Lo explica Johnny Tarradellas, toda una institución del género, en un artículo publicado en el Museu Virtual Gitano: la rumba nació a principios del siglo XX en la calle de la Cera del Portal de Barcelona, el barrio que actualmente conocemos como Raval, allí donde desde hacía más de cuatro siglos vivía una amplia comunidad gitana catalanohablante, convirtiéndose con el paso de los años en uno de los ritmos más autóctonos de nuestra musicología. Imposible entender nuestra identidad sonora sin el entusiasta giro de ventilador sobre la guitarra, amplificado por el repiquetear de palmas. La rumba es catalana y los catalanes, "gitanitos y morenos".

Los reyes de la rumba catalana

En la década de los años veinte del siglo XX, en las tabernas y bares del Portal resonaba el flamenco interpretado por respetados miembros de la comunidad gitana del barrio. Eran viejos sabios que se arrancaban por palos jondos. A buen seguro que eran veladas únicas, pero demasiado serias y litúrgicas para los más jóvenes, que anhelaban amenizar las noches con sonidos más alegres y festivos. Fue así, partiendo de la tradición para acabar transgrediéndola, como guitarristas prematuramente prodigiosos como el Orelles o el Toqui tomaron ritmos más entusiastas como el garrotín y los insuflaron de la cálida resonancia de músicas llegadas de Cuba. De la fusión de todo aquel universo de melodías y armonías, surgiría una primitiva muestra de lo que acabaría conociéndose como rumba catalana. Un sonido que poco después perfeccionó Onclo Polla u Onclo González y que este transmitió a su hijo, Antonio González El Pescaílla. Y con él, otros jóvenes gitanos del Portal como Josep Maria Valentí El Chacho, también conocido como El Primer Ministro de la Rumba, o Pere Pubill i Calaf Peret, el indiscutible Rey de la Rumba Catalana.

A mediados del siglo XX, la rumba catalana ya era la música que más sonaba en el barrio Chino de Barcelona, en Gràcia y Hostafrancs, de donde se propagó a otras ciudades catalanas como Vic, Tàrrega, Mataró o Perpinyà, donde llegó de la mano del Onclo Lluís, después de que este hiciera un viaje a Barcelona y se quedara fascinado con la música de Peret.

Desde entonces, la capital de la Catalunya Nord, donde la comunidad gitana ha sido uno de los principales pilares para mantener el idioma al otro lado del Canigó, se convertiría en uno de los epicentros del género, exportando la rumba catalana a otros puntos del estado francés como Montpeller, de donde surgirían Gipsy Kings, formación que ha vendido más de 60 millones de discos por todo el mundo.

Mientras tanto en nuestra casa surgirían artistas y formaciones rumberas como Los Amayas, Els Chavós, Chango, El Noi, Ramonet, Rumba Tres, a la vez que seducía muchas de las aventuras enmarcadas dentro de la Ona Laietana como la Orquesta Plateria o Gato Pérez, uno de los grandes revitalizadores de la rumba catalana los años setenta y ochenta.

Llegados a la década de los noventa, la rumba siguió viva gracias a la popularidad de grupos como Los Manolos y la adopción que hizo del género la generación Sonido Barcelona. Con Manu Chao como profeta del mestizaje, tras él vendrían Ojos de Brujo, Dusminguet, La Kinky Beat, Muchachito Bombo Infierno, La Troba Kung-Fú, Estopa, Gertrudis, La Pegatina, Bongo Botrako, Txarango..., grupos que convivieron con propuestas más vinculadas con las formas más puras de la rumba como Chipén, Ai, Ai, Ai o Sabor de Gràcia, haciendo todos ellos y ellas de la rumba catalana patrimonio inmaterial de la humanidad.