Un par de centenares largos de personas tienen este domingo en su mano una de las decisiones más trascendentes de la historia del Partido Socialista Obrero Español después de un cúmulo de despropósitos que incluye el cese fulminante del exsecretario general Pedro Sánchez tras un juicio sumarísimo presidido por Felipe González y con ilustres miembros en el tribunal que van desde la andaluza Susana Díaz hasta diferentes barones territoriales como el extremeño, el castellanomanchego, el asturiano o, con matices, el valenciano. El PSOE tendrá que aprobar en un comité federal convocado a tal efecto como hace efectivo su apoyo a Mariano Rajoy para que pueda abordar en los próximos días la sesión de investidura.

De la misma manera que José Luis Rodríguez Zapatero se autoinmoló en mayo del 2010 y precipitó una caída electoral de la que no se han recuperado los socialistas cuando rebajó el sueldo a funcionarios y pensionistas por las presiones coordinadas de la UE, EE.UU. y China, y, además, lo hizo con el voto en contra del Partido Popular, entonces oposición en las Cortes, los socialistas están a punto de tirar por la borda su alma como partido de la izquierda española. A diferencia de lo que se pregona desde el discurso oficial, no son unos votos para permitir la abstención lo que está en juego. Lo que está a debate es su ubicación en el tablero político español en un momento en el que se está redistribuyendo el juego entre partidos que regirá en las próximas décadas.

Al acercarse al PP y a Ciudadanos, los socialistas se difuminan en el magma de los partidos de centro y dejan todo el espacio de la izquierda española al populismo de Podemos y de su líder Pablo Iglesias. La situación que ya se ha producido en Catalunya con el PSC –hegemónico no hace tantos años en las elecciones españolas y también en las municipales en las principales capitales catalanas, hoy lucha por subsistir a medio camino entre partido bisagra o una formación en la mitad de la tabla–  es la próxima estación para el socialismo español. El PSC vendió su alma, a ojos de muchos de sus votantes del cinturón, cuando para hacer presidentes primero a Pasqual Maragall y, sobre todo a José Montilla, pactó con Esquerra Republicana en unas condiciones imposibles. Ahora el PSOE va a multiplicar varias veces aquel error haciendo presidente a su principal adversario. Y no por razones de Estado, sino por razones de partido.