Ajeno a la realidad, hay días que ya no tienen melodías, y pienso en ti. Lo dejaba intuir Iván Ferreiro con su pensamiento circular, que curarse sin música es una auténtica mierda. Una pesadilla, un don improbable. Porque cuando solo piensas en vaciarte el corazoncito con una cucharilla de café y ser el protagonista figurativo de un amargo lienzo – Cuerpo desidiosamente vegetativo sobre sábanas pardas – para no afrontar la vida, hay que darle al play. Es el Dalsy de la fiebre menuda, el Frenadol de los constipados. Porque a veces la vida molesta, sea porque duele el amor o la imposibilidad de continuar luchándolo, porque se muere el futuro o quién queremos o todo a la vez. Una no quiere entrar en ese bucle victimista de mandarlo todo a tomar viento ni zambullir la cabeza en la almohada de los pensamientos olvidados, pero fatigan el martirio y la pena, y la oscuridad, y el perverso silencio, y cortarse las venas es más poético a ritmo de violín.

A lo que nos duele siempre le buscamos una banda sonora de fondo para que nos acompañe. Es nuestro kit de superación ante la calamidad, el chaleco hinchable de nuestras emociones. Las cosas que duelen lo hacen menos con una letra que se engancha - o duelen más; lo que pica, cura antes - porque la repetición de un estribillo permite comprender lo ilegible, lo que tu cabeza no puede soportar y difumina el eco del destrozo. Pasa con la baja autoestima, con las injusticias sociales, con el amor que jamás tendremos, con las alegorías a las masacres y las palizas y el cáncer y los abusos a menores. Caresse sur l’océan para llenar de esperanza la represión de los chicos del coro. Afraid to shoot strangers para maldecir las guerras que inician los que tienen mucho para matar a los que tienen poco. Una fiblada a la pell para decir basta a los ojos morados.

La repetición de un estribillo permite comprender lo ilegible, lo que tu cabeza no puede soportar

Pienso en la de veces que he dicho no me ralléis y los auriculares estridentes han sido como las manitas inocentes que se pone una niña ante los ojos para desaparecer del comedor y procesar el mundo a su ritmo. En el día que fui a despedirme de mi abuelo y sonó When we were young de Adele en la radio del coche, y volvió a sonar al día siguiente, aleatoriamente en un bar, ya el amor de mi vida encerrado en una caja de madera. Si tengo angustia y neurosis, y necesito pisar fuerte y acordarme de que tengo que quererme porque si no me quiero yo no me querrá nadie, pongo La Juani de Facto Delafé y las Flores azules, mi canción vitamina, porque la niña de los ojos del extrarradio, la niña que aspira, la superviviente, la luchadora, la que mira p'alante y no se arrepiente me birla el pánico. Dale gas, Marta, dale gas.

Pienso en El Cant dels Ocells que llena de pesar los minutos de silencio, en Eric Clapton cantándole a su hijo muerto para superar lo insuperable, en las dulces noches de luna y patera de los luchadores invisibles (¿escucharán este tipo de canciones en sus reproductores mojados para comprender y paliar el drama?), en Billie Holiday musicando la declaración de un profesor de colegio judío en Strange Fruit para cobijar al oprimido, en los policías dándose de bruces contra la pared al son de Killing in the name de Rage Against de Machine o revolviéndose en su culpa con I can’t breatheEn los que escuchan desde las camas de hospital, en los críos que han saboreado los látigos del bullying y han aprendido a ser, vestir y follar como les da la gana con Lady Gaga. Me gustaría saber qué habrían escuchado los asesinados en Hiroshima o Srebrenica unos minutos antes de su desgracia y si los que no tienen trabajo se suben el ánimo con rumba catalana o con Perales.

Pienso en las mujeres que vuelven solas a casa y se acercan el auricular al oído para que no las devore el miedo, en las que se sienten pisadas por el paternalismo de la caverna y se hacen listas de Spotify con títulos paulocohelistas ridículos para inocularse positivismo impostado. Pienso en cual debe ser la primera canción que una se pone al darse cuenta que la han violado y en esa letra incrustada, ya para siempre condenada a la rotura. En lo que escuchan las personas sin casa ni afectos personales, si es que tienen espacio para hacerlo entre llanto y llanto. En el link digital enviado por quien te rompió el corazón y que aún no has podido reproducir, por pánico, por alerta roja, bendita sea la posibilidad de desestimar el calvario; en el día que lo escuchas y te llena el vacío. Pienso en El Canto del Loco diciéndonos que no vuelve (ni el grupo ni nosotros), en el disco pirata grabado para llorar conduciendo, en la melodía que sonará en el entierro de nuestros padres. En si alguien piensa en mí escuchando alguna canción. Y en cuál consolará a los míos el día que yo ya no esté.