El caso de Jude Bellingham se está convirtiendo en una de las paradojas más incómodas del arranque de temporada del Real Madrid. El jugador que hace menos de un año parecía haber nacido para vestir de blanco —goleador, carismático, omnipresente—, hoy es una pieza que Xabi Alonso no logra reubicar en su tablero sin que el sistema sufra. El problema no es la calidad, ni la actitud, ni siquiera el físico, aunque la lesión en el hombro cortó su progresión: el verdadero conflicto es estructural.
Desde su vuelta el pasado 20 de septiembre, el centrocampista apenas ha sido titular una vez, y ese partido terminó en catástrofe: 5-1 en el Metropolitano y una actuación que dejó señalado al inglés. En los otros encuentros, Alonso lo ha mantenido en un rol secundario, a contrapié, como si quisiera integrarlo sin alterar lo que ya funciona. Pero el Madrid que se ha reconstruido durante su ausencia tiene otros ritmos, otras jerarquías y otra lógica interna.

El precio de un jugador indiscutible
Durante los primeros meses en España, Bellingham monopolizó la narrativa del equipo: goles en el descuento, liderazgo precoz y una conexión emocional con el madridismo que recordaba a las grandes figuras del pasado. Pero ese modelo tenía un coste: un equipo que giraba en torno a él, con libertades ofensivas que desdibujaban el centro del campo. Hoy, con un bloque más compacto, donde Valverde, Camavinga y Tchouaméni sostienen la medular, su regreso amenaza con fracturar ese equilibrio.
Lo que inquieta a Xabi no es el rendimiento individual de Bellingham, sino su efecto en el ecosistema colectivo. El jugador actúa como mediapunta con alma de delantero, pero sin los automatismos posicionales que el técnico quiere consolidar. Cuando entra, el Madrid deja de ser el Madrid de los últimos partidos: pierde presión alta coordinada, cede espacios interiores y desconecta a los extremos.
Inglaterra también se lo piensa
Mientras tanto, Thomas Tuchel ha tomado nota. El seleccionador inglés no incluyó a Bellingham en la última convocatoria, esgrimiendo motivos de continuidad y ritmo competitivo. Aunque públicamente negó que se tratara de una sanción, la decisión es sintomática. Y más aún teniendo en cuenta el ruido de fondo: la famosa declaración en la que calificó de “repulsivo” el comportamiento del jugador —matizada después como un error lingüístico— ha dejado cicatrices que no se han cerrado del todo.

El trasfondo es claro: Bellingham no es hoy un jugador en forma, ni en su club ni en su selección. Desde abril, solo ha aportado tres goles y tres asistencias en 25 partidos, muy lejos del rendimiento que lo catapultó al escaparate internacional.
Un símbolo en pausa
Apenas unos meses atrás, su nombre sonaba entre los candidatos al Balón de Oro. Hoy, no tiene garantizado ni el puesto en el once. En este contexto, los próximos partidos se convierten en exámenes de peso: el Clásico, Anfield, la Champions y el calendario apretado antes del parón de noviembre. Todo con el trasfondo de una duda que ya es pública: ¿se puede permitir el Madrid a Bellingham ahora mismo?
En el vestuario, nadie lo discute como figura. Pero en el césped, su presencia plantea más preguntas que respuestas. Xabi Alonso no lo quiere fuera, pero tampoco puede permitir que descompense lo que tanto ha costado construir.