Querida Consellera,
Le escribo como docente, como madre y como persona que todavía no ha entendido cómo funciona realmente la administración que usted encabeza. Le prometo que lo intento. Leo las instrucciones, estudio las convocatorias, hago refresh obsesivo en la aplicación de adjudicaciones... pero aún no he encontrado el sentido de ninguna de esas decisiones que afectan —de verdad— a la vida de las personas que trabajamos cada día en las aulas de este país.
Este curso he perdido una convocatoria de prácticas. No porque me equivocara de código, ni porque olvidara una coma en una casilla. No: la perdí porque fui madre. Perder la convocatoria no es aplazarla, ¿eh? Es más bien como suspenderla. ¿Injusto? Probablemente. “Pero el sistema es así”. Como otros compañeros —imagínese la perversión del sistema— que la han perdido por estar enfermos. ¡Por estar enfermos! La vida real —esa que ocurre más allá de los plazos que ustedes fijan— no es compatible con su sistema. Piense que yo aprobé las oposiciones del año 2023. Pensaba, como mucha otra gente, que por fin empezaría una etapa más estable, más justa, más reconocida... pero no. Otra vez el sistema nos haría esperar, ya que no nos incorporaríamos ese curso y tendríamos que hacer las prácticas el curso siguiente (2024-2025). ¿Por qué? Ninguna explicación pedagógica. Ningún motivo organizativo convincente. Solo una sospecha compartida: que era, sencillamente, para ahorrarse el pago de más de 30.000 nuevos funcionarios durante un curso escolar.
Y ahora, además —inténteme entender, por favor—, solo faltaba la misma escena de cada final de curso: adjudicaciones definitivas mal hechas, errores del sistema, vacantes fantasma, llamadas urgentes y caos absoluto. Llegados a este punto, Consellera, ya no podemos hablar de errores puntuales. Son errores estructurales, persistentes y normalizados. La repetición no ha servido de nada. El sistema informático sigue fallando y lo único que parece fiable es la incertidumbre. Usted se justifica muy bien: “hemos actuado con rapidez, hemos rectificado los errores...”. Sí, sí, tiene razón... Pero ¡se han vuelto a equivocar y no lo arreglan! ¡Ni siquiera lo reconocen! Además, por si fuera poco, ustedes pretenden que en cinco días preparemos un curso. Se nota que ustedes no han pisado nunca una escuela. ¿Cómo es posible que puedan dirigir una conselleria sin haber estado nunca en un aula? ¿Cómo es que la consellera de Educación no es maestra ni profesora? ¿Cómo es que tampoco es pedagoga? O, no sé, ¿psicóloga? Usted se graduó en Ciencias Políticas y hace política. Lo entiendo, pero usted debería hacer más escuela que política. Usted debería pensar la escuela desde la escuela, y no desde un escaño.
Las maestras no queremos heroizarnos. Queremos estabilidad, respeto y condiciones dignas. Queremos poder planificar, preparar y enseñar con sentido.
Bien, como usted no lo sabe, yo le explico cómo transcurren los primeros días de curso para un profesor, en este caso, de instituto. Cuando una persona aterriza por primera vez en un instituto desconocido, con su propio ecosistema de normas, canales y ritmos, tiene que saber qué tiene que enseñar, a qué grupo, con qué libro, con qué recursos y en qué contexto. Tiene que comprender el funcionamiento interno del centro, adaptarse al equipo y, además, empezar a dar clases como si nada. En cada centro hay normas distintas, maneras distintas de organizar los documentos internos... En unos centros se usa Classroom, en otros Moodle, en otros libros de texto y en algunos se utilizan libros digitales... Además de estas cuestiones prácticas, hay otras más teóricas... Pretender conocer a todo el alumnado en cinco días es una exigencia tan absurda como inhumana. En cada clase hay alumnado con distintas condiciones, con adaptaciones curriculares. ¿Se acuerda de todo eso que usted dice siempre de la escuela inclusiva, verdad? Un instituto no es un contenedor neutro donde todo funciona igual: cada centro es un mundo, y cada alumno, otro mundo.
Nos piden implicación, vocación, actitud y resiliencia. Pero no nos escuchan. Y sin escucha, la educación se convierte en un monólogo institucional. Hablan mucho de derechos educativos, de calidad pedagógica, de transformación digital, pero mientras ustedes llenan titulares, el sistema sigue ignorando lo esencial: el profesorado. También nos piden tranquilidad emocional. Que eduquemos en valores, que acompañemos al alumnado con empatía, que detectemos situaciones de vulnerabilidad y sepamos gestionarlas, pero lo que nos dan es estrés administrativo, cargas absurdas, plazos imposibles y silencios administrativos que nos desprecian. Las maestras no queremos heroizarnos. Queremos estabilidad, respeto y condiciones dignas. Queremos poder planificar, preparar y enseñar con sentido. No queremos tener que renunciar a una convocatoria por haber sido madres o por haber estado enfermas. No queremos esperar un curso entero, con la oposición aprobada, porque la administración ha decidido aplazarnos el inicio de curso para ahorrarse unos euros. No queremos improvisar una programación (o “situación de aprendizaje”, si le gusta más) en cinco días porque el sistema no ha sabido adjudicar correctamente al personal educativo cuando y donde tocaba.
Y, sobre todo, no queremos más silencios. Queremos explicaciones. Queremos responsabilidades. Queremos cambios. Y queremos que, algún día, cuando se hable de calidad educativa, eso incluya también la calidad de las condiciones laborales de quienes enseñamos ¿Por dónde puede empezar? Se lo pongo fácil: retrase el inicio de curso. Usted misma dijo que rectificar es de sabios. Atentamente, y con todo el respeto que merece —pero con el cansancio persistente de una profe que ve que el sistema no funciona—. Valentina Planas.