Que ir a festivales de música se ha convertido en las nuevas escapaditas de fin de semana low-cost con free tour lo sabe todo el mundo. Mires donde mires, hables con quien hables, parece que nadie se escapa de esta aparente melomanía que nos lleva a congregarnos durante jornadas maratonianas de conciertos, con amigos y desconocidos, para ver a nuestros artistas favoritos del momento y beber cerveza a precio de oro. Ya no se trata de ir a uno al año, sino de coleccionarlos en masa. Pero esta asiduidad empieza a traer problemas. Todo es caro, hay demasiada gente, demasiadas colas, espacios demasiado impersonales, demasiado grandes, demasiado inabarcables.

El talento que está por venir

Por eso, cuando un festival decide cuidar a su público, ser un espacio amable, bucólico, se convierte en un oasis de felicidad y desconexión dentro de la hostilidad del hiperconsumo. Y este es precisamente el caso del Vida Festival. Tras celebrar su décima edición en 2024, el Vida Festival ha regresado los días 3, 4 y 5 de julio a la Masía d’en Cabanyes de Vilanova i la Geltrú. Bajo el lema #VidaReborn, las cosas buenas han seguido igual: una masía con bosque incluido que te hace vivir tu pequeño sueño burgués #mediterráneamente, una propuesta de cartel que siempre apuesta por el talento emergente, joyas internacionales a las que pocos otros festivales deciden prestar atención, y un público no buscadamente, pero sí propiciadamente, sin turistas a la vista. Podemos bajar la guardia, estamos en casa. Para esta edición, los platos fuertes corrían a cargo de artistas tan distintos como Rusowsky, The Lemon Twigs, Ca7riel y Paco Amoroso, Ichiko Aoba, Royel Otis, La Big Band de la Ludwig Band, Supergrass o Future Islands. Pero, en realidad, ninguno de los conciertos del Vida resulta menor.

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Mushka durante su actuación en el festival Vida / Foto: Gemma Sánchez / ACN

Ahora que los precios de los festivales parecen obligar a hipotecarse por una entrada, era un caramelo demasiado tentador como para dejarlo escapar: la primera la invita la casa, para que te enganches

Rabiosamente Gen Z

La jornada del jueves se abrió de la manera más catalana posible. Los herederos de Manel, la Ludwig Band, lo dieron todo. Y cuando digo todo me refiero a todos sus amigos que tocan un instrumento, todos sobre el escenario, ¡vamos allá! Un poco de bailoteo modesto, de ese que gusta a las boy bands catalanas, y los hits de una generación desencantada, pero con humor. Entre el público, toda la micro farándula catalana menor de treinta años. Precisamente este hecho no es casual. Como quien pasa el testigo a generaciones más jóvenes, para la jornada del jueves 3, gracias a Cultura Jove, se podían conseguir entradas por tan solo veinte euros. En un momento en que los precios de los festivales parecen obligar a hipotecarse por una entrada, era un caramelo demasiado tentador como para dejarlo escapar. Como eso de que la primera la invita la casa para que te enganches. Gracias a eso, fue una jornada de energía rabiosamente Gen Z. Las camisas hawaianas daban paso a las baby tees, la cintura baja y los bermudones muy anchos. Y conciertos como los de Xicu, Ouineta, Mushka o el show secreto de Figa Flawas, estuvieron a reventar.

Aunque generalmente las propuestas más exitosas suelen estar en el escenario principal, y sin querer desmerecer a los australianos Royel Otis, que devolvieron el indie radio-friendly a los nostálgicos de las sesiones de DJ Amable en Razzmatazz, los mejores momentos de la noche fueron en el Escenario Masía. El hijo de Jorge Drexler, Pablopablo, presentó su álbum debut Canciones en Mi. Guitarra, batería, saxo y una voz que tan pronto acertaba con los falsetes como con los gritos rabiosos en un momento de cambio. Consciente de su condición de nepobaby, encadenó "Las Tuyas" —canción que bromea con que sería mejor tocar las canciones de su padre que las suyas propias— con su colaboración con Ralphie Choo y el mexicano Carín León. El aplauso al terminar fue ensordecedor; al fin y al cabo, las buenas resultaron ser las canciones que él traía en el bolsillo.

Y como si el público no lo hubiera dado ya todo, el fundador de Rusia Idk, Rusowsky, hizo que se entregara aún un poco más. La presentación de su disco DAISY demostró su habilidad para fragmentar la realidad y reconstruirla dentro de un imaginario propio donde todo parece nuevo, fresco e innovador, pero en la comodidad de un universo conocido. Además, en el escenario lo acompañó su amigo y compañero de batallas, Ralphie Choo, para cantar tanto los nuevos temas como "BBY Romeo" y aquella primera "Dolores". Si bien el público lo dio todo y la banda no cometió ningún error en todo el concierto, entre canción y canción hubo unos silencios vacíos sin justificar. Pero, al fin y al cabo, a Rusowsky no le hace falta ser impecable para ser el favorito de la generación del descontexto.

En el Vida hay para todo el mundo, y nos recuerda que el glam rock, el pop barroco y el indie rock todavía tienen su espacio

La segunda jornada, aunque con una media de edad más alta, también hizo honor al talento de los más jóvenes, que ya llevan unos cuantos años girando por nuestros escenarios. La propuesta de Ca7riel y Paco Amoroso hizo volar más de una cabeza. Quienes han protagonizado uno de los Tiny Desk más celebrados de los últimos tiempos, han pasado de ser Gremlins de la música urbana a auténticos showmen del pop. Éxitos virales, traducciones al inglés de sus letras y una energía desbordante que hizo que, aunque parezca que están por aquí cada tres meses, siempre dejen con ganas de más. Y si hablamos de viralidad, también hay que destacar el momento en que Zimmer90 tocó "What Love Is" —la canción que colonizó el scroll de TikTok para celebrar los momentos más tiernos de nuestras vidas— hacia el final de la jornada. Todos los móviles bien en alto: aquí o se graba, o no ha pasado.

En el Vida hay para todo el mundo. Por eso, las guitarras tuvieron su momento más brillante con el power pop de The Lemon Twigs. Con el debido respeto a la exquisita demostración de técnica y duende de Yerai Cortés. Un set que nos recuerda que el glam rock, el pop barroco y el indie rock todavía tienen su espacio. Cortés tuvo al público en el bolsillo desde el primer momento, y es comprensible, teniendo en cuenta que interpretaron una versión de Los Brincos leyendo la letra mirando al suelo. Hay que valorar a quienes se esfuerzan por hacer de cada concierto, de cada público, un momento único e irrepetible. Una virtud que comparte con Kae Tempest, que con su spoken word punzante conmovió a todos los asistentes.

Hay que destacar la energía arrolladora de la joya bailable que fue Ezra Collective y la fiesta con canciones políticas de los Svetlana

Y, llegados a la última jornada, se puede afirmar sin miedo a equivocarse que el Vida ya es el festival favorito de tu modernito barcelonés preferido. Tanto si hablamos de aquel que en 2013 subía fotos de tostadas con aguacate y ahora viene con su hijo, como si nos referimos a un joven de diecinueve años que apenas muestra su cara en internet, salvo por un par de fotos borrosas con flash. Todos quieren disfrutar de su pedacito del festival más acogedor del Mediterráneo. Con un horario más nocturno, el primer gran momento fue la celebración del trigésimo aniversario del I Should Coco de Supergrass. Bocina incluida, y todos aquellos que fueron jóvenes y ahora traen a sus hijos con cascos protectores a cada concierto, tomaron posiciones. Tres décadas después, "Alright" sigue condensando la felicidad festivalera en el frenesí de su teclado. Ya entrada la noche, entre leyendas y recién llegados, Future Islands llevaron el synthpop al siguiente nivel. Aunque la voz de Samuel T. Herring quedó desdibujada al inicio del concierto, eclipsada por sus característicos pasos de baile de quien sabe pasárselo bien, temas como "Seasons" demostraron ser atemporales. De toda la edición, hay que destacar la energía arrolladora de la joya bailable que fue Ezra Collective. Pero si hay alguien que sabe llevar la fiesta y las canciones más políticas de los últimos tiempos al escenario, esos son Svetlana. El turismo nos devora, y nosotros bailamos al ritmo del corazón Barcelona. Frenéticos, coreografiados, teatrales e imparables, han sido el cierre de fiesta más eufórico y rabioso que ha visto el festival en sus once años de historia.