Madrid, 11 de junio de 1873. Hace 150 años. Las Cortes nombraban a Francesc Pi y Margall presidente de la República. En tan solo cuatro años (1869-1873), era el tercer catalán que alcanzaba la máxima condición del poder en España. Nunca antes de 1869 un catalán había dirigido los destinos de España; y nunca después de 1873 un catalán gobernaría el país. Lo precedían sus correligionarios del Partido Progresista Joan Prim y Prats —el general Prim—, que había sido presidente del gobierno y jefe de Estado de facto (1869-1870), y Estanislau Figueras y Moragas, primer presidente de la Primera República (1873). Pi y Margall sería el que gobernaría durante menos tiempo (treinta y seis días), pero su presidencia es la que explica mejor aquel proyecto fallido que tenía que convertir España en un estado moderno, democrático y federal.

Figueras, Pi i Margall y Lostau / Fuente: La Ilustración Española y Americana, Ateneo de Madrid y Bibloteca Digital Hispánica
Figueras, Pi y Margall y Lostau / Fuente: La Ilustración Española y Americana, Ateneo de Madrid y Bibloteca Digital Hispánica

Las tensiones entre federalistas y unitaristas

En la anterior entrega ya explicábamos que la causa republicana española estaba profundamente dividida. Antes y después de la proclamación de la I República (1873). Y que esta división no era fruto de la dicotomía derecha-izquierda, sino que obedecía a diferentes planteamientos de la arquitectura del Estado. En los países de la antigua Corona catalanoaragonesa, los federalistas eran una mayoría brillante en el mundo republicano. Mientras que en los países de la antigua Corona castellanoleonesa, los unitaristas se imponían por goleada. Era una réplica incruenta de la guerra de Sucesión hispánica (1705-1715) y la demostración palmaria de que aquel conflicto se había cerrado en falso. Pasados casi ciento sesenta años de la imposición del régimen borbónico sobre "la España incorporada o asimilada" (vean el mapa) resucitaba el conflicto por la vertebración del Estado.

Mapa político de España (1850) / Fuente: Biblioteca Nacional de España
Mapa político de España (1850) / Fuente: Biblioteca Nacional de España

La traición de los unitaristas

El mismo día que se proclamaba la República, el debate se trasladaba al interior de las Cortes. Pero los republicanos unitaristas se negaron en redondo a negociar un cambio de la arquitectura del Estado y se aliaron con los monárquicos constitucionalistas para neutralizar la propuesta de sus correligionarios federalistas. Los republicanos federalistas y su masa de votantes no entendieron aquel estrambótico pacto entre enemigos acérrimos, que se habían aliado para mantener el dibujo borbónico del Estado; aquella España de fábrica castellana impuesta "por justo derecho de conquista" en 1714 y perpetuada por los liberales monárquicos españoles del siglo XIX. Aquella República, que había generado una extraordinaria ilusión en "la España asimilada", nacía deforme, precaria y con unas bajas expectativas de supervivencia.

La reacción catalana

Los republicanos federalistas catalanes y valencianos, llamados coloquialmente "intransigentes", reaccionaron con varios actos. El 13 de febrero, dos días después de la traición unitarista, varios pueblos catalanes (Rubí, Olesa, Gracia, Sant Pere de Riudevitlles, Sant Pol i Arenys de Munt, entre otros), proclamaban la República federal y presionaban a la Diputación de Barcelona, gobernada por los federalistas, para constituir un gobierno autónomo catalán que pilotaría la revolución federalista por todo el estado español. El 9 de marzo de 1873, el dirigente republicano federalista Baldomeu Lostau, proclamaba el Estado catalán dentro de la República federal española. Aquella proclama se hacía con el apoyo de Miquel González Sugranyes, alcalde de Barcelona; Benet Arabio y Torres, presidente de la Diputación; y Miquel Ferrer y Garcés, gobernador civil.

La neutralización de la reacción catalana

Lostau recibió el encargo de formar un gobierno autónomo provisional (el primero desde la derrota de 1714) que tenía que conducir Catalunya a un escenario de elecciones. Pero el presidente Figueras y Pi y Margall, en aquel momento ministro de Interior; convencieron a los federalistas catalanes de que había que detener el proceso. Figueras y Pi y Margall, por su condición de catalanes, conocían sobradamente el paisaje político y reivindicativo catalán y afrontaron la cuestión sin ambages. Propusieron el paro transitorio de aquel proceso y, a cambio, prometieron la retirada del ejército español de Catalunya; y la creación, en su lugar, de un cuerpo voluntario estrictamente catalán al servicio de la República que tenía que combatir la insurrección carlista. Aquella propuesta fue bien aceptada por los federalistas catalanes, que vieron un primer paso importante hacia la República federal.

Federalistas catalanes (con barretina) confraternizan con el pueblo y con la guarnición de Cartagena / Fuente: La Ilustración Española y Americana
Federalistas catalanes (con barretina) confraternizan con el pueblo y con la guarnición de Cartagena / Fuente: La Ilustración Española y Americana

El cantonalismo

La crisis catalana se cobró la figura de Figueras, que tuvo que dimitir el 11 de junio de 1873. Los republicanos unitaristas y los monárquicos constitucionalistas lo sometieron a un durísimo acoso hasta caer, y algunas fuentes afirman que en sede parlamentaria proclamó: "Señores, estoy hasta los cojones de todos nosotros". Pero la semilla de su política (Figueras era federalista) y el ejemplo catalán estimularon la aparición de movimientos federalistas en el País Valencià, en Murcia, en Andalucía y, testimonialmente, en Extremadura y en Castilla, que pondrían en jaque la República española. Estos movimientos, denominados cantonalistas (de cantón, que en aquel contexto equivalía a municipio o región federal) se extendieron como la pólvora durante la presidencia de Pi y Margall, sucesor de Figueras y también federalista.

El cantón de Cartagena

El movimiento cantonalista se inició en Cartagena el 12 de julio de 1873. Y, pasada una semana (19 y 20 de julio), el movimiento había estallado en València, Castelló, Alcoi, Torrevella y Oriola; y más allá del País Valencià, en treinta ciudades más. El cantón de Cartagena, a diferencia de los otros, resistió la ofensiva gubernamental durante meses (hasta enero de 1874), porque consiguieron que la guarnición militar secundara su reivindicación. En cambio, los republicanos catalanes, inmersos en la fase más intensa de la Tercera Guerra Carlista (1872-1875), emplearon sus energías combatiendo a los tradicionalistas. En este punto es importante destacar que, poco después de la proclamación y la suspensión de Lostau (marzo, 1873), los carlistas catalanes contraatacarían sobre el escenario ideológico y restaurarían la Generalitat. abolida en 1714 (julio,1874).

Antoñete Gálvez, a la derecha, líder del lado de Cartagena / Fuente: Gobierno de la Región de Murcia
Antoñete Gálvez, a la derecha, líder del cantón de Cartagena / Fuente: Gobierno de la Región de Murcia

El fin de la República

Pi y Margall quedó carbonizado por la revolución cantonalista (18 de julio de 1873). Su relevo, el andaluz Nicolás Salmerón, ya no era federalista; pero tampoco era un carnicero, y desautorizó una intervención militar contra el cantón de Málaga que le costó la dimisión (7 de septiembre de 1873). El cuarto y último presidente sería el también andaluz Emilio Castelar, unitarista, que no pudo atenuar la inercia que habían adquirido los militares en el transcurso de la represión de los movimientos cantonalistas. El 3 de enero de 1874, una moción de censura descabalgaba a Castelar y nombraba presidente al federalista valenciano Eduardo Palanca Asensi. Pero acto seguido, el general Pavia, que el verano anterior había querido masacrar Málaga, entraba a caballo en las Cortes. De esta manera concluía abruptamente el proyecto de convertir España en un estado moderno, democrático y federal.