sea por una cosa o por otra, es malo jugar con fuego en estos primeros compases de la legislatura, ya que el PSOE no puede perder ningún voto en ninguna votación. La tentación de que se pueda estar generando un malestar en Junts per Catalunya que sea algo más que una anécdota es un riesgo más que palpable. Las bromas de este lunes de Pedro Sánchez en la presentación de su libro En tierra firme sobre el relator salvadoreño, la comparación con el programa de televisión Supervivientes, han ayudado a enrarecer el clima. Tampoco el hecho de que la ley de amnistía inicie este martes su tramitación en el Congreso es un paraguas que puede taparlo todo, lo que se cumple y lo que no en las diversas carpetas abiertas. Dado que Pedro Sánchez solo acostumbra a reaccionar cuando ve el peligro cerca es más que probable que mueva alguna pieza para volver a la situación anterior. El PSOE tiene demasiada fragilidad aritmética para tratar de repetir episodios anteriores y en los que Sánchez se ha ganado una fama más que sobrada de practicar como nadie el trilerismo.