Todas las previsiones se han cumplido menos las climatológicas, que eran las que no se tenían que cumplir. No ha llovido, pero la final que había soñado el Open Banc Sabadell está servida. En bandeja de plata. Con rosas y libros, como tocaba. Lo mejor de lo mejor: Rafa Nadal-Kei Nishikori. Ya quisiera un Masters 1.000 esta final. El quinto y el sexto del mundo enfrentados. Los dos campeones de 10 de las últimas 11 ediciones del Trofeo Godó en el último acto del torneo. El público que ha llenado las gradas del RCT Barcelona se frota las manos. La final, a partir de las 17.30 h., brinda la oportunidad a Nadal de escribir otro libro. El de su recuperación. El del renacido.

En el día más hermoso de Barcelona, Sant Jordi, la Diada de la rosa y el libro, Nadal y Kohlschreiber habían leído conscientemente las páginas del libro de sus enfrentamientos. Nadal ganaba 11 victorias a 1 a Kolschreiber. Todo eran rosas para el español y rosas con espinas para el alemán. El libro no daba opción al alemán. El español sabía que la única vez que había claudicado contra Kohlschreiber había sido sobre una pista de hierba en Halle y de eso hacía ya cuatro años.

Prohibido fallar

Kolschreiber no era ajeno a que Nadal cada vez que había llegado a esta fase del torneo barcelonés no había perdido. Siempre se había plantado en la final. De ahí sus ocho victorias a cero en semifinales. Y de ahí, sus ocho triunfos en final en el RCT Barcelona.

Número 27 del mundo, el tenista alemán aparecía como un adversario asequible para el número uno español, ahora en pleno ascenso de su juego. Y Nadal no escatimó esfuerzos. Jugó a su nivel. Machacó con toda la convicción de sentirse mejor, tiró sobre revés y derecha con más confianza que nunca. Sabía que ese partido era suyo, que esta semifinal no se le iba escapar, que quería estar en la final de mañana, que lo único que quiere es vencer, ganar, levantar sus brazos al cielo, celebrar, sumar victorias como cuando empezaba, como cuando tenía tanta hambre de triunfo como ahora.

Nadal no podía perder esta oportunidad. Tenía que aprovechar la ocasión. Volver a estar en la final del torneo en el club de la infancia, del trofeo que ha ganado ocho veces. Después de estar dos años fuera del podio, estar en la final para Rafa Nadal era algo más que una ilusión. Era la confirmación de que había vuelto, de que no estaba muerto como muchos agoreros se atrevieron a vaticinar. "Está acabado", decían con la misma facilidad que los aficionados futboleros dijeron que el Barça ya no ganaría más en la Liga. La final era la deseada. Los dos favoritos frente a frente. Los dos campeones de diez de las últimas once ediciones del Open Banc Sabadell en el pulso final, a partir de las 17.30h. Nadal venció a Philipp Kolschreiber, 6-3 y 6-3, y Kei Nishikori a Benoit Paire, 6-3, 6-2. 

Pero Nadal puede perder y puede que hasta no gane una final más. Pero si algo tiene es fortaleza mental, ganas, ansias, voluntad para vencer a la derrota. Y luchó por estar ahí. Y ganó Montecarlo por novena vez en su final número 100. Y mañana estará ahí, en la pista central, disputando su novena final, aspirando a su título número 69.

Nadal salió a escribir la página que quería. Disparó y disparó. Y el adversario no pudo responder como hubiera querido. Lo tenía difícil. En tierra, en la pista del dueño del torneo, poco podía hacer. Lo intentó. Ganó tres juegos en el primer set. Y tres más en el segundo. Su derrota fue digna de una semifinal.

Una ventaja de 8-1

Nishikori, por su parte, cumplió con su papel de defensor del título. Benoit Paire, 22 del mundo, intentó plantar cara, pero una vez más la fortaleza mental del japonés fue fundamental para plantarse por tercera vez en la final.

Nadal domina a Nishikori 8-1. La única victoria del japonés data del 2015 en Canadá.