La casualidad puso a Woody Allen detrás de las cámaras para dirigir sus propios guiones cuando sintió que, con Qué tal, pussycat? (1965), le destrozaban aquello qué él había escrito. El azar marca una de las citas más repetidas por el cineasta: "Si de Hollywood sale una buena película, es por pura casualidad". Una coincidencia ha querido, también, que presentara su nueva película la semana pasada, el mismo día que inauguraba con su banda el Festival Internacional de Jazz de Barcelona. Y de las carambolas de la vida, aquella pelota de tenis que puede caer a un lado o al otro de la pista después de tocar la red, hablaba Match Point (2005), uno de los escasos brotes verdes de una carrera que lleva muchos años tirando de inercia. Quizás consciente de la relativa unanimidad que genera la idea de que aquella historia criminal protagonizada por Scarlett Johansson fue su última gran película, Allen vuelve a pisar un camino similar y, con Golpe de suerte, repite el revés a dos manos.

Aunque el cineasta neoyorquino afirme que su nuevo largometraje no es una comedia, la verdad es que esta historia de infidelidades y revanchas apuesta por una ligereza en su tono que lo aleja del alma sombría de Match Point. Aquí, el accidente fortuito que arranca la trama es un encuentro casual por las calles de París entre Fanny (Lou de Laâge), una mujer adinerada, y Alain (Niels Schneider), un antiguo compañero de clase y aspirante a escritor. ¿Cómo estás, cuánto de tiempo, sabías que en aquella época yo estaba perdidamente enamorado de ti? La puesta al día despierta los viejos sentimientos de él y multiplica la sensación de ella de vivir un matrimonio sin pasión.

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A partir de aquí, la pareja multiplica sus citas al mismo tiempo que despierta las suspicacias del marido (Melvil Poupaud) de la chica, un hombre extraordinariamente controlador que se ha hecho rico con contactos en las altas esferas y con un trabajo tan misterioso como el de Chandler Bing, y probablemente más ilegal. La historia a tres bandas se irá complicando irremediablemente, el azar seguirá haciendo de las suyas, con variables como los celos, la inconsciencia, los errores de cálculo y los desayunos paseando por los parques de la cité del amour.

Mirar París con la mirada del guiri con pasta

Arrinconado por la industria norteamericana, Allen ha encontrado amparo en Europa, y, por primera vez, rueda en francés, a pesar de no hablarlo. Como ya pasaba en Vicky Cristina Barcelona (2008), en En Roma con amor (2012) o en el retrato de San Sebastián de Rifkin's Festival (2020), la mirada que el cineasta ofrece del París de Golpe de suerte vuelve a ser la del guiri con pasta. Es divertido ver cómo nuestro hombre vuelve a pisar la cerca del Sena; aquel escenario donde bailaba con Goldie Hawn en Todo el mundo dice 'I Love You' (1996) es ahora un escenario perfecto para encargar un asesinato. Y, claro está, que parezca un accidente.

Entre fiestas de gente con esmoquin, inauguraciones de galerías de arte, cenas en restaurantes carísimos y una cierta idealización de la vida bohemia (otro clásico marca de la casa), Woody Allen teje una telaraña frívola y ligera que se podría leer como una versión amable de la ya citada Match Point. Pero también, sobre todo cuando la madre de la protagonista aparece en escena, recuerda la extraordinaria Misterioso asesinato en Manhattan (1993). Interpretado de forma deliciosa por Valérie Lemercier, el personaje y sus gafitas, su forma de vestir y de caminar, y su carácter fisgón, remite inevitablemente a la Diane Keaton de aquella maravilla.

No hay ninguna duda que la mejor manera de disfrutar de su cine tiene que ser, a la fuerza, dejando de comparar a sus nuevas criaturas con las paridas en la mejor época creativa de su vida

Así pues, Golpe de suerte fluye por los caminos de la comedia criminal con aires del cine de Claude Chabrol, el gran especialista en el retrato negrísimo de la burguesía francesa, y ofrece un producto tan agradable y simpático como falto de todas aquellas agudas reflexiones sobre los claroscuros de la moralidad humana que convertían Delitos y faltas (1989), otra autoreferencia, en la gran obra maestra criminal de Woody Allen. En cualquier caso, no hay ninguna duda que la mejor manera de disfrutar de su cine tiene que ser, a la fuerza, dejando de comparar a sus nuevas criaturas con las paridas en la mejor época creativa de su vida. Disfrutemos, pues, de las pinceladas de genialidad de un autor irrepetible a la recta final de su fabulosa trayectoria.