Desde hace unos años el fútbol local, modesto, de barrio, vive un crecimiento de aficionados sin precedentes. Basta con pasarse un día de partido por las instalaciones del Club Esportiu Europa o de la Unió Esportiva Sant Andreu, dos clubes históricos de la ciudad de Barcelona, para observar este fenómeno, considerado por muchos como contracultural. ¿Hartos del deporte de élite? ¿Hartos de ver a 22 millonarios correr detrás de una pelota? Se busca proximidad, conectar, verdad. ¿Con la música en vivo podría pasar algo parecido como respuesta a macrofestivales impersonales, inabarcables e incómodos?  En plena temporada alta de festivales con el turbocapitalismo marcando el ritmo, hablamos de todo esto con los organizadores de seis minifestivales catalanes, proyectos que nacieron por amor a la música, sin fines lucrativos. Algunas de estas iniciativas para todos los gustos —del indie rock a la electrónica pasando por el folk— se han consolidado en el calendario musical, como el Rizomes (20, 21 y 22 de junio, La Cellera de Ter), The Lemon Day (5 de julio, Capellades), Paral·lel Festival (del 25 al 27 de julio, Port del Comte) y Salt Mortal (26 de julio, Cal Rosal). Otras, de más reciente creación, como Le Reyerté (19 de julio, Barcelona) y Emostiu (19, 20 y 21 de julio, Barcelona), demuestran que el formato micro tiene futuro.

Le Reyerté y Emostiu pisan fuerte

El músico y activista Ian Mckaye, líder de Minor Threat y Fugazi, responsable del sello Dischord, hizo célebre la frase "hazlo tú mismo, porque nadie más lo hará por ti". Siguiendo esa máxima del hardcore irrumpió en el panorama local barcelonés el festival Le Reyerté en 2023. “Después del covid, sentíamos que la escena underground, punk y hardcore, estaba en decadencia. Faltaba algo para dar espacio a esas bandas que no encuentran oportunidades en macrofestivales e incluso en otros festivales alternativos. Porque cuando vienen Bad Religion o Love of Lesbian siempre tocan los mismos teloneros”, explica uno de los tres ideólogos y fundadores de Le Reyerté, Oriol Batalla, de 29 años. “¿Por qué tenemos que depender de que otros lo hagan? ¿Por qué no hacerlo nosotros?”, interviene otro de los cofundadores, David Caballero, de 29 años. Así nació Le Reyerté, un festival que pretende cubrir desde “el trap más emo al metalcore, un vacío que no está cubriendo ningún festival”, dicen. La tercera edición tendrá lugar el próximo 19 de julio en el Casal de Joves de la Prosperitat (Barcelona), pero se podría considerar la quinta edición si contamos las dos ‘ediciones de invierno’ bajo el nombre de Le Sopé. En cualquier caso, decidieron crear un festival y no un ciclo de conciertos durante todo el año para no perder relevancia: “Si solo montas dos al fiestas al año tiene connotaciones de evento imperdible, algo que pasa poco y no puedes fallar”. Para ir caldeando el ambiente, en los meses previos, exprimen al máximo su ingenio en redes sociales. “¡Abrazamos el meme!”, advierten entre risas.

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Le Reyerté celebrará su tercera edición el próximo 19 de julio / Foto: Will Vila

Después del covid, sentíamos que la escena underground, punk y hardcore, estaba en decadencia. Faltaba algo para dar espacio a esas bandas que no encuentran oportunidades en macrofestivales e incluso en otros festivales alternativos

Batalla, Caballero y el tercer miembro fundador, Joel Delgado, tocan en bandas de hardcore y rock alternativo desde hace muchos años. De ahí el lema del festival: “For the bands, by the bands” (para las bandas, por las bandas). “Nos hemos encontrado de todo girando y ahora, con el festival, intentamos ofrecer esas cosas que hemos visto y nos ha gustado. Sobre todo, somos muy honestos con lo que podemos ofrecer, empezando por el caché”, subraya uno. “Disfrutamos viendo felices a las bandas. Queremos que estén bien, que se lo pasen bien, no solo que salgan los números”, continúa otro.

Microfestivales / Foto: Carlos Baglietto
Oriol Batalla y David Caballero, organizadores junto a Joel Delgado del festival Le Reyerté / Foto: Carlos Baglietto

Le Reyerté encontró cobijo primero en el Casal de Joves de Porta y luego en el de Prosperitat, también en Nou Barris. “Si intentas montar algo en una sala comercial no solo pierdes mucho dinero con el alquiler, sino que no puedes hacer todo lo que quieres. Ahora, por ejemplo, podemos parar el concierto en cualquier momento y que salga un colega nuestro repartiendo sopa disfrazada de Santa Claus. Nos encanta sorprender, no queremos repetirnos, y eso es imposible en una sala de conciertos convencional”, explica Caballero, que solo tienen palabras de agradecimiento para el personal del equipamiento, un espacio que cuidan como si fuera su segunda casa. “Nosotros aportamos al barrio una alternativa cultural, con taquilla inversa para que la cultura sea realmente accesible a todo el mundo. Que nuestro festival no sea un negocio nos da mucha libertad”, apostilla.

Nosotros aportamos al barrio una alternativa cultural, con taquilla inversa para que la cultura sea realmente accesible a todo el mundo. Que nuestro festival no sea un negocio nos da mucha libertad

Distrito de Nou Barris nos desplazamos a Sant Martí, también en Barcelona, para conocer los inicios y las particularidades del festival Emostiu, organizado por el colectivo Myheartyourmouth (MHYM). Como Le Reyerté, el festival se empezó a gestar en las cabezas de sus jóvenes organizadores durante la pandemia. “Un día entramos en el Casal de Joves de Can Ricart y el sitio nos encantó. Vimos que era un espacio tremendo para hacer algo. Por aquel entonces, no conocíamos nada de autogestión, música ni de cómo montar un bolo. Teníamos una necesidad enorme de conciertos de un género, el emo, que prácticamente no existía aquí. Sí, estaban Cala Vento y Viva Belgrado, pero estos grupos venían de otra época”, rememora para Revers uno de los miembros fundadores del festival, que prefiere no dar su nombre. “Intentamos no personificar en nadie las tareas y logros del colectivo”, se disculpa cuando preguntamos si podemos publicar su nombre. En este sentido, continúa el portavoz, “el Emostiu es de toda la gente que viene y participa”. Su sueño, continúa, es que “algún día se convierta en algo tan grande como la ciudad y se siga financiando igual: con donaciones y barra”.

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Emostiu, una alternativa musical accesible a todo el mundo / Foto: Archivo Emostiu

Queríamos ofrecer una alternativa libre, accesible, que no privatizara la cultura. Es una pena ver cómo cada año personas de la escena alternativa acaban tocando en ciertos festivales mientras el barrio de La Mina sigue siendo marginado y se cae a pedazos

Desde su primera edición, en verano de 2021, estos jóvenes entienden su proyecto como un acto de resistencia, político y cultural a partes iguales. Para ellos, los macrofestivales tienen consecuencias fatales en los barrios. Hablan de subidas de precios, alquileres por las nubes, malas condiciones laborales… Desigualdad, en definitiva. “Queríamos ofrecer una alternativa libre, accesible, que no privatizara la cultura. Es una pena ver cómo cada año personas de la escena alternativa acaban tocando en ciertos festivales mientras el barrio de La Mina sigue siendo marginado y se cae a pedazos. Es una pena ver a la gente pagando abonos a plazos, pagando agua a precio de oro… Es una pena que solo puedan ir quienes tienen dinero”, apostilla el miembro de MHYM. En una suerte de manifiesto publicado en Instagram, los organizadores del Emostiu explican que empezaron el proyecto “con ganas de crear alternativas reales” y que piensan “pelear por ello hasta las últimas consecuencias”. Así, aseguran, ni se asociarán “con los grandes oligopolios de los macrofestivales” ni aceptarán patrocinios. “El festival será siempre por y para la escena alternativa, accesible, independiente y anticapitalista”, subrayan desde el colectivo. “La idea es seguir creciendo, que el Emostiu sea un motor no solo para nuestro colectivo sino para otros; que cada vez tengan más difícil ir a ciertos macrofestivales y más fácil ir a espacios autogestionados”, apostillan. 

Del ‘sold out’ del Salt Mortal a la paella ‘indie’ de The Lemon Day

“La gente comienza a descubrir cosas pequeñas y a cansarse de los grandes acontecimientos cuando tienen cierta edad”, sentencia Claudia Kidai, de 34 años, coorganizadora del festival musical Salt Mortal en el Konvent, un antiguo convento de monjas situado en Berga convertido en centro de creación contemporánea. Allí se pueden congregar unas 500 personas, entre público, músicos y voluntarios. “La gente se toma ese fin de semana como una escapada, un finde rural. Es un turismo de calidad”, añade. Y tantas ganas tenían los habituales que las entradas para esta nueva edición, la octava, volaron en cuestión de horas. Ella y su pareja, Guillem Colomer, también de 34 años, batería de la banda de emo punk L’Hereu Escampa, empezaron a organizar este festival hace nueve años. Sin subvenciones ni patrocinios, 100% autogestionado, recalcan. “Todos los festivales que antes nos habían gustado y a los que habíamos ido como público, como el Primavera Sound, estaban cogiendo una dimensión que no nos gustaba. No teníamos un referente claro, pero nos gustaba mucho, eso sí, la manera de hacer del Plug in the Gear de Benicarló y la filosofía del Sugar Il·legal de Vic”, continúa Kidai, quien subraya la proximidad como uno de los valores de su festival: “Ponemos a todas las personas en el centro y al mismo nivel. No hay escenario, es una habitación, y a las bandas les pedimos que no se encierren en el ‘backstage’ durante todo el festival”. 

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Los madrileños Kokoshca actuando en el Salt Mortal / Foto: Alexandru Constantin

Ponemos a todas las personas en el centro y al mismo nivel. No hay escenario, es una habitación, y a las bandas les pedimos que no se encierren en el ‘backstage’ durante todo el festival

En la misma línea, todas las bandas son importantes. Da igual si se llaman St. Frances, Boneflower, Extraperlo o Los pintaos. Aquí no hay cabezas de cartel ni letra pequeña. Una vez entran por la puerta del Konvent, no importa quién tiene más seguidores o mejores cifras en las plataformas de ‘streaming’. Por ese motivo no hacen públicos los horarios. Se trata de llegar puntuales para no perderse nada, incluyendo la obligada visita guiada por el antiguo convento reconvertido en centro artístico multidisciplinar. Y es que, entre sus objetivos, está programar propuestas invisibilizadas en el circuito de festivales de verano ‘comerciales’, pero también dar a conocer el espacio y colaborar activamente en su programación.  

En Capellades tiene lugar otro festival ‘indie’. Se llama The Lemon Day y lo organiza la Associació d’Amics del Rock’n’Roll i una Mica de Pop de Capellades (AARRUMPC) en el Parc de la Font Cuitora.  “Cuando empezamos en 2005 nos inspiraban el Sant Feliu Hardcore Fest y el Sugar Il·legal Fest de Vic. Queríamos algo parecido en nuestro pueblo”, explica a Revers uno de sus miembros, Jordi Castells, de 44 años. Después de una prueba piloto en 2005, Capellades -con apenas 5.000 habitantes- acogió otras nueve ediciones consecutivas entre 2007 y 2015 que convirtieron este festival en una cita musical imperdible para los amantes de las sonoridades indie. Por allí pasaron primeras espadas del subsuelo estatal como Nueva Vulcano, Nisei, Pony Bravo, Lisäbo, Aina, Betunizer

The Lemon Day
The Lemon Day, indie y paella en Capellades / Foto. Archivo The Lemon Day

Se pueden hacer muchas cosas, no es tan complicado. Sobre todo en los pueblos, porque en las grandes ciudades ponen más trabas burocráticas. Se puede empezar por abajo, sin pasar por ahí

En 2019, después de un parón de tres años por agotamiento, el festival regresó con fuerza y funcionó muy bien, dicen. “Entonces paramos otros dos años obligados por la pandemia y regresamos en 2022 con un formato algo más manejable, empezando a la hora del vermut y ofreciendo paella, con menos bandas, sobre todo locales para reducir costes de producción. La idea fue decrecer para asegurar su continuidad”, recuerda Castells, quien asegura que The Lemon Day ahora sí tiene cuerda para rato a pesar de la falta de relevo en su pueblo. Castells anima a los jóvenes a unirse y colaborar o, si lo prefieren, montar sus propios festivales alternativos: “Se pueden hacer muchas cosas, no es tan complicado. Sobre todo en los pueblos, porque en las grandes ciudades ponen más trabas burocráticas. Se puede empezar por abajo, sin pasar por ahí”.

Verde y música envolventes (en el Rizomes y el Paral·lel Festival)

Para los amantes de la electrónica y de la alta montaña, el Paral·lel Festival es lo más parecido al paraíso. Se instala en una explanada verde entre pistas de esquí, en Port del Comte (Lleida), durante tres días de máxima desconexión. “La idea era salir de la ciudad, del estrés, del día a día, para entrar en una especie de dimensión paralela. De ahí el nombre del festival”, razona una de las organizadoras, Patricia Homedes, quien subraya “el ambiente agradable, familiar e íntimo” que allí se respira. El Paral·lel Festival siempre quiso hacer las cosas “al revés” desde su primera edición en 2016, dicen. Cuando la mayoría de festivales son sinónimo de noche y aglomeraciones, buscando el máximo beneficio; el festival organizado en el prepirineo catalán se caracteriza por ofrecer una programación diurna y limitar su aforo a pesar de las enormes dimensiones del terreno en el que instalan su escenario, tiendas de campaña y servicios. “Ponemos por delante la comodidad de las personas asistentes al festival”, subraya Homedes, al frente de un equipo “pequeño pero unido”.

La idea era salir de la ciudad, del estrés, del día a día, para entrar en una especie de dimensión paralela. De ahí el nombre del festival

La gran mayoría de los asistentes se queda a dormir en tiendas de campaña o autocaravanas. “La media de edad es de 33 a 35 años y son personas muy respetuosas con el entorno. Tanto que nos han llegado a decir que dejamos la explanada más limpia de lo que estaba”, bromea. La huella que dejan las casi 2.000 personas que allí se reúnen, aseguran, es mínima. Para ello, entre otras acciones, reparten ceniceros de bolsillo y bolsas para los residuos. En lo estrictamente musical, los platos fuertes de esta nueva edición, que tendrá lugar del viernes 25 al domingo 27 de julio, son el veterano Surgeon, pseudónimo del productor y DJ inglés Anthony Child, quien ofrecerá una sesión en directo, y la pinchada a cuatro manos entre Donato Dozzy y Patrick Russell

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Paral·lel, electrónica en otra dimensión / Foto: Archivo Paral·lel

El Rizomes, definido como un “festival ecosistémico de arte, música y arquitectura efímera”, también propone una huida de la jungla de asfalto, poniendo una pausa al ritmo frenético de la gran ciudad. Nace en 2018 por el impulso de un grupo de amigos arquitectos y diseñadores. “Está muy bien que los grandes festivales traigan artistas importantes que nadie más puede traer, porque ellos tienen el capital necesario para pagar sus cachés, pero entendemos que un festival va más allá de la programación. Un festival no es poner cuatro vallas y controlar al rebaño… Nosotros entendemos nuestro festival de manera holística, cuidando al máximo cada detalle”, explica a Revers uno de sus codirectores, Román Cadafalch, de 31 años. Una enorme plantación de chopos situada en La Cellera de Ter, en Girona, acoge el festival Rizomes, un festival autogestionado, sin patrocinadores ni inversores. “Somos underground porque estamos siempre en la cuerda floja.”, bromea Cadafalch. Reciben alguna subvención de la Generalitat de Catalunya y la Diputació de Girona, pero esta ayuda supone apenas un 30% de su presupuesto.

Está muy bien que los grandes festivales traigan artistas importantes que nadie más puede traer, porque ellos tienen el capital necesario para pagar sus cachés, pero entendemos que un festival va más allá de la programación. Un festival no es poner cuatro vallas y controlar al rebaño… Nosotros entendemos nuestro festival de manera holística, cuidando al máximo cada detalle

Cada año ocupan una parcela diferente, pues cada año unos 300 árboles adultos son cortados para la producción de madera. Así, el festival se mueve y se reinventa en cada nuevo ciclo, en cada nueva edición. Siempre en movimiento, siempre vivo. “Construimos las estructuras ad hoc, a medida, con materiales reciclados, en función de las actuaciones e instalaciones artísticas que tendremos; y notamos que la gente es consciente y trata todo con mucho más cuidado”, subraya otro de los codirectores, Pepe Soler de 32 años, quien considera que el público del Rizomes busca salir de la gran ciudad, conectar con la naturaleza e interactuar con el arte lejos de las galerías y los museos durante tres días y dos noches. La programación musical del festival gerundense —cuya dirección completan Andreu Fàbregas y Katarina Grbic— es tremendamente ecléctica, va del flamenco de Benito Bernal al jazz más tranquilo de Rita Payés pasando por el indie psicodélico de los alemanes Fazer. Cadalfach, de profesión artista visual, se encarga de la dirección artística siempre buscando propuestas “que tengan sentido en el espacio”, esto es “bajo los árboles”.

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Rizomes, música, arte y sostenibilidad / Foto: Arxiu Rizomes

Existen muchos más minifestivales, festivales de autor y realmente alternativos como el Salt Mortal, The Lemon Day, Rizomes, Emostiu, Paral·lel Festival y Le Reyerté. Una lista en la que deberíamos incluir el muchas veces citado aquí Sugar Il·legal Fest, el Adoberies, ambos en Vic, el Actitud Fest de Vidreres, el MicroClima Sound organizado por la tienda de discos Ultra-Local en Barcelona, el Saltamarges Fest de Sarrià de Ter o el Fusiònica de Granollers, entre muchos otros. El sotobosque musical catalán resiste y resistirá.