Cádiz, 19 de marzo de 1812. Hace 209 años. Una reunión de exiliados o de fugitivos (depende cómo se quiera mirar) que se habían concentrado en unas autoproclamadas cortes, promulgaba 'la Pepa', el segundo texto constitucional de la historia española (el primero había sido la Carta de Bayona|Baiona, de 1808). Aquellas pretendidas cortes serían el momento culminante de la vida política de Antoni de Campmany de Montpalau y de Surís, la figura más relevante de la triste Ilustración catalana (fiel reflejo de la pintoresca Ilustración española dominada por la Inquisición y el régimen borbónico), y uno de los personajes más controvertidos de la Catalunya de su época. Campmany defendió la pervivencia de los gremios catalanes (como un sistema propio y tradicional de producción, gravemente amenazado por las políticas económicas del régimen borbónico), y la participación de sus dirigentes en la vida política (como una forma de restaurar el estado foral catalán anterior a 1714).

Representació de la Casa de la Lonja|Palco de Mar (finales del siglo XVIII). Fuente Casa de la Lonja|Palco.

Representación de la Casa de la Llotja de Mar (finales del siglo XVIII) / Fuente: Casa de la Llotja.

En este punto, se podría considerar que fue uno de los pioneros en proponer la reformulación de la monarquía borbónica española. Y por este motivo se ganó el odio de buena parte de los representados de los países castellanos en aquellas pretendidas cortes, que le dispensaron una curiosa batería de insultos: "asesino, pirata, negro calumniador, delator, ansioso de morder, dómine pedante...". Pero, también, en nombre de una pretendida modernidad y de una rampante españolidad, proclamó que el catalán era una lengua vieja y miserable, propia de las clases rústicas e iletradas del Principado: “el catalán es una lengua muerta para la República de las Letras, es anticuada, plebeya y desconocida hasta para los propios catalanes”. Una curiosa proclama que revela una extraña ideología de autoodio que, desde la derrota de 1714, impregnaba ciertas clases dirigentes del país. ¿Campmany fue un pionero o no pasó de la categoría de colaboracionista?

El proyecto andaluz

La carrera política de Campmany se iniciaría con un curioso proyecto (una mezcla de ilustrada modernidad y de absolutismo tronado) que generó un gran interés en su época. El año 1766, Pablo de Olávide, intendente de los "Cuatro Reinos de Andalucía", presentaba su proyecto de "Colonización de los desiertos de Sierra Morena y de Écija", que, dos años más tarde (1768), se materializaría con la llegada de un contingente de 1.500 familias bávaras, alsacianas, flamencas y piamontesas. Las dificultades de adaptación de aquellos colonos a un clima seco y caluroso y el violentísimo recibimiento que les dispensaron los latifundistas andaluces estuvo a punto de hacer descarrilar el proyecto. En este punto, Campmany, que ya era un colaborador de Olávide, adquirió una dimensión inesperada. Con un entusiasmo a prueba de bombas, sustituyó a los colonos centroeuropeos muertos por el calor o por las balas por campesinos catalanes y valencianos.

Representació de los Oficios gremiales catalanes en el siglo XVIII. Fuente Museu Nacional d'Art de Catalunya

Representación de los Oficios gremiales catalanes en el siglo XVIII / Fuente: Museu Nacional d'Art de Catalunya

"Catalanes laboriosos, castellanos ociosos"

La destacada participación de Campmany, sobre todo en la segunda fase de aquel proyecto (1766-1780) es muy importante porque marca el inicio de su carrera pública y porque revela su ideología. Campmany convenció Olávide con el dudoso argumento de que los catalanes y los valencianos eran de naturaleza laboriosa, contrapuesta a la de los castellanos y de los andaluces que eran naturaleza ociosa. Acertado o no, el caso es que la llegada de un contingente de campesinos leridanos y alicantinos a los desiertos andaluces -y no la incorporación de población local como pretendía Olávide- salvó el proyecto. Cuando menos, evitó su fracaso más estrepitoso. Antes y después, Campmany siempre defendería que Catalunya, dotada de una ancestral cultura de trabajo que había creado una vocacional clase empresarial y una abnegada y disciplinada mano de obra tenía que jugar el papel de motor económico de la nueva y moderna España que imaginaba.

Centinela contra Franceses

Pero toda aquella ideología de modernidad se reveló como una paradoja con la llegada del régimen bonapartista (1808). Con la coronación de José I y, sobre todo, a partir del momento que Catalunya es separada del reino español e incorporada al imperio francés (1808-1814), aparece como uno de los opositores más reaccionarios al nuevo régimen. Creó una publicación titulada Centinela contra Franceses (1809-1810), donde afirmaba cosas al estilo de “En Francia (...) no hay más que una ley, un pastor, y un rebaño, destinado por constitución al matadero (...) no hay provincias, ni naciones; no hay Provenza, ni provenzales; Normandia, ni normandos (...) como ovejas, que no tienen nombre individual, sino la marca común del dueño, les tiene señalados unos terrenos acotados (...) con el nombre de departamentos, como si dixéramos dehesas, y estos divididos en distritos, como si dixéramos majadas”. Le faltó decir "el cazo le dijo a la sartén".

Representació moderna de las Corts de Càdis. Promulgació de la Constitució (1812). Fuente Wikimedia CommonsRepresentación moderna de las Cortes de Cádiz. Promulgación de la Constitución (1812) / Fuente: Wikimedia Commons

En riguroso castellano de Madrid

El clandestino Centinela se editó en Madrid, siempre en riguroso castellano. Pero también se distribuyó en Catalunya -clandestinamente, también- en su castellana edición madrileña. Y en este punto, no podemos obviar una curiosa evidencia que, también, revela la ideología de Campmany y la del grupo que representaba: mientras que el Diario de Barcelona (controlado por las nuevas autoridades francesas) se pasó a editar en dos columnas en catalán y en francés (el catalán recuperaba su oficialidad después de casi un siglo de prohibición y persecución); la Gaceta Militar y Política del Principado de Catalunya o el Centinela contra Franceses (en manos de las oligarquías antibonapartistas más reaccionarias del país) se editaron exclusivamente en castellano. En unos Països Catalans donde más del 90% de la población no sabía hablar ni leer el castellano.

Mapa contemporáneo del Primer Imperio francès. Fuente Wikimedia Commons

Mapa contemporáneo del Primer Imperio franceés / Fuente: Wikimedia Commons

Los diputados catalanes, el hazmerreír de la cámara

Hablando de saber leer y escribir en castellano, Campmany -a pesar de su entusiástica admiración por la lengua del poder- también tuvo sus problemas. La lengua materna de Campmany era el catalán, pero no lo utilizó nunca para actos solemnes. En Cádiz, subió al atril un mínimo de doscientas veces. Fue uno de los diputados más prolíficos, pero, también, fue el que más burlas sufrió por su fuertísimo acento catalán y por sus catalanadas. Campmany, Aner y Dou, los tres diputados catalanes más activos en aquella pretendida cámara y entusiastas defensores de la "unidad española" contra la incorporación de Catalunya al imperio francés, fueron, siempre, el hazmerreír de sus compañeros de los países castellanos. En este sentido, los diarios de sesiones (que, por cierto, fueron creados a propuesta del mismo Campmany) recogen detalles que estarían muy por debajo del mínimo decoro que se le presuponía a una reunión de aquel nivel.

El altar de los sacrificios

Se puede decir que Campmany fue un producto de su tiempo, que significa de la trágica derrota de 1714? Un intelectual que investigó y divulgó la etapa de plenitud medieval catalana. Un político que buscó el encaje definitivo de Catalunya dentro de España. Y un hombre que se retiró decepcionado y derrotado por el espíritu de la España atávica, eterna y asilvestrada -de fábrica inquisitorial, oligárquica y castellana- que, ingenuamente, pretendía reformar, poniendo Catalunya al frente. La historia reciente pone de relieve que Campmany fue un personaje malogrado, que empleó sus energías en un ideal estéril. Ni siquiera poniendo sobre el altar de los sacrificios el catalán, principal elemento de identidad de la nación catalana y primerísima bestia negra de la España castiza y cañí. La España nacionalista de inspiración clara y reveladoramente francesa que, en aquel momento, se incubaba en las filas liberales. ¿Campmany, pionero o colaboracionista?

 

Imagen principal: Retrato de Antoni de Campmany / Fuente: Casa de la Llotja de Mar