Carme Junyent, lingüista imprescindible e incómoda, tenía una habilidad única: decir las cosas por su nombre. Sin maquillajes ni dramatismos, pero con la serenidad de quien sabe que la supervivencia de una lengua no depende de discursos institucionales, sino de las decisiones cotidianas de sus hablantes. Entre sus aportaciones más potentes está la teoría dels indiferents, un concepto tan sencillo como revolucionario que nos ayuda a entender dónde estamos y hacia dónde vamos.

Un solo hablante puede marcar la diferencia

Junyent distinguía tres grandes grupos frente al catalán: los comprometidos, que quieren hablarlo y mantenerlo; los hostiles, que preferirían que desapareciera; y los indiferentes, la gran mayoría silenciosa, la gente a la que “le da igual esto del catalán”. Este tercer grupo es clave. No son enemigos de la lengua, pero tampoco aliados conscientes. No tienen una militancia clara, sino que se adaptan al entorno: si el català está presente, lo usan; si no, cambian sin resistencia. Su comportamiento no responde a ideología ni a una intención de hacer daño, sino a la simple inercia y pasividad del contexto.

En varios libros y entrevistas, Junyent señalaba que los indiferentes podían llegar a representar entre el 60 y el 70% de la población. Es decir, la mayoría. Por eso consideraba que no hacía falta obsesionarse con los hostiles, que en realidad son pocos, aunque muy visibles. El verdadero campo de batalla se juega en este terreno de la indiferencia. Si el catalán aparece como una lengua viva, normal y útil, los indiferentes se sumarán de manera natural. Pero si solo hay renuncias y silencio, ellos también callarán. Y es ese silencio el que hace más daño que cualquier ataque externo.

El verdadero campo de batalla se juega en este terreno de la indiferencia. Si el català aparece como una lengua viva, normal y útil, los indiferentes se sumarán de manera natural

La teoría es a la vez una advertencia y una esperanza. Advertencia, porque si cedemos y cambiamos al castellano cada vez que alguien no nos habla en catalán, transmitimos el mensaje de que la lengua es opcional, prescindible, y eso arrastra a la mayoría indiferente hacia el no uso. Esperanza, porque un solo hablante puede marcar la diferencia. Cuando tú mantienes el catalán, haces que el interlocutor indiferente se sienta cómodo en esa lengua y, a menudo, simplemente se adapte. Es un efecto dominó: cada interacción cotidiana puede reforzar o debilitar el catalán.

Es aquí donde la teoría de Junyent gana fuerza: el futuro del catalán no depende de grandes declaraciones políticas, ni siquiera de leyes que obliguen o protejan. Depende del gesto cotidiano de pedir el café con leche en catalán, de saludar al médico en catalán, de dirigirte al camarero o al vecino en catalán. Las instituciones pueden hacer políticas, pero sin esta base social, no hay decreto que valga. Si el compromiso no es personal y constante, el catalán se debilita en silencio.

Si el compromiso no es personal y constante, el catalán se debilita en silencio

Los indiferentes, de hecho, nos ponen un espejo delante: si nosotros cedemos, ellos ceden; si nosotros persistimos, ellos persisten. El poder de este grupo reside en su plasticidad. Y eso nos obliga a dejar de esperar milagros colectivos y asumir que la responsabilidad es individual. No hay otra estrategia: o nos mantenemos firmes en el catalán, o el campo queda vacío.

La teoría dels indiferents no es un relato catastrofista, sino un llamado al poder del catalanoparlante normal. Cada persona que decide hablar catalán está influyendo en ese 60-70% que se mueve con y según el viento dominante. Si logramos que el viento sople a favor, el catalán tendrá futuro. Y esta es quizá la mejor manera de honrar a Carme Junyent: no solo citándola, sino poniendo en práctica su lección. No callar, no renunciar y no pensar que la lengua se salvará sola. Por tanto, hay que tener en cuenta que el futuro del catalán depende, literalmente, de cada conversación que tengamos hoy. Así que procuremos que sean en catalán, por favor.