En España hay, en estos momentos, cuatro tipos de expresidentes del gobierno. Está Felipe González, al frente del gobierno entre 1982 y 1996 y, por ahora, el que más años ha estado en la Moncloa. Aunque socialista, su opinión es más escuchada hoy en el PP que en el PSOE, y su nivel de incidencia en la organización y la militancia es más bien escasa una vez que Pedro Sánchez la ha transformado girándola como un calcetín. Está también, en este espacio político, José Luis Rodríguez Zapatero, presidente entre 2004 y 2011. Su implicación en política desde que abandonó el cargo ha ido, claramente, de menos a más y ha sido en esta legislatura, después de las elecciones de 2023, cuando ha tenido una intervención claramente relevante y significativa. A medida que el declive de Sánchez se hacía evidente, su protagonismo se hacía más importante hasta ser, en estos momentos, el que se bate el cobre en el interior del partido y aguanta las relaciones con Carles Puigdemont y, por extensión, con Junts per Catalunya. Zapatero, de un papel pretendidamente buscado en la sombra, ha pasado a guardia pretoriano a ojos de todos, también de la justicia.
Está también Mariano Rajoy, presidente entre 2011 y 2018 y, fiel a su biografía, alejado de los debates mediáticos. Aparece disciplinadamente cuando el PP lo llama y vuelve al ostracismo con absoluta normalidad y sin pedir nada a cambio. Y, finalmente, está José María Aznar, que ocupó la Moncloa entre 1996 y 2004 y que se quedó sin herencia a repartir entre los suyos por su pésima gestión de los atentados yihadistas de Madrid del 11-M. La historia política de Aznar como gobernante está marcada por su llegada a la presidencia con cesiones a los nacionalistas de CiU con Jordi Pujol y Duran Lleida y del PNV de Xabier Arzalluz y, como hemos señalado, por su salida. A los dos nacionalismos tuvo que hacer concesiones que no llevó nada bien para asegurarse el poder y el paso de los años lo ha ido dejando claro. A ambos les dio, en términos de poder, lo que ningún presidente del gobierno español ha tenido que acabar cediendo y ello lo ha tratado de corregir con una agresividad dialéctica muy propia de quien quiere hacerse perdonar en Madrid para no ser señalado.
Dudo mucho que la política de tierra quemada con Catalunya y el País Vasco acabe dándole algún resultado al PP
Con aquel mundo nacionalista rompió buena parte de los puentes con el cambio de siglo. Con el PNV ha tardado más pero se esfuerza desde hace un tiempo cada vez que tiene ocasión. Casi parece que sea como una cruzada que libre en su interior y con la que quiera romper cualquier intento de seducción que pueda hacer Alberto Núñez Feijóo. Para esto tiene Aznar la FAES, la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, ese laboratorio de ideas que trata de que el PP solo se pueda entender con Vox, ya que destruye todos los puentes a su alrededor. Este jueves, por ejemplo, ha hecho una nota sobre el PNV, el partido que hoy preside Aitor Esteban, que es como echar cianuro a cualquier conversación futura de entendimiento. Dice la FAES, refiriéndose al partido vasco, que con sus votos, también ayudó desde Euskadi a tumbar a Mariano Rajoy en la moción de censura: "Lo que no parece haber contemplado entonces aquel PNV, aparentemente atormentado por sus dudas, es que terminaría como víctima del pim, pam, pum desencadenado por Sánchez de la mano de Bildu y que, por efecto rebote de su decisión autodestructiva, se convertiría simultáneamente en factor de inestabilidad nacional, cómplice político activo del socialismo más corrupto y principal causante de la decadencia y de los crecientes problemas políticos y sociales del País Vasco. Si “pagafantas” estuviera en el diccionario de la RAE se definiría aproximadamente como lo que el PNV es hoy para Sánchez y para Bildu, a costa de sí mismo y de la sociedad vasca".
El PP es un partido marginal tanto en Catalunya como en Euskadi. Alejado de la centralidad política y con un crecimiento muy limitado porque su espacio en España como alternativa al PSOE ya está ocupado por Junts y el PNV, además de, tangencialmente, por el PSC y el PSE-EE. Dudo mucho que la política de tierra quemada le acabe dando algún resultado, ya que lo ha probado todo y nunca ha estado en los gobiernos de Catalunya y del País Vasco. Lo mismo le sucede en las municipales, en los ayuntamientos, y solo se ha abierto paso cuando sus líderes, como Xavier Garcia Albiol, por ejemplo, en Badalona, ha acabado practicando una política muy personalista y ha dejado las siglas en un cajón. Ahora, Aznar busca ir a degüello de las fuerzas periféricas, tocando el tambor y marcando el paso a Feijóo como defensor de las esencias. Casualmente, o no, el día después de que Feijóo propusiera a Puigdemont poner el contador a cero. Nada más lejos de lo que quiere Aznar, que debe tener algunas de sus famosas libretas azules de antaño repletas de reproches y de facturas a cobrarse.