Desde el pasado viernes y hasta el 1 de agosto, el president de la Generalitat, Salvador Illa, realiza un viaje oficial a China, el segundo en pocos meses al continente asiático tras el que hizo el pasado mes de mayo a Japón y Corea. Lo hace acompañado de diversos consellers de su Govern y mantendrá estos días diferentes entrevistas políticas con representantes del Partido Comunista Chino, así como visitará fábricas catalanas instaladas en Pequín o Shanghái, las dos ciudades que visitará, y empresas chinas que ya tienen instalaciones en Catalunya o que puedan tenerlas en el futuro. Desde el primer viaje de un president de la Generalitat en la época moderna, el de Jordi Pujol al Vaticano, en enero de 1981, para una audiencia con Juan Pablo II, y una visita al Quirinal al entonces presidente de la República Italiana, Sandro Pertini, las salidas al extranjero de un president catalán siempre han estado por un motivo u otro en el radar de la política española.

Este caso no podía ser una excepción y el Partido Popular de Catalunya se ha expresado indignado por el anuncio de que la Generalitat abriría una nueva delegación de la Generalitat en China, que complementaría las de ACCIÓ en Shanghái, Pequín y Hong Kong de corte más empresarial, otra oficina de la Agència Catalana de Turisme, una delegación en Japón para las cuestiones más institucionales y una oficina en Corea. Todo eso le parece mal al PP, no al de ahora, sino a la Alianza Popular de los años 80 y más tarde al PP de José María Aznar. "¡Son embajadas independentistas!", decían, y cuarenta años después siguen sin cambiar el disco y con la misma matraca.

En los viajes de un president de la Generalitat al extranjero, la parte económica ha ido acompañada de un envoltorio político importante

Será, en parte, porque los viajes de los presidentes autonómicos al uso siempre han sido más folklóricos que otra cosa y, por ejemplo, la hemeroteca está repleta de viajes de Isabel Díaz Ayuso a Sudamérica, donde los asistentes a alguna de sus charlas bien cabían en un taxi o un pequeño monovolumen. Por suerte, nunca han sido así los viajes de un president de la Generalitat al extranjero, donde la parte económica ha ido acompañada de un envoltorio político importante. Este modelo de viajes tienen máxima importancia en países como China, donde abrirse mercado en un clima de máximo entendimiento con las autoridades del país asiático es de una enorme ayuda.

Recuerdo dos viajes con el president Jordi Pujol en los años 90, que ya fueron enormemente fructíferos, igual que los que realizó a Japón, donde los Juegos Olímpicos de 1992 en Barcelona propiciaron una relación con los entonces príncipes herederos del país nipón, más tarde emperadores. En aquellos momentos, China no era el país que en la actualidad deslumbra al planeta, siendo el primer exportador mundial y la segunda mayor economía, muy cerca de los Estados Unidos. Es el segundo socio comercial de la UE y la UE el mayor socio comercial de China. Por cierto, unas relaciones que en estos momentos pasan un punto crítico, como se vio en la última reunión de finales de esta semana al término de la 25 cumbre bilateral celebrada en Pequín. En este contexto, también está la carta de Huawei que está jugando España y que tanto molesta a los EE. UU. por el uso de su tecnología en el sistema de almacenamiento de escuchas telefónicas judiciales españolas.

Pero dicho eso, el viaje a China y la posibilidad de asegurarse una posición importante tiene que estar en la agenda del Govern. Como el anuncio de que el catalán volverá a las aulas de una universidad de China. Es esa situación del catalán en el mundo la que por sí sola debería impulsar el reconocimiento del catalán en las instituciones europeas. ¿Cuántas lenguas que no son las oficiales de un Estado tienen este recorrido?