Otra vez en el podio. Otra vez ganando. Otra vez campeón. Otra vez sonriendo. Otra vez con el sabor del triunfo en la boca. Otra vez recibiendo aplausos, sintiendo el calor de un público que quería volver a verlo de rodillas, celebrando un nuevo título, levantando los brazos al cielo, empuñando sus puños, quitándose la cinta con ánimo, con la cara de vencedor. Rafa Nadal será eterno. Hace años que se ganó que un día el RCT Barcelona rebautice su pista con su nombre. Pero, de momento, lo que se ha ganado es un sitio en la historia. Nadie como él. Venció a Kei Nishikori, 6-4 y 7-5 en 2h y 04 minutos para adjudicarse por novena vez el título del Open Banc Sabadell.

A las 2h y 4 minutos, Rafa Nadal tuvo su segundo punto de partido, su segunda bola para proclamarse campeón de la 64 edición del Trofeo Conde de Godó. No la desaprovechó. Fue un látigo. Vino en forma, con la moral por todo lo alto y su noveno título no tuvo más partitura que la escrita por el dueño del torneo. Era el duelo esperado. El deseado por torneos Masters 1.000 y el ansiado por los aficionados del RCT Barcelona. El quinto contra el sexto del mundo. Los dos tenistas que han acaparado el título del torneo en los últimos once años. Ocho títulos para Nadal, dos para Nishikori.

Nadal se fue de principio a fin a por el marcador. No dio opción en ningún momento a Kei Nishikori. No iba a ser fácil. Era el duelo de un campeón contra otro. De uno que no tuvo rival durante ocho años, y de otro que en los dos últimos no encontró a nadie que le opusiera resistencia. Pero era el duelo entre el Nadal recuperado y el Nishikori que le había sustituido en la biblioteca de los vencedores. Un duelo interesante. No era el de una generación contra otra, pero casi. Nishikori acaba de llegar y Nadal está en el camino de vuelta. Uno, Nadal, lo ha ganado todo; el otro, Nishikori, aspira a lo mismo.

El encuentro se antojaba igualado por todas estas circunstancias. Edad, pegada, ambición y ganas de títulos. Enfrentarse a Nadal en casa era todo un desafío para el japonés. Ganar al ocho veces campeón del torneo, al número uno de la tierra, en su pista preferida, era más que un reto para el japonés.

Y el partido fue de toma y daca. De tú me pegas y yo también. Ninguno se arrugaba. Pegaban los dos, fallaban los dos, acertaban los dos. Y los dos también estaban fuertes de cabeza. Fue una final interesante y de las más igualadas que se han visto en los últimos tiempos en el RCT Barcelona. Tú pegas, yo pego; tú vas a la línea, yo también. Tú llegas, yo también. Ningún brazo claudicaba. Y los dos arriesgaban, buscaban las líneas, donde hacer más daño, donde conseguir el punto que les diera moral y, sobretodo, les mantuviera por delante.

Fue así todo. Nadal llevó siempre la iniciativa. Nishikori fue más conservador. Quizás, como todo japonés, fue muy respetuoso con todo. Con jugar contra el auténtico amo del torneo, con tener enfrente al número uno de la tierra. Y, sobretodo, contra un adversario que estaba mentalizado para eliminarlo, para volver a ganar, para disfrutar del placer de volver a sentirse campeón de su torneo, para sentirse el rey de la tierra.

Jugó Nadal con el corazón. Tiró a ganar. Y resultó espectacular. Golpeó como en sus mejores tiempos en el torneo. Y fue creciendo. Poco a poco. Golpe a golpe. Es el Nadal que había desaparecido de la escena y que ha vuelto para deleitar, satisfacer y hacer feliz a sus verdaderos amigos. A los que creían en él. A los que creyeron siempre él. Verlo sonreír otra vez, verlo levantar el trofeo que le entregaron Josep Oliu, principal patrocinador del torneo y del campeón, y Carlos Godó, en ausencia de su padre Javier Godó, conde de Godó, significa toda una alegría para el tenis español. El campeón está de vuelta. No está acabado como vaticinaron muchos.

En su discurso de campeón, Rafa dedicó el triunfo a su madre, que cumplía años, y el público respondió cantando un “cumpleaños feliz”. Un día feliz para el mejor tenista español de todos los tiempos, que ha igualado los 49 títulos en tierra de Guillermo Vilas.