En Banyoles, cada día es un buen día para ir al Estany a dar una vuelta, pero el domingo es casi obligatorio encontrarse en una terraza para hacer el vermú con la excusa de estirar las piernas. Ponerse al día de bodas, separaciones y defunciones, despotricar de las Banyolines del Año, y, en definitiva, criticar (quien sea o lo que sea) es uno de los deportes locales preferidos de los banyolins. No se puede hacer re, soms aixins. Pero domingo pasado, en una terraza de aquellas que te clavan ocho euros por unos berberechos (y como es domingo no pasa nada), dos chicas sorprendían y no criticaban nada ni a nadie y tampoco hablaban de la covid-19, ni de los confinamientos, ni de los cambios de las restricciones.

Discutían sobre la famosa (y todavía vigente) cuestión de los diacríticos. Y este debate me llamó tanto la atención que no pude evitar escuchar los argumentos de cada una de las interlocutoras sobre este asunto. Así que si nunca leéis este artículo, chicas, perdonadme esto de escuchar conversaciones ajenas. El caso es que una de las chicas afirmaba que ella todavía ponía los acentos diacríticos, ya que "por algo se los había aprendido cuando estudiaba" y que dejar de utilizarlos porque "lo decía una norma" no le parecía bien.

La otra chica, en cambio, le explicaba que a ella ya le iba bien "no tener que pensar tanto" y que al final, en toda esta polémica entre defensores y detractores de los diacríticos, lo que tenía que prevalecer era la comunicación y que, "si en el contexto en que se utilizan no hay ninguna ambigüedad, no hay que usarlos". Y, claro está, el vermú, de repente, contaba con muchos ingredientes interesantes: amistad, bravas, olivas, sol radiante y diacríticos. ¿What else?

Cuando nuestra lengua recibe una modificación, esta nos afecta, nos interpela y nos mueve, y eso confirma que la lengua no nos da igual

Este diálogo demuestra que hay un interés por la lengua. Y eso, aparentemente insignificante, es básico para la supervivencia del catalán. Más allá de posicionar y de tomar partido en este dilema diacrítico, más allá de estar o no estar de acuerdo y más allá de practicar o no la desobediencia diacrítica, aquí lo que nos interesa es el debate y las consecuencias de una decisión lingüística (y polémica). Es decir, cuando alguien modifica, cuestiona, ataca o toca alguna cosa de nuestra lengua, porque esta es precisamente nuestra, también nos toca a nosotros. La lengua es materia identitaria y esta identidad nos construye, nos hace ser como somos, nos explica y nos define. Y cuando nuestra lengua recibe una modificación, esta nos afecta, nos interpela y nos mueve, y eso confirma que la lengua no nos da igual. Ahora bien, esta última afirmación tampoco nos resuelve si tenemos que superar (o no) los diacríticos.