Si realmente toda la carcunda española que es capaz de reunir Aznar, Rajoy y Feijóo en Madrid para clamar contra la amnistía es de 40.000 personas, según la Delegación del Gobierno, y 60.000 personas, según los organizadores, y eso después de movilizar autocares de toda España con destino a la capital, habrá que concluir que la oposición a la medida es mucho menor que la que se nos quiere hacer creer desde las filas de la derecha y la derecha extrema. Los medios que hacen de altavoz clamarán este lunes que el acto ha sido un éxito y que han conquistado la calle. Hablarán de un clamor ensordecedor en contra de la amnistía, de Puigdemont y de Sánchez, y las tertulias destacarán la importancia de la convocatoria que alguno incluso tildará de histórica.

Que quieren que les diga. Si yo fuera Pedro Sánchez estaría más que tranquilo si lo que han conseguido llenar es una zona relativamente pequeña. Y si fuera Puigdemont les enviaría directamente a la calle Génova alguna de las manifestaciones que el independentismo ha realizado desde 2012. Para situarnos, ninguna de las que se han celebrado cada 11 de setiembre ha tenido una participación tan reducida y las más numerosas han multiplicado por cuarenta la asistencia de este domingo a la plaza de Felipe II

Pero si la asistencia no ha sido para tirar cohetes, el segundo elemento ha sido ese olor a naftalina que ha protagonizado todo el acto con banderas españolas con el aguilucho incluidas. No consta que ninguno de los organizadores o del equipo de seguridad hicieran nada para que allí estuvieran y sí, en cambio, hay imágenes. Todo ello bajo la falsa bandera de la igualdad los que encabezaron en 2017 el mayor acto de represión judicial y policial de una ideología política democrática sin precedentes en Europa. Empezando por la supresión de la autonomía y el cese del Govern de Catalunya.

Pero la naftalina del acto no estaba solo en las banderas, sino también en los cánticos del himno de la legión, Puigdemont a prisión, Sánchez a la mierda o que te vote Txapote. Este espectáculo grotesco, 48 horas antes de que Feijóo se presente a su investidura en el Congreso de los Diputados con llamadas y quién sabe si algo más a diputados socialistas para que le voten en un vergonzoso llamamiento al transfuguismo es hoy la derecha política española. Feijóo, el gallego que aterrizó en Madrid sustituyendo a Pablo Casado y al que muchos quisieron ver como el político conservador que encarnaría un giro al centro, ha sido superado por la ola trumpista de Aznar, Ayuso y MAR.

El relato de Vox se ha asentado mientras la ultraderecha iba en retroceso. La España en blanco y negro, con tonos beiges que aportan Felipe y Guerra, ha vuelto sin complejos, si es que alguna vez no estuvo. El mal llamado dique constitucional cuando lo suyo es tan solo la defensa del régimen de la transición.