Hacer una reseña de Camí de sirga. Uau. Qué reto, qué papelón. Empecemos por las obviedades. Camí de sirga es una novela espléndida e incomparable. Lo que sería propiamente una “obra maestra” porque sostiene, como las paredes “maestras”, mucho peso encima y evita que el techo se nos caiga encima. Y porque enseña, como las personas “maestras” o “maestrizadas”, cosas relevantes para el crecimiento de otras personitas. Está en el top ten histórico —como mínimo— de las novelas escritas en valencianocatalán (el serbocroata del Mediterráneo Occidental) y es un libro divertido (una virtud literaria fundamental que no me canso de reivindicar). Ya podríamos dejarlo aquí, pero aunque solo fuera por la memoria de Jesús Moncada, deberíamos esforzarnos un poco más.
👓Jesús Moncada, el primer posmoderno de pueblo
Una novela de zombis y espectros
Una reedición siempre tiene motivaciones secundarias. Habitualmente, económicas. Pero como parece difícil que nadie se enriquezca con una novela de hace cuarenta años, convendremos que debe de haber otros motivos. Eso que se dice de “volver a poner al alcance del público lector las grandes obras de la literatura catalana”, claro. Pero también hay razones identitarias y políticas. Como en el caso de La mort i la primavera o Incerta glòria, el Club Editor de Maria Bohigas se ha destacado en los últimos años por fomentar lecturas resignificadas de clásicos, en la línea de eso que le gusta decir al director de TV3, Sigfrid Gras, y que bautizó como “despolitizar”, lo cual significa evitar el conflicto nacional y no molestar demasiado a los socialistas. Y me parece bien, ¿eh? Que ya estamos cansados de recibir golpes y no hace falta estar siempre metidos en la pelea.
No es muy atrevido afirmar que las lecturas que se hagan ahora serán más agudas que las de entonces
Para ello, una editorial dispone de varios mecanismos. El primero es elegir el momento de la reedición. Y el actual no puede ser más oportuno. Entre los nacionales catalanes se ha extendido una amenaza persistente de desaparición cultural y un pesimismo general sobre la supervivencia. Un sentimiento que no existía —o era más difuso— en 1988, cuando Camí de sirga vio la luz por primera vez. Por tanto, no es muy atrevido afirmar que las lecturas que se hagan ahora serán más agudas que las de entonces. La mía, por ejemplo: hace veinticinco años la leí como una simpática colección de anécdotas de café sobre cómo superar el pasado y regenerarse colectivamente, y ahora la he leído como una profecía oculta de Nostradamus. Al fin y al cabo, es una novela de zombis y espectros, uno de los grandes temas de nuestro tiempo. Un The Leftovers premonitorio que no puede estar más arraigado a la sensación tan catalanísima de “ir a menos”, aquí en versión extrema, hasta el aniquilamiento total.

Un The Leftovers premonitorio que no puede estar más arraigado a la sensación tan catalanísima de “ir a menos”, aquí en versión extrema, hasta el aniquilamiento total
Los otros dispositivos que engranan la resignificación editorial son los paratextos que acompañan la narración. Aquí encontramos dos epílogos y un anexo documental, muy bien cuidados. Del de Mònica Batet, sorprende que nos cuente que necesitó hasta cinco lecturas enamoradas de Camí de sirga para darse cuenta de que era “la fabulación sobre la historia de un paraíso perdido”. Pero bueno, cada cual lleva su ritmo y yo ya he confesado que la primera vez tampoco lo entendí bien. Sobre la visión de Artur Garcia Fuster, menos emocional y más analítica, me gusta que destaque el hallazgo de haber establecido el tono adecuado para este tipo de panegírico único sobre la aniquilación de un pueblo. Lo conceptualiza como la obra de un “cronista irónico”, y ciertamente es el gran truco de Moncada. Leyéndolo ahora, no puedes evitar la sensación de estar asistiendo a un funeral, donde se alternan llantos y chistes, el lamento y la sorna, con precisión. De hecho, debe de ser la única manera de contar esta tragedia sin empalagar, de evitar la solemnidad y de narrar con personajes caricaturescos —que esquivan el psicologismo barato— una tragedia total.

Cubierta de la reedición de Club Editor de Camí de sirga de Jesús Montcada
El talento de Jesús Moncada para manipular el tiempo y la memoria es extraordinario, pero a mí me roban el corazón sus imágenes cómicas
El talento de Jesús Moncada para manipular el tiempo y la memoria es extraordinario, pero a mí me roban el corazón sus imágenes cómicas, cultamente elaboradas y, al mismo tiempo, con la apariencia de haber sido extraídas de la observación popular. Por ejemplo, cuando el barbero polígamo y mujeriego abrillanta el cañón Mortífero como quien se lustrara el pájaro. Esa me encanta. Hay decenas de imágenes maravillosas, y no sobra ni una sola página en Camí de sirga. Ahora bien, la novela es tan autónoma que me parece complicado que cualquier intento de resignificarla prospere. De hecho, Moncada es transparente respecto a cómo debe leerse. Lo explica al comienzo: "Cuando las máquinas tensaron las sirgas de acero atadas a los pilares y el edificio cayó en medio de una nube de polvo, hacía más de trece años que la destrucción del pueblo había comenzado". La sirga era el método para remontar el río Ebro cuando no soplaba el viento, pero ahora es el instrumento de la destrucción. Porque la desaparición del viejo Mequinenza no fue un hecho azaroso y natural, sino una acción premeditada y tiránica, contraria a la voluntad del pueblo, de un enemigo que —desde tiempos remotísimos— está obsesionado con destruirnos la memoria hasta que no seamos nadie. No me molestaré ni en decir su nombre.