Cuentan los que conforman el círculo político, social y económico de José María Aznar que el expresidente del Gobierno huraño, apocalíptico y malhumorado que sale explicando por televisión con rostro de principio del fin de mundo la montaña rusa en que está instalada España desde el acuerdo del PSOE con Junts, está enormemente feliz de poder actuar como el corneta que mira de despertar a la tropa con el toque de diana. Acostumbrado a años de ostracismo, empieza las semanas en televisión de manera desbocada y no tiene reparo alguno en comparar los pactos políticos de Pedro Sánchez con el golpe de estado del 23-F. O en tildar a los socios del presidente del Gobierno de "comunistas, terroristas y procesados". Ni en ir repitiendo, aunque sea falso, incluso para el Tribunal Supremo, que en octubre de 2017 hubo un golpe de estado en Catalunya con Carles Puigdemont a la cabeza.

Lástima que el pasado existe, las hemerotecas también y quien más quien menos de nuestros políticos con años de gobierno a sus espaldas tienen capítulos que pueden lucir, pero también capítulos que tratan de borrar con típex, como si nunca hubieran sucedido. Tuvo que hacer concesiones Felipe González en 1989, cuando perdió la mayoría absoluta, y de manera especial en 1993, cuando necesitó a Convergència i Unió. Cesiones conocidas —cesión de la recaudación de un tramo del IRPF— y concesiones también secretas, muchas veces a través de acuerdos económicos que se solucionaban de manera opaca. Pactos que no se podían explicar y que se cerraban porque Pujol tenía 17 escaños que, al fin y a la postre, eran decisivos.

Cuando Aznar dice culpando a Sánchez que no se puede arrastrar más a un país por el barro, quizás habría que recordarle que el barro, el disparate y la vergüenza fue la respuesta del Estado a Catalunya en 2017

Hizo cesiones Aznar en 1996 para lograr la merced de Pujol como nunca antes había hecho un presidente español. No tengo duda de que la izquierda del momento hubiera sido incapaz de hacerlas porque la prensa de derechas lo hubiera impedido a toda costa. Se suprimió el servicio militar, se eliminaron los gobiernos civiles y se transfirió, entre otras cosas, las competencias de tráfico a la Generalitat. Nada de lo que pidió Pujol quedó fuera del tintero de quien sin rubor ninguno proclamó en TV3, para satisfacer al líder nacionalista y mejorar su imagen en Catalunya, que hablaba catalán en la intimidad. Pedro Sánchez ha retomado la senda después de 23 años y, ciertamente, el independentismo le ha demostrado que, al final, era un problema de votos y o tragaba o se iba a las elecciones, con muchas posibilidades de ir a la oposición.

Cuando Aznar dice que la amnistía es el olvido, no se le puede discutir, porque es así. Es el reconocimiento del error cometido por el Estado, del Rey hacia abajo. El Estado es quien pide perdón a través de la aprobación de la ley de amnistía. Claro que es un trágala, pero otros antes hicieron lo que tuvieron que hacer para conservar el poder. La diferencia es que nadie les pidió tanto y, por tanto, por más estupendos que se pongan todos los que ahora se rasgan las vestiduras, tampoco sabemos lo que hubieran estado dispuestos a hacer. Tampoco es exagerado pensar que con ellos hubiera sido muy diferente, porque les precede una línea de actuación en la que han primado ellos. No le gusta a Aznar que se le recuerde que en 1999 llamó a la banda terrorista ETA "Movimiento Vasco de Liberación" para ser empático con ellos en el inicio de unas negociaciones que fracasaron. No lo hizo Xabier Arzalluz, ni cualquier otro dirigente del nacionalismo vasco. Fue Aznar desde la Moncloa y con ETA operativa. No sé qué dirían el PP y Vox si aquel contexto se produjera con un presidente socialista en la Moncloa ahora, 25 años después.

Es obvio que la derecha se encuentra cómoda inflamando las calles, con situaciones que solo son entendibles en el marco de una línea roja que cruzó la política y la judicatura en 2017 y que ahora tienen necesidad, desde el PSOE, de volver a situar en su sitio. Porque cuando Aznar dice culpando a Sánchez que no se puede arrastrar más a un país por el barro, que eso no es nada parecido a la política, que es un disparate total, y que es "insoportable realmente la vergüenza a que se está sometiendo a los españoles con este asunto", quizás habría que recordarle que el barro, el disparate y la vergüenza fue la respuesta del Estado a Catalunya en 2017.