Cuando se estrenó The Bear en 2023, aquello fue un bombazo. Todo el mundo hablaba de ella. Era la serie que tenías que ver sí o sí. Quien no lo hacía, corría el riesgo de perderse algunas conversaciones jugosas (ya se sabe, en comidas o encuentros con gente casi siempre sale el tema de las series). The Bear tenía la capacidad de introducirte en aquella cocina, ese tugurio que empezó haciendo bocatas y que, gracias al boca a boca —no hay mejor estrategia de marketing para un negocio—, acumulaba colas de gente ávida por descubrir ese tesoro. El olor y el sabor de esos sándwiches pringosos traspasaban la pantalla. Pero era el ritmo frenético y la música que la ambientaba lo que le daba a cada capítulo ese extra, como ese pepinillo que acaba decorando el manjar. Es más, era una serie que te comías en tres bocados, la engullías porque creaba adicción. Sin embargo, tal y como ha ocurrido con otros títulos últimamente, se hubiese agradecido un estreno semanal a la vieja usanza, para disfrutar con más calma y atención cada acción y fijarnos detenidamente en la elaboración.
Era una serie que te comías en tres bocados, la engullías porque creaba adicción. Sin embargo, tal y como ha ocurrido con otros títulos últimamente, se hubiese agradecido un estreno semanal a la vieja usanza, para disfrutar con más calma y atención cada acción y fijarnos detenidamente en la elaboración
Con las expectativas (y cierta impaciencia) por las nubes, llegaba una segunda temporada que alcanzaba otras instancias. Dejaba de ser tan punk para convertirse en algo más arty. Y también se indagaba más en los personajes, sobre todo en su profundidad emocional y en los conflictos. Al timón seguían Jeremy Allen White y Ayo Edebiri. Al primero (Carmy, en la serie), tras su paso por la gamberra Shameless (diez años de rodajes lo coronaron allí), su papel como cocinero lo colocó en otro nivel. No era solo un actor, era algo más: un gancho para las marcas de publicidad y, condicionado por su relación con Rosalía, carne de cañón de la prensa más carroñera. A Ayo (Sydney en la serie) le cambió la vida. De repente, estaba metida en una pomada que no esperaba. Y, ya de paso, recogió algún premio (como Jeremy) por su paso por The Bear. Entre tanto, y con más giros de guion, se resolvía esa nueva entrega de capítulos, con tres grandes picos: la aventura en Copenhague de Marcus (L-Boy, miembro del colectivo de rap Odd Future, del que han salido figuras como Tayler, The Creator o Frank Ocean, aquí dando vida el repostero del local) y sus postres; el capítulo dedicado a una de las cocineras del restaurante, la entrañable Sydney, interpretada por la veterana Liza Colón-Zayas (una entrega maravillosa, tal vez la mejor en la historia de la serie, para revisar de forma independiente de vez en cuando); y el titulado Fishes, esa locura que, de vez en cuando, está presente en comidas familiares y navideñas (con una Jamie Lee Curtis invitada y al límite, y el lanzamiento deliberado de tenedores). Mientras, en el último episodio, con la apertura del restaurante The Bear, Carmy se queda atrapado en el refrigerador y se arrepiente de sus palabras contra su enamorada Claire. Quizá ella no sea la culpable de que él esté descentrado en su trabajo y al borde de un ataque de nervios. Un cierre con muchas incógnitas y puertas que se podían abrir o cerrar, tanto en lo profesional como en lo personal.
Con el cuchillo entre los dientes
Y con la tercera llegó la falta de ideas y cierta perdida chispa: a la salsa le faltaban sal y pimienta. Carmy entra en otra liga, la de los grandes chefs. Y eso no benefició ni a su personaje ni al relato de la propia serie (mucho más anodina). Algún fogonazo había, pero no enganchaba igual. Quizá no fuese desgaste, sino algo tan simple como que no había una guía que hiciera palpitar la historia. Eso sí, y jugando a su favor, de cara a la siguiente tanda de capítulos (que se han estrenado ahora), dejaba muchas cartas por escribir: cuán importante es una buena o mala reseña de tu restaurante en un gran periódico, decisiones que tomar y que nos hacen dudar (¿qué hará finalmente Sydney con su vida profesional?), en lo personal y en lo profesional (algo siempre tan unido). Por eso arranca con una canción de Led Zeppelin de título insinuante: That’s the Way. Es una declaración de principios. “Prueba a ser un poco menos miserable”, le dice Sydney a Carmy. “Eso me ha dolido”, responde él. Así empieza esto, con el cuchillo entre los dientes. Y, a pesar de las desavenencias, un reto: salvar los muebles y, a ser posible, conseguir esa estrella. Hay que ponerse las pilas: vuelve el ritmo endiablado a la cocina y la tensión controlada a la sala principal. El equipo tiene que convencer a los escépticos.

Vuelve el ritmo endiablado a la cocina y la tensión controlada a la sala principal. El equipo tiene que convencer a los escépticos
De todas maneras, con los fogones ya sin mecha y las luces apagadas, es hora de recapacitar y pedir perdón. “Hoy ya es mañana, primo”, dice Richie, el jefe de sala, interpretado por un Ebon Moss-Bachrach que, entrañable en su disfuncionalidad social, en muchos instantes de la serie se destapa como el principal activo de The Bear. Esta es, en esencia, una temporada de conversaciones, de reconciliarse, de añorar cosas e instantes. La mayoría hablan, cuando son asuntos sustanciosos, con lágrimas en los ojos. Ya sea en la distancia corta o en la larga. Todos tienen algo que expresar: el dolor repentino o un sueño incumplido. Incluso alguna mentira piadosa. “¿Tienes esa sensación de no quererte ir a casa?”, advierte Marcus. “¿Para no estar solo?”, replica Carmy. Y entonces los dos se miran y asienten con la cabeza. Según ellos, solo hay una verdad sobre los restaurantes: nunca estás solo. Esa es la clase de diálogos que impregnan esta versión de The Bear. Porque lo que prima en el restaurante es hacer feliz a los comensales con algo tan sencillo como un bocadillo troceado de ternera. “Aquí tenéis a gente que lee la mente”, le dice uno con pinta de crítico a un Richie crecido.
La Super Bowl se juega cada noche
En esta temporada, quien protagoniza más momentos —unos dulces y otros agrios— es Sydney. La salud de su padre, el encuentro con una vieja amiga (y su adorable hija Sophie), y las dudas sobre tomar un camino u otro. Aunque lo que la empuja a tomar una decisión definitiva es el sentimiento de familia que hay en el restaurante: más vale malo conocido que bueno por conocer. Y siempre, siempre, la familia y sus conflictos. En este caso, la de Carmy: su madre y esa caja con fotos, y el arrepentimiento por no haber estado a la altura. Para compensarlo, él le cocina algo rico, un pollo asado que aprendió en un viaje. Y claro, la boda. Si en el ciclo anterior fue Fishes, en este es el capítulo sobre la boda de Tiff (la exmujer de Richie, interpretada por Gillian MacLaren Jacobs), también con doble duración. Entre los invitados: Josh Hartnett, la vuelta de Bob Odenkirk (sí, el de Better Call Saul) o Sarah Paulson. En la boda, conversaciones a escondidas bajo la mesa y, en el momento del baile, parejas que se sinceran al oído.
Tras el ligero resbalón de la anterior, esta cuarta temporada —la fuerza de la misma está en el carácter de los personajes— afianza a The Bear como esa serie que te reconcilia con los festejos y, asimismo, con los sinsabores de la vida
Todo aquello que apuntaba a terrorífico se vuelve una balsa de aceite. Y, como seña de la serie, el barniz de la música. ¿Es esta la mejor banda sonora de siempre? Están los que esperas: Dylan, Van Morrison, The Ronettes, R.E.M., Eddie Vedder, Wilco, Oasis, Elton John… Pero hay dos que aquí son realmente inesperados: el cierre del penúltimo capítulo con un tema que ha sonado recurrentemente a lo largo de las temporadas siempre que ha habido momentos de tensión: New Noise de Refused y, para concluir estos diez nuevos capítulos, la música de St. Vincent que amansa a las fieras. No en vano, y tras el ligero resbalón de la anterior, esta cuarta temporada —la fuerza de la misma está en el carácter de los personajes— afianza a The Bear como esa serie que te reconcilia con los festejos y, asimismo, con los sinsabores de la vida. Y es que, en esa cocina, y según Richie, cada noche se juega la Super Bowl. Y hay que salir a ganar. Brindemos entonces por ello.