Una vez había un pueblo que se hizo rico con la Gran Guerra y el comercio fluvial de lignito y que años más tarde se derrumbó. A lo largo de todo un siglo, los aldeanos vivieron pasiones y desengaños, y durante un tiempo incluso se lo pasaron muy bien con la compañía de las más altas prostitutas. Había una francesa que volvía locos a todos los señores. También estaban los aristócratas, las citas de las damas para tomar chocolate, los hombres cornudos y alguna esposa infiel contra su voluntad, empujada por una fuerza del destino. Estaban el río, y los laúdes, y la minería. Después estuvieron las revoluciones de los mineros, y la dictadura, y el principio del fin del pueblo. La presa de 1966 acabó por completo con la bonanza. El pueblo es Mequinenza y aún existe, pero me cuesta tanto separar la realidad del mito que no me ocuparé de hacerlo justo ahora. La novela es Camino de sirga, es de 1988 y la escribió Jesús Moncada (Mequinenza, 1941). 

¿Os imagináis coger un laúd que funciona con la fuerza de caballos? ¿Os imagináis ir en barco desde Aragón hasta el Delta del Ebro? Esta fantasía me acompañó en toda la lectura.

Los recuerdos engañan 

La memoria colectiva no acaba de coincidir con la realidad. Me lo ha dicho Artur Garcia Fuster. Como Garcia Fuster ha hecho toda una tesis sobre la obra de Moncada, me ha parecido pertinente preguntarle cuál cree que es el punto fuerte de la obra magna del autor de Mequinenza. Me ha respondido esto:

Para mí, lo mejor de la novela es que sabe combinar la construcción de un mundo, en paralelo, a su destrucción. Y sobre todo, el uso de la ironía. Es una novela atravesada de falsos recuerdos, pero los personajes no lo saben. Y eso es muy divertido, porque constantemente quieren dejar en buen lugar al pueblo, mitificarlo, pero el mismo narrador, que recoge estas voces, los "boicotea". Y eso pone de relieve que no recoge un testimonio histórico, sino una invención literaria.

Pasamos de finales del siglo XIX a finales del XX, de la batalla de Tetuán a la República del 31, del tocador de una aristócrata venida a menos al Café de l’Honorat del Rom

Los falsos recuerdos son uno de los pilares más sólidos de las biografías, y una infinidad de biografías forman la historia de un pueblo y, por extensión, de un país. Moncada salta por las generaciones a través de la memoria de los personajes, de sus recuerdos vitales y sentimentales. Así pasamos de finales del siglo XIX a finales del XX, de la batalla de Tetuán a la República del 31, del tocador de una aristócrata venida a menos al Café de l’Honorat del Rom. Pasamos de un punto a otro con la cronología tan poco fiable del corazón. Una se quedaría a vivir, en este pueblo de río. ¿Os imagináis coger un laúd que funciona con la fuerza de caballos? ¿Os imagináis ir en barco desde Aragón hasta el Delta del Ebro? Esta fantasía me acompañó en toda la lectura.

Mi abuela Hortensia también creció cerca de una mina, y nació justo un año antes que Moncada: el mundo mítico de la abuela también tenía río, el Cardener, ascenso y caída en desgracia, y habita en mí de una manera parecida al de Mequinenza. La mujer a menudo me lo narró, este ambiente de la Súria de la época, cuando ella aún vivía y teníamos conversaciones. Súria no era ningún gran puerto, en comparación con Mequinenza, pero quizás los personajes de Camino de Sirga se sienten más importantes de lo que son por lo que vino después, que lo poble cambió de lugar. La Mequinenza de hoy, si la buscáis en el mapa, no es la que vio crecer al autor. Si queréis saber quién era Moncada, por cierto, corred a leer este artículo de Gustau Nerín

Mequinenza, el mito

Mequinenza es un lugar fácil de mitificar, porque cumple muchos requisitos para el mito: ascenso y caída, espacio fronterizo, río abundante, el único que tenemos, es decir, el Ebro. Los ríos son vida desde que el mundo es mundo, y una de las carencias estructurales de Barcelona es que no tenga un río y que esté enclaustrada entre los dos meados de burra que son el Besós y el Llobregat. La frontera es otro rasgo decisivo de este aura de Mequinenza. Oficialmente, Mequinenza forma parte de Aragón, es la Franja. Es significativo que forme parte de Aragón y que su escritor de referencia sea catalán. Moncada no formaba parte de jurados literarios, ni de las instituciones de escritores, ni de los partidos políticos que surgieron de las cenizas de la Transición. Era independentista, amigo de Pere Calders y de otros escritores de antes de la guerra. También era un lector amante de la literatura española –la primera vez que se topó con un libro en catalán fue en una excursión a Lleida, y compró una pila. Tradujeron toda su obra al castellano (¡y al aragonés!), pero la verdad es que Moncada no vendió mucho en castellano –y en catalán tampoco, y eso que Camí de sirga es una obra magna. La gloria es algo extraño, porque llega siempre tarde y no da dinero

Igual que se derrumba el pueblo, podríamos decir que se derrumba Cataluña. Esta era la tesis de Miquel Bonet cuando hablaba de la reedición del libro por parte del Club Editor. Pero, al margen de las interpretaciones que nosotros podamos hacer, me parece que Camí de sirga no habla de Cataluña ni de su decadencia como país, sino del siglo XX y de la gloria industrial y militar que acabó en desgracia. Volvamos a la interpretación sobre el pueblo que se derrumba. Sin caer en el engreimiento estéril que dice que todo va bien, porque no hay nada que vaya bien: el país está tensionado, vivimos sin temple cultural (ni fluvial, claramente), en una diglosia permanente y estructural de la cual encima se nos culpa. Y, aun así, querría infundir una cierta esperanza a los lectores: Cataluña hace siglos que acumula ilusos enterradores, y servidora todavía tiene afinada la pluma.