La casualidad (o no) ha querido que el mismo día coincidan el lanzamiento del nuevo disco de The Rolling Stones y la película que Martin Scorsese lleva meses anunciando. Ligados durante tantos años, la banda y el director neoyorquino han ido siempre de la mano. Algo que aún sostienen, con puntos y algún vínculo en que coinciden. Es difícil encontrar otra conexión tan firme entre el rock y el cine. Hay muchas asociaciones entre ellos, una que mantengo perenne en la retina es aquella escena en Infiltrados. En el cine, con todo a oscuras y en pantalla grande, la imagen de inicio con Jack Nicholson entrando en una cafetería mientras suena de fondo Gimme Shelter es imbatible. Incluso filmaron juntos aquel documental (no dejaba de ser la grabación con muchos medios de un concierto en el Beacon Theatre de Nueva York), Shine The Light, con, entre otros, Christina Aguilera como invitada. Por aquel entonces nadie entendió que ella estuviera allí. Ya saben que a veces, como en otras tantas disciplinas, cuesta abrir la mente un tanto conservadora de los aficionados al rock n´roll.

Si con lo de Aguilera no hubo suficiente, ahora va y aparece Lady Gaga. Alguien que, por otro lado, no es dudosa demostrando que esto no es casualidad; se soltó el pelo con Metallica en una entrega de premios (los Grammy de 2017) con fuego incluido, lógicamente las conocidas sesiones junto a Tony Bennett que acabaron en disco y, para el que todavía no esté convencido, su papel en la película La Casa Gucci en que desafiaba el legado de Sofía Loren. Es decir, a día de hoy tiene más actitud que la mayoría de músicos tatuados que presumen de autenticidad. Lady Gaga, con un simple pestañeo, se fulminaría a la mayoría. Y así fue cómo lo entendieron Mick Jagger y Keith Richards. Sobre todo, Mick, que para los negocios es un lince. Y es quién a sus ochenta años sostiene a la banda. Las grandes decisiones pasan por su cabeza (y también su músculo). Como, por ejemplo, la elección del productor del disco que publican este viernes.

The Rolling Stones Hackney Diamonds disco review 2023

Deconstruyendo Hackney diamonds

A estas alturas, y contando que el último disco con material propio de los Stones (siempre me gustó más esto que decir los Rolling) tiene ya dieciocho años (el irrelevante A Bigger Bang), en esta ocasión debían contar con alguien joven, entusiasta, que esté al día de las nuevas tendencias, pero que sepa de dónde vienen y cómo son sus compañeros de aventuras. Su nombre es Andrew Watt y ha trabajado con tótems como Ozzy Osbourne o Iggy Pop, a quienes les ha insuflado un nuevo aire. Antes de la llegada de Hackney Diamonds ha habido dos adelantos, ambos con reacciones distintas. El primero dejó al personal perplejo: ¿otra vez el mismo riff de siempre? Y la imagen de portada, ¿es retro futurista? Y el videoclip, ¿es necesario que salga la actriz protagonista de Euphoria subida a un descapotable? A ver, ni ha sido la primera ni será la última vez (conviene recordar los videoclips de Aerosmith en la etapa de Get A Grip). Entonces, ¿por qué asustarse y generar alarma? Además, surge esta otra prerrogativa: ¿dentro de veinte años se colocará este Angry a un nivel parecido al de Start Me Up?

Bien o mal, lo importante es que se ha hablado de nuevo de los Stones. Y a ellos, a los primeros espadas, eso les encanta. A Mick al que más; le fascinan los focos. Y lucirse, pues a su edad está en condiciones de mostrar; lucir ese tipo espléndido y esa sonrisa permanente. En cambio, Keith está de vuelta de todo. Se deja llevar. ¿Qué deciden filtrar la primera canción a través de una radio inglesa? Un plan perfecto. ¿Qué toca ir a reunirse con Jimmy Fallon para que te entreviste? Esa acción también la firma. O Ron Wood, que durante los años de dudas, era quién aguantaba con más solidez los cimientos del grupo en escena. Ahora ya Wood tampoco fuerza la máquina, pero él sigue ahí. Todos confían en el mando y el poder de convicción de Mick Jagger. Quién, por desgracia no está es Charlie Watts. Y aunque era el miembro más discreto (por su carácter), tenía carisma como el que más, y su manera de tocar la batería era única, especial. De hecho, en el concierto de The Rolling Stones en 2022 en Madrid fue uno de los aspectos que más se criticó (el exceso de pegada de su sustituto, echando en falta la finura jazzy de Charlie).

 Si este fuese (hipotéticamente) un disco de despedida, se irían dejando un buen sabor de boca

A todo esto, llega el segundo single, Sweet Sounds Of Heaven. Y aquí sí, hay unanimidad, hasta los más escépticos dan su aprobación. A pesar de la presencia de… sí, ¡Lady Gaga! Una canción con dos versiones, una corta de cinco minutos y la larga de siete. Como antiguamente, la versión editada para radios y luego la que iba en el LP. Un corte en el que fluye la esencia stoniana más pura, muy parecida a la que había en Gimme Shelter, con sabor a góspel y el piano de Stevie Wonder, más esa manera que tiene Jagger de paladear y deletrear cada sílaba y sus pertinentes armonías. La canción en sí emociona, con ese piano de entrada que te conduce hasta esas carreteras por las que tanto y tan bien transitan, ese poso de blues (cabe recordar que su último disco eran adaptaciones ajenas de ese género) y el efecto simbólico de las coristas casi anónimas del documental 20 Feet From Stardom. Por tanto, y con esto como anticipo, ¿cómo son el resto de las canciones del disco? ¿Dónde les sitúa a ellos y a sus seguidores? ¿Nos lo tomamos en serio o lo dejamos en mera anécdota? A falta de un veredicto más profundo (el que da las escuchas más reiteradas de un álbum), aquí todos salen (salimos) bien parados. Si este fuese (hipotéticamente) un disco de despedida, se irían dejando un buen sabor de boca.

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Foto: Europa Press

Hay piezas que tienen patente de corso, la del Jagger sobrio que circula en solitario (Depending On You y Driving Me Hard), el piano de colorines y saltarín de Elton John en Live By The Sword (repite en la luminosa Get Close), el rock aguerrido y juvenil de Whole Wide World y, sobre todo, Bite My Head Off, con la que es la sorpresa mayúscula de este disco: el bajo salvaje que toca Paul McCartney en una canción punk y desenfrenada que obliga a repetir escuchas. Al parecer, también fue Paul quién sugirió el nombre del productor. Por otro lado, que las baquetas de Charlie Watts estén presentes en la bailable y adictiva Mess It Up es algo más que el homenaje al compañero caído: es la prueba de que sin él no hubiesen sido la misma banda. Y después, el tópico, la inevitable canción cantada por Keith Richards. Entrañable, sí, pero por debajo de lo que él acostumbraba. Y al final, la versión de Rolling Stones Blues de Muddy Waters con Mick (como sopla aún la armónica) y Keith (rindiendo pleitesía a sus héroes), uno frente al otro, y que es un guiño a mil cosas; sobre todo a sus orígenes y al propósito que tenían estos soñadores para sus sesenta años (¿o serán más?) de carrera: conquistar la vida eterna para esa lengua legendaria.