A la llegada de la ansiada vacuna solo le ha faltado la foto de Pedro Sánchez. Las fotos que se han distribuido desde la planta belga de Puurs, en Flandes, resulta que han aparecido en Guadalajara con un enorme cartel del gobierno de España, el escudo y la bandera correspondiente. El coronavirus no entiende de territorios pero por lo que parece la vacuna de la compañia Pfizer sí, y siempre hay el listo que piensa que la desgracia de la enfermedad vale la pena contraponerla con alguien que ayude a salvar vidas. La propaganda es eso: alguien hubiera podido pensar en un médico, una enfermera o personal sanitario pero igual eso da menos votos que el mensaje subliminal de que Pedro Sánchez salva vidas.

No ha sido el presidente del gobierno el único que ha aprovechado la llegada de la vacuna a su país para transformarlo en un acto patriótico, aunque el pagano haya sido la Comisión Europea. En Europa, algún ministro discretamente colocado ha sido lo máximo aunque lo que realmente se veía era el embalaje de cartón con el anagrama de Softbox y sin propaganda gubernamental alguna. Otra cosa ha sido en algunos países de Sudamérica, donde el folclore nacional ha estado a la altura del español.

Pero, en fin, la buena noticia es que la vacuna ya está aquí y que en muy pocas horas empezará su distribución. La comunidad científica confia que sea el principio del fin y esperemos que sea así ya que muchas más decisiones médicas en manos de los políticos pueden acabar con la paciencia de los ciudadanos.

Y, respecto a la propaganda y las ansias por lucir el tipo, quizás no haya por qué preocuparse. A estas alturas todo el mundo tiene una cierta idea de cómo han actuado los gobiernos ante la pandemia, lo que han hecho bien, lo que han hecho mal y lo que podían haber hecho y no han hecho. El ruido, con tanto dolor por en medio, sirve de bastante poco.