Es una lástima la poca imaginación y maña de los diarios que llevan en portada la muerte de Tina Turner, fallecida de cáncer en su casa, en Suiza. Solo ABC no lo publica en primera página y poco les falta a sus colegas del Trío de la Bencina, El Mundo y La Razón, que le reservan espacios tan enclenques y títulos tan altisonantes que la noticia parece alguien vestido con ropa tres tallas más pequeña. Si alguien era "simplemente la mejor" o "la reina del rock" y la despides en un rincón de la portada, o no te has matado mucho o no crees nada de lo que dices —o ambas cosas al mismo tiempo. El resto de diarios también titula con uno de esos dos conceptos, tan tópicos, especialmente el primero, una traducción de Simply the Best, nombre de la primera recopilación de grandes éxitos de ella, de 1991. Tina Turner, superviviente de mil maltratos y dolores físicos y morales de todo tipo por ser mujer y artista —empezando por su primer marido, Ike Turner y acabando por la muerte prematura de su hijo Ronnie— era un emblema del coraje y una profesional estratosférica. Se merecía un título con diez minutos más de cerebro. La empanada parece general porque casi no acierta ni Libération, diario de referencia a la hora de despedir personalidades fallecidas.

"¡Es una señal importante y una novedad mundial! ¡Vamos!", ha tuiteado con entusiasmo el ministro de Transportes de Francia, Clément Beaune, este miércoles. "París prohíbe los vuelos cortos si hay alternativa en tren", dice Ara en portada, con más entusiasmo todavía. El diario titula muy por encima de las posibilidades de la realidad, con una sinécdoque, llamémosle abusiva. El ministro francés también celebra demasiada fiesta para tan poco santo. La medida es pionera, sí, pero, en realidad, solo afectará a algunos vuelos entre París-Orly y las ciudades de Nantes, Burdeos y Lyon. Es una lástima, dado que el transporte causa un 30% de las emisiones de dióxido de carbono.

El alcance del decreto es extremadamente limitado también porque no afecta a los vuelos de conexión y porque establece otras condiciones restrictivas a sus efectos. Ahora es un lío detallarlas, pero con un caso queda claro el tipo de malabarismos legales que dejan el asunto en mucho ruido y pocas nueces: el aeropuerto de París-Roissy no cuenta porque la estación de tren de referencia que marca la ley no es alguna de París, sino la del aeropuerto. Burdeos está a 2h20' de la estación de París, pero a más de 2h30' de la de Roissy. Es decir, que aquí no ha pasado nada si las líneas aéreas trasladan los vuelos de Orly a Roissy. Es peor si lo comparas con la propuesta legislativa original, que defendía la supresión de todos los vuelos si tenían alternativa en tren de menos de cuatro horas —cuatro y no dos y media— con el objetivo de reducir las emisiones de CO₂ en un 33%.

Ciertamente, es una de las noticias del día. Se la echa de menos en otras portadas. Es un precedente destacable y alentador en una Europa tan refractaria y lenta en ingeniar y aplicar medidas decididas para encarar la crisis climática. Más aún viniendo de Francia. En el Estado español, los efectos de este decreto, si se aplica a la movilidad desde Barcelona, serían nulos, sin embargo. Para desactivarlo solo haría falta que las cuatro operadoras de alta velocidad aumentaran en un minuto la duración de los 19 trayectos Barcelona-Madrid que ahora llevan 2 horas y 30 minutos. Entre Barcelona y Valencia tampoco pasaría nada, porque ni uno solo de los viajes en tren tarda menos 2h30'. Eso. Que hay más pasión y ganas que noticia, aunque también es verdad que es trabajo de los diarios llamar la atención sobre iniciativas precursoras, punteras y beneméritas como esta, que muchos querrían para su país.

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