De todas las elecciones españolas que se han celebrado hasta la fecha, ninguna como en esta Catalunya había sido tan conejillo de Indias. Así, tanto Pedro Sánchez como Alberto Núñez Feijóo la han situado en el frontispicio de sus respectivas campañas, dándole un protagonismo superior al de otras elecciones. Lo que antes era Andalucía para el PSOE o Valencia y Madrid para el PP, feudos en los que los grandes partidos españoles jugaban a tener un cojín de votos que les permitiera librar la batalla española, en esta ocasión, las estrategias han cambiado y el cuerpo a cuerpo lo libran en Catalunya. Así, Feijóo ha abierto su campaña este jueves por la noche en Castelldefels y Sánchez hará su gran acto central el domingo 16.
El PSOE sabe que sus únicas opciones para remontar los augurios de las encuestas pasan por distanciarse lo suficiente del PP en Catalunya. Los resultados de Carme Chacón en 2008, donde logró la cifra nunca repetida de 25 diputados con un lema que hoy perfectamente podría reutilizar contra la derecha —"Si tú no vas, ellos vuelven"— es hoy inalcanzable para el PSC. Pero cuanto más se acerquen y superen los 12 escaños de noviembre de 2019, sus opciones mejorarán. Sobre todo, teniendo en cuenta que en las últimas elecciones españolas el PP solo logró dos escaños en Catalunya. O sea, la diferencia fue de 10 parlamentarios. En estos momentos, los socialistas se mueven en una horquilla de diputados catalanes en el Congreso entre 16 y 18, y los populares entre 9 y 10. Los primeros como probables ganadores en las cuatro provincias y los segundos con opciones de ser segunda fuerza en las circunscripciones de Barcelona y Tarragona.
No es extraño que, en este contexto, se hayan lanzado a cara de perro por el voto catalán, mientras, además, una parte del independentismo está deshojando la margarita sobre si ir o no ir a las urnas, enfadado como está con las cúpulas de los respectivos partidos, sea Esquerra, Junts o la CUP. Porque, al final, los 48 diputados en disputa se pueden repartir de una u otra manera en función de la movilización de los respectivos espacios electorales y lo que no sucederá, en ningún caso, es que se declararán vacantes. Veremos si este dilema hamletiano se resolverá de una manera o de otra en las dos semanas de campaña que se ha abierto este jueves, pero es poco discutible que, en el mundo independentista, la desconexión entre electores y partidos es la mayor de estos últimos años cuando la fecha de ir a votar ya está a tan solo 17 días.
El mundo independentista deberá decidir si convierte el 23 de julio en una jornada de castigo a sus diferentes partidos y les pasa factura por sus errores cometidos, que ciertamente son muchos, o si hace de tripas corazón y la represalia la deja para una ocasión mejor. Que Catalunya sea el conejillo de Indias para los partidos españoles y que los partidos independentistas se miren los toros desde la barrera no deja de ser una gran paradoja del momento actual y del pasotismo que se ha instalado en una parte significativa de este espacio político. Que sean PP, PSOE o Vox o comunes los que decidan sobre la escuela catalana, la lengua, Rodalies o tantas otras cosas mientras el independentismo se echa una siesta y deja en manos de Madrid el futuro de Catalunya. Me recuerda mucho cuando durante la Transición los atlantistas más catalanistas decidieron que tenían que votar no al referéndum de la OTAN porque había que castigar al PSOE. Se arrepentirían con los años, pero no en aquel 1986 que estaban tan ufanos. La política, cuando se hace con el estómago, siempre tiene también esta otra cara.