En poco tiempo se han estrenado en plataformas dos productos sobre el mismo tema. En Netflix ha llegado Se dócil: Reza y obedece, miniserie documental sobre el profeta mormón Warren Jeffs y los crímenes que cometió en nombre de sus creencias. Ahora Disney + estrena Por mandato del cielo, recreación de un escalofriante crimen en la comunidad mormona durante los años 80 recogido en el libro homónimo de Jon Krakauer.

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El asesinato

Seguramente ver primero el documental, terrorífico y muy revelador, perjudica la percepción de la ficción, que va en la misma línea pero pierde demasiado tiempo en subrayados dramáticos. Por mandato del cielo muestra los esfuerzos del detective mormón Jeb Pyre por encontrar a los responsables del brutal asesinato de una chica y su hijo de 15 meses. Todo apunta a las consecuencias de la radicalización de una familia mormona, a la cual la víctima plantó cara porque reivindicaba su derecho a hacer su vida sin que eso supusiera una traición en sus convicciones. El policía no sólo sufre en su propia piel el hermetismo de una comunidad llena de secretos, sino que acabará cuestionando su Fe porque, al fin y al cabo, todo lo que ha pasado no deja de ser el síntoma de un problema mucho más profundo.

Decisiones desconcertantes e inecesarias

La miniserie alterna la investigación del caso con el retrato de sus consecuencias en la vida del protagonista, y se sirve de unos flashbacks más o menos efectivos para explicar la personalidad de la víctima. Nada nuevo, ni nada que True Detective no hiciera ya y bastante mejor. No es que Por mandato del cielo sea una mala serie, pero evidencia una vez más que no hacen falta siete episodios de más de una hora (el último dura directamente 90 minutos) para explicar una historia que habría sido muy funcional en una película.

Miedo mandato del cielo

Eso se pone de manifiesto en decisiones creativas que llegan a desconcertar por innecesarias y entorpecedoras. Una de ellas, por ejemplo, es la idea de visualizar los sucesos que establecieron los pilares de la Fe mormona: las recreaciones no sólo resultan insuficientes desde el punto de vista narrativo, sino que restan fuerza dramática a los clímax de la mayoría de episodios. Lo mismo se puede decir del abuso de montajes paralelos, algunos de los cuales son tan obvios que rozan el ridículo.

Denuncia de los fanatismos

A pesar de sus irregularidades y dilataciones, la miniserie consigue salvar los muebles gracias a aquellas cosas en que sí funciona bien. Para empezar, por su elaborada radiografía de las motivaciones de un crimen. Pero también por su denuncia de los fanatismos y de sus mecanismos de regeneración. Habla de un hecho ocurrido hace más de tres décadas, pero la aterradora violencia que retrata te parece próxima y tristemente vigente. Y después está su notable construcción de personajes, que consigue que todos y cada uno de ellos alcancen bastante credibilidad como para que la trama retenga tu atención. Eso vale para el protagonista: magnífico Andrew Garfield; para su compañero descreído (la relación entre los policías tampoco inventa nada, pero funciona como un reloj) y por la víctima, muy bien interpretada por Daisy Edgar-Jones. De hecho, el trabajo del reparto es tan bueno que incluso Sam Worthington parece un actor.