Hace unos cuantos días La Vanguardia tenía que disculparse por haber falseado las declaraciones de Bruce Springsteen en el primer concierto de Barcelona. Lo más sorprendente, para mí, es que no reparara en el hecho de que se trataría de una manipulación de recorrido francamente corto (con 55.000 espectadores como testigos). Otra: hace una semana saltaba la noticia de un periodista que había conseguido donaciones de centenares de miles de euros del programa de deportes donde trabajaba fingiendo un tumor en el cerebro.

Me diréis que no es fascinante la miseria que nos recorre. La mentira siempre como una opción a medida, tan valientes y tan cobardes. La lástima como una droga. El veneno de preparar, de mantener las mentiras más intolerables. Pienso en la primera vez en que las palabras, lentas y firmes, te salen de la boca. Quizás ni está tan decidido, quizás ni lo has pensado mucho. Y ni imaginas cómo aquellas palabras, de las muchas, de las muchísimas que decimos a lo largo del día, te subyugarán como un dogal. No me diréis que no es maravilloso ver cómo nos cavamos la propia tumba con cada reiteración, con cada amplificación de una mentira que se te agarra y te domina. Porque solo puedes ir adelante, cuando has mentido así. Como corriendo por un bosque con los ojos cerrados, sabiendo que es solo cuestión de azar que te aplastes todos los huesos de la cara contra un árbol.

Todos mentimos, poco o mucho. Y tienes que ser bueno para mentir bien. Pobres, los que no saben fingir en ninguna situación, transparentes y obvios. Es un mecanismo social, también. Pero quien no ha sentido, alguna vez, que la mentira se lo come. Quién no ha deseado que ocurra alguna tragedia, romperse las dos piernas, una pandemia mundial, alguna cosa que pase por encima de ti y de tu mentira. Antes, sin embargo, hay un placer extraño en las mentiras inofensivas y no descubiertas. La tensión de fregar el límite con cada información poco concreta que das, con cada día que pasa, haciéndola más poderosa, más intocable. Y también, claro está, hay una decepción dolorosísima en las mentiras que desenmascaras en los otros. Navega todo ahí, cuando la verdad triunfa sobre la perfidia: autocompasión, rabia y una sensación de justicia que es triste y que pesa como una tonelada de agua.

Todos mentimos, poco o mucho. Y tienes que ser bueno para mentir bien. Pobres, los que no saben fingir en ninguna situación, transparentes y obvios

Ya sé que todos debéis pensar que hay mentiras y mentiras. Y, de hecho, podríamos sistematizarlas. No está al mismo nivel de maldad inventar que obviar cierta información, no acabar de darla toda. Esto segundo nos hace sentir menos mentirosos. Sobre todo si respondemos a preguntas de otros (no te he explicado que nos hemos enrollado porque no me lo has preguntado). Dicen que en los niños pequeños es síntoma de inteligencia y de perspicacia. De hecho, hay una edad bonita en que la mentira no existe. Es igual qué les expliques. Todavía están lejos, pues, de perpetrarlas ellos. En los adolescentes el tema se vicia y son capaces de decirlas de padre y muy señor mío. Tengo toda una colección de mis alumnos. Que si la lluvia (cuando llovía a menudo) ha hecho que se desvaneciera toda la tinta de la redacción que llevaba escrita. Que si las mascotas mueren repetidamente. Los más sibilinos pueden marear meses la perdiz diciendo que te lo he enviado al correo, que qué extraño que no lo hayas recibido, que quizás lo tengo mal, vuelve a dármelo (y así llegamos a junio). La más prémium: falsear la muerte de un profesor mayorcito y decir en casa que se ha declarado luto general durante unos cuantos días y por eso no hay clase.

Yo, quizás de mirar tantos true crime antes de ir a dormir, tengo un sueño recurrente. Entierro a alguien en el patio de casa de los padres. Y el sufrimiento no me deja vivir. Porque sé que los vecinos han visto alguna cosa, que la tierra no está como estaba. Que es cuestión de días. Es el mismo sufrimiento del castigo de Raskolnikov. No sé qué debo tener miedo que me descubran. O quizás sí. Espero que a vosotros os dejen dormir tranquilos, vuestras mentiras.