Casi daría para hacer un recuento diario de los errores del gobierno de Pedro Sánchez en la gestión del coronavirus, pero la delicada situación sanitaria en España y el inminente crac económico que se nos viene encima —en Catalunya ya se cuenta, en muchas de las estimaciones, con la friolera de una cifra final de un millón de trabajadores afectados por ERTE por la pandemia— y el no querer agotar a los lectores hace que este editorial solo tienda a prestar atención a aquellos que por su relevancia sea imposible evitarlos.

Este jueves hemos conocido que una partida de test rápidos de coronavirus que el gobierno español había comprado en China era defectuosa. ¿Habían enredado los chinos, el Gobierno o los empresarios a las autoridades españolas? Solo cabía pensar que había ido así, máxime después de que estuvieran muy presentes las palabras de Pedro Sánchez hablando sobre ellos el pasado sábado: "Son fiables y homologados". ¿Qué había sucedido entonces? Lo aclaró con el paso de las horas la embajada china en España y, si me lo permiten, ello solo puede ser tildado como una gran chapuza del Gobierno. Alguien, ya sabremos quién porque siempre se sabe, había decidido pasarse por el forro la lista que habían pasado las autoridades chinas de empresas homologadas y había escogido, por su cuenta y riesgo, una que carecía de cualquier sello de garantía y que fabricaba sin correspondencia alguna con el certificado de calidad de la CE.

Solo un gobierno con un baremo de crítica tan bajo como el actual —la crisis de los conglomerados mediáticos por la retirada de la publicidad por el coronavirus va a bajar aún más el suave listón que existía— puede seguir caminando encima de sus errores como si oyera llover o haciendo responsable de ello a la derecha o a los independentistas. ¿En algún momento alguien desde Madrid se atreverá a decir lo obvio: la centralización ha sido un grave error con el que se han perdido días preciosos para luchar contra la pandemia?