No, El Canto del Loco no vuelve, y los responsables de marketing se han quedado tan anchos. Tras una semana de melancolía vacía, la nueva canción de Dani Martín se ha convertido en una jarrita de realidad para toda la generación que entraba en los garitos con zapatillas y se ruborizaba con la madre de José. Definitivamente, ya nada volverá a ser como antes y la banda forma parte de un pasado inasequible. Si algo ha hecho muy bien el ex líder de ECDL es ejemplificar que la gallina de los huevos de oro ha mutado a cuarentón nostálgico, a una especie de Big Lebowski con síndrome del impostor que ya nunca será aquel chaval desaliñado y testosterónico esquivando sujetadores sudados. Nosotros tampoco. Ya no vestimos pantalones de tiro bajo ni diademas anchas, ni recargamos la tarjeta del móvil para enviar SMS a nuestro amor de colegio, ni nos tragamos todos los videoclips de Los 40 Principales los sábados por la mañana. Nos hicieron creer durante 48 esperanzadoras horas que podríamos volver a las llamadas perdidas y a los pasatiempos de la Super Pop. Se habían formado colas en nuestra mente para ir a los conciertos. Los creativos de agencia logran ya mercantilizar hasta lo inexistente.

Dice Dani Martín en su nueva canción que tuvo una banda que ahora es nuestra. ¿Es que no lo era cuando cantábamos A contracorrienteContigo o Una foto en blanco y negro a pleno pulmón? Juguetear con el antaño es la inversión más rentable de los últimos años. La industria de lo mainstream ha encontrado el nicho de mercado más homogéneo y transversal: la añoranza de lo que fuimos. Volver a rozar la adolescencia para soñar con escoger otra carrera, salir más de fiesta o decir aquello que quedó en el tintero. 

El Canto del LocoEl Canto del Loco fue uno de los grupos más relevantes de los 2000. / CC

Revivir lo vivido o endulzar un pasado agridulce es un negocio seguro en la era de los cuestionamientos, la precariedad y la incertidumbre crónica. Los que crecimos con Dani, David, Chema y Jandro también somos los hijos de la crisis económica del 2008, las indignadas del 15M y los que viviremos peor que nuestros padres. El saco de todos los golpes. Los que necesitábamos una gira de vuelta a la ingenuidad por cara que nos hubiera salido. Sinceramente, preferíamos la monetización de la nostalgia que el soborno de la ilusión.

¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?

Esta semana las redes se han llenado de fotos que rememoran objetos míticos de los 2000: las deportivas de la marca Buffalo, el Nokia 2210, los pantalones campana o el discman con auriculares. Las personas tendemos a idealizar el ayer. “Cualquier tiempo pasado fue mejor” es un hito del refranero popular. Explicamos anécdotas con los ojos brillantes y deseamos que nos pregunten sobre nuestra pubertad legendaria. Glorificamos lo vivido para impulsar el futuro, sacar a relucir nuestra autoestima o por puro narcicismo ególatra. Valoramos más nuestra vida con la perspectiva del tiempo y relativizamos las mierdas traumáticas. Y todos creemos haber vivido los mejores años de nuestra vida a los 20 aunque entonces quisiéramos meter la cabeza debajo del agua. En la mayoría de casos, el pasado es un placebo contra el pánico a lo que vendrá y aferrarse a él nos impide caminar hacia adelante. Pero, ¿qué pasa cuando toda una generación no tiene ni idea de a dónde ir?

Una gira de la banda habría generado cientos de miles de euros entre entradas, merchandising, cuotas de pantalla y reproducciones 

Eso lo sabe Dani Martín y todo el mercado. A falta de ideas propias y en plena crisis de la creatividad, el mercado prostituye este desconcierto y utiliza la nostalgia para fabricar productos golosos altamente consumibles. La recomercialización de la tableta de chocolate Nestlé Jungly tras 5 años desaparecida se hizo viral en redes sociales de forma insólita y desató la euforia de los consumidores. La película Dune ya ha conseguido más de 100 millones de dólares en la taquilla internacional, mientras que la versión ochentera de David Lynch solo recaudó 30. Netflix acaba de añadir Un paso adelante a su catálogo. Y una gira de El Canto del Loco habría generado cientos de miles de euros entre entradas, merchandising, cuotas de pantalla y reproducciones de sus playlists en radio o plataformas digitals. Pero ni empatía ni anhelo. El remake de nuestros recuerdos es una decisión que se cuenta con billetes.