“Nunca la he visto, pero por lo que me contaron es terrible. En cualquier caso, sí he visto la casa que se edificó. Nadie se acuerda de la película, pero la casa sigue aquí y es una de las mayores fuentes de placer y felicidad de mi vida”. En las páginas de su divertidísima, imprescindible, autobiografía Mi vida y yo (What's it all about?) (1993), Michael Caine confesaba con mucha gracia cómo fue su participación en la delirante Tiburón IV. El actor recordaba ese momento en el que se estaba construyendo un nuevo hogar y los costes de las obras se disparaban, no tenía por delante ningún proyecto con cara y ojos, y decidió que un cheque de un millón y medio de dólares justificaba plantearse el rodaje de ese desastre como unas vacaciones en Nassau en familia.

Quizás en ese momento todavía no era habitual, pero, desde entonces, a Caine nunca se le volvieron a caer los anillos por participar en proyectos que no le merecían. Es materialmente imposible trabajar en 175 largometrajes y mantener un nivel de calidad. Porque sí, además de ser uno de los mejores actores de la historia del cine, es también uno de los más activos. A sus 90 años, hoy mismo sopla las velas, Maurice Joseph Micklewhite acaba de rodar la tercera parte de Ahora no me ves y otro film más, The Great Escaper, sobre un veterano de guerra que huye de la residencia donde vive para asistir a las conmemoraciones del 70 aniversario del Desembarco de Normandía. Así, sigue engordando una filmografía repleta de películas maravillosas que le han convertido en uno de los más grandes.

Las nuevas generaciones le reconocen como Alfred, el mayordomo de Batman en las películas de Christopher Nolan, cineasta que le ha adoptado como actor fetiche (también aparece en El truco final, Origen, Interestellar o Tenet, e incluso tenía un cameo vocal en Dunkerke), pero sus siete décadas trabajando como actor le han dado para rodar con los mejores: de Joseph Leo Mankiewicz a John Huston, de John Sturges a Robert Aldrich, de Otto Preminger a Ken Russell, de Brian De Palma a Stanley Donen, de Woody Allen a Oliver Stone, de Peter Bogdanovich a Neil Jordan, de Paolo Sorrentino a Alfonso Cuarón.

Nacido en Londres el 14 de marzo de 1933, en el seno de una familia humilde (su padre era pescadero y su madre limpiaba casas y era cocinera), Michael Caine fue uno de los mejores representantes del Swinging London, aquel movimiento que sacudió la cultura y la moda en la Inglaterra de los años 60. Había protagonizado Alfie (1966), todo un icono de esos efervescentes tiempos, tras revelarse en Zulú (1964) y de impactar con esa respuesta a las aventuras de James Bond que supuso Ipcress (1965), primera de las entregas protagonizadas por el agente secreto Harry Palmer (después llegarían Funeral en Berlín, El cerebro de un billón de dólares y los telefilms El expreso de Pekín y Medianoche en San Petesburgo).

Con un nombre artístico adoptado de aquella célebre película con Humphrey Bogart, El motín del Caine, a diferencia de coetáneos de evidente atractivo como Terence Stamp (con quien compartió piso en Ebury Street durante años) o Sean Connery (uno de sus mejores amigos en la profesión), Caine sacaba petróleo de un carisma irresistible, de esas gafas de pasta que compensaban su miopía, de su acento cockney y de su condición de hombre normal de clase trabajadora, con quien los espectadores podían identificarse.

Cuando, a principios de los años 90, su carrera parecía vivir un frenazo (“un día recibí un guión, lo rehusé porque me parecía poca cosa, y me respondieron diciéndome que la oferta no era para hacer del amante, era para interpretar al padre”, recordaba en una entrevista, tenía 65 años), supo reconvertirse y envejecer en pantalla gracias, fundamentalmente, al punto de inflexión que supuso Las normas de la casa de la sidra, con la que ganaría su segundo Oscar. El primero había llegado una década antes, con Hannah y sus hermanas. Surfeando la retirada definitiva de la interpretación por los problemas de salud propios de la edad, Michael Caine deja un legado extraordinario. Celebramos sus 90 años escogiendo 10 de sus mejores interpretaciones por orden cronológico.

Michael Caine deja un legado extraordinario. Celebramos sus 90 años escogiendo 10 de sus mejores interpretaciones por orden cronológico

Alfie (Lewis Gilbert, 1966)

El hedonismo del Swinging London hecho película. Las peripecias sexuales de un chófer mujeriego catapultaron a Caine al estrellado y le supusieron su primera nominación al Oscar. El actor añadía mil matices a un personaje misógino y amoral, y el relato (con un momento que pone los pelos de punta y que tiene que ver con un escalofriante aborto ilegal) añadía una potente mirada que cuestionaba los límites de la frivolidad de la época.

Alfie

Asesino implacable (Mike Hodges, 1971)

Probablemente la película de gángsters más influyente de la historia del cine británico. Despojando el mundo del crimen organizado de cualquier glamour, este hiperviolento y sórdido relato de venganza convierte a un impertérrito Caine en un ángel (o más bien un demonio) de la muerte, dispuesto a acabar con cualquiera de los implicados en la muerte de su hermano. Thriller seco y sin concesiones, añadía además una realista y crítica mirada social al contexto que se vivía en la Inglaterra de los 70. Brutal.

Asesino implacable
Michael Caine compartiendo tertulia futbolera con Stallone, Pelé y John Huston

La huella (Joseph L. Mankiewicz, 1972)

Adaptación de una obra teatral de Anthony Shaffer por dos actores, este extraordinario mano a mano entre Caine y Laurence Olivier fue toda una prueba de fuego para nuestro hombre. En sus memorias, Caine recuerda los nervios antes del primer encuentro, y el runrún que tenía en la cabeza por no dejarse intimidar por el legendario Olivier. No sólo estuvo a la altura, ganándose el respeto de su veterano compañero de reparto. Juntos convirtieron ese divertimento (que reúne a un famoso escritor de novelas de crímenes con quien supone que es el amante de su mujer, en una partida de tenis que juega con el espectador y sus expectativas) en una película absolutamente memorable.

La huella

El hombre que pudo reinar (John Huston, 1975)

Probablemente la obra maestra de la filmografía de Caine y una de las mejores películas de aventuras de la historia. El espíritu de Rudyard Kipling sobrevuela en este viaje imposible hacia la conquista del reino de Kafiristán de dos temerarios soldados ingleses destinados a la India colonizada. Con la épica al servicio de la camaradería, y acariciada por un delicioso sentido del humor, esta bellísima epopeya sin héroes es también el melancólico retrato de dos perdedores con más sombras que luces, la gran especialidad de John Huston (demostrada ya en otros clásicos, como El tesoro de Sierra Madre o Vidas rebeldes). Alguien debería explicarnos por qué nos quitaron la posibilidad de volver a ver juntos a Sean Connery y Michael Caine, tanta química en un filme imprescindible.

El hombre que quería ser rey

Ha llegado el águila (John Sturges, 1976)

Qué mano tenía John Sturges para rodar acción, en westerns como Los siete magníficos o en peliculones de guerra como La gran evasión, o como esta joya, en la que Michael Caine lidera a un comando de soldados alemanes (hace de nazi, sí, pero de los que s oponen al exterminio judío, un nazi oveja negra) con la misión de secuestrar a Winston Churchill y llevarlo a Berlín. Con Donald Sutherland en el equipo, la cosa sólo puede ir hacia arriba. Trepidante, absorbente y emocionante, todo un clásico del cine bélico.

Ha llegado el águila

Evasión o victoria (John Huston, 1981)

Vale, esta es la presencia más cuestionable del listado, pero, más allá de que a ratos roce el ridículo, no cabe duda de que esta simpatiquísima fiesta para futboleros se ha acabado convirtiendo en toda una cult-movie. El partido de fútbol de nazis contra prisioneros organizado en un campo de concentración alemán es el punto álgido de una entretenida aventura bélica que se entrega al oficio de John Huston y que intenta reflejarse en clásicos como La gran evasión o Traidor en el infierno, pero que encuentra todo su sentido cuando la trama se pone en manos del entrenador Michael Caine y de sus futbolistas, Pelé, Ardiles, Moore y Summerbee. Y sí, incluso perdonamos que el mister apueste en la portería por un Sylvester Stallone que no sería capaz de detener ni el chut de un chimpancé borracho.

Evasión o victoria
Michael Caine y la crisis de los 40 retratada por Woody Allen a Hannah y sus hermanas

Hannah y sus hermanas (Woody Allen, 1986)

En el primer minuto de una de las mejores obras de Woody Allen, la voz de Michael Caine nos pone en situación: “Dios mío, qué hermosa es. ¡Quisiera estar con ella, abrazarla, besarla y decirle lo mucho que la quiero! Basta ya, idiota, es la hermana de tu mujer”. Elliot (Caine) está casado con Hannah (Mia Farrow), la hermana mayor de tres, epicentro de una familia algo desestructurada. Elliot se enamora perdidamente de Lee (Barbara Hershey), y comienza a comportarse como un auténtico cretino. La suya es una de las pequeñas historias con las que Woody Allen concentra un puñado de magníficos retratos de personajes vulnerables y emocionalmente torpes. Más inspirado que nunca, el cineasta fue capaz de volcar influencias tan dispares como Ingmar Bergman, Anton Chejov o los hermanos Marx, en un afortunado cóctel en el que añade sus propias vivencias. Volviendo a Michael Caine, el actor ganó el merecidísimo primer Oscar de su carrera, que no pudo recoger porque estaba rodando... Tiburón IV.

Hannah y sus hermanas

Un par de seductores (Frank Oz, 1988)

Hay tres películas en las que podemos encontrar el Caine más desatado. En ¡Qué ruina de función! (adaptación de Peter Bogdanovich del éxito teatral Por delante y por detrás), en la tercera entrega de Austin Powers (haciendo de padre de Mike Myers) y en Un par de seductores, donde competía con Steve Martin por ser el mejor estafador de mujeres ricas, a las que seducen con el objetivo de vaciar sus bolsillos. La pareja era irresistible, y la comedia hace llorar de risa.

Un par de seductores

Laso normas de la casa de la sidra (Lasse Hallström, 1999)

La libertad y la nobleza que Michael Caine transmite en esta adaptación de la novela de John Irving le dieron su segundo Oscar al actor. Interpreta al director de un orfanato, abortista ilegal y adicto al éter, al que le da una maravillosa y equilibrada humanidad y calidez que nunca cae en el sentimentalismo. Aquellas palabras escritas por Irving toman, con la voz de Caine, un sentido amplificado y poderoso: “Buenas noches, príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra”.

Laso normas de la casa de la sidra

El americano impasible (Phillip Noyce, 2002)

Caine ya tenía experiencia poniéndose en la piel de aquel El cónsul honorario (1983) y regresa al universo del escritor Graham Greene para entregarse a él con una interpretación sutil y delicada de un personaje romántico, melancólico y cínico. Se pone en la piel de un veterano periodista enviado especial en el sudeste asiático, en pleno conflicto entre una Vietnam que reclama la independencia y una Francia que ve agonizar sus tiempos como imperio colonizador. El reportero será testigo de la rebelión mientras trata de gestionar el enredo amoroso con su amante vietnamita y con un recién llegado diplomático estadounidense (a quien da vida el recientemente oscarizado Brendan Fraser). Una de las mejores adaptaciones jamás hechas de la literatura de Greene.

El americano impasible