Un pintor que, durante diez años, se dedica a quemar de noche lo que pinta de día. Y un conflicto judicial que lo atrapa y corta la evolución artística de una figura que se llegó a poner casi al mismo nivel que Dalí o Picasso. La vida del pintor Maties Palau Ferré (Montblanc 1921-2000) es una de aquellas que parecen formar parte de una categoría diferente, más cerca de la ficción novelesca que de la realidad. Y es también la que el escritor Màrius Serra (Barcelona, 1963) explica a La dona més pintada (Proa), su nueva novela. Aquel gesto destructivo de Palau Ferré era en realidad una protesta, orquestada de puertas afuera, en contra de la sentencia que lo enfrentó a Miquel Pairats, un promotor de Vilaseca que fue también uno de sus principales coleccionistas. Y que lo obligó a entregarle más de cuarenta metros cuadrados de pinturas como pago por un chalet que tenían en disputa.

Màrius Serra recurre el enfrentamiento, recogiendo todas las contradicciones y los resquicios y utilizándolo como una vía para reflexionar sobre la construcción de las trayectorias artísticas, el valor del arte enfrentado al comercio y la doble cara del prestigio casi aristocrático de algunos creadores. Construida en tres partes, La dona més pintada es una crónica fascinante, que por momentos flirtea con la biografía y que adelanta con el combustible de un conflicto que tiene alguna cosa de western nuestro, con togas y sentencias en ningún sitio de pistolas y caballos, pero con un pueblo que también se vuelve demasiado pequeño para dos personajes. La novela incluye un epílogo que detalla algunos de los hechos que han tenido lugar en el presente y que incluyen un encuentro entre los descendientes de las dos partes enfrentadas, que Serra consiguió reunir: la ficción cerrando las heridas de la realidad.

La dona més pintada es una crónica fascinante, que en momentos flirtea con la biografía y que adelanta con el combustible de un conflicto que tiene alguna cosa de western 

Un pintor de renombre que durante diez años quema cada noche los cuadros que pinta durante el día. Eso es un hecho insólito.
Esta fue mi puerta de entrada a la historia. ¿Por qué caray un artista tiene que querer destruir aquello que hace? Es una historia que tiene muchos aspectos, pero uno de ellos es la memoria histórica. ¿Cómo puede ser que un tipo que en los años 70 abría las portadas de los diarios y lo ponían al lado de Miró y de Dalí, hoy si no es en el campo de Tarragona, es un desconocido absoluto? Si por alguna cosa Palau Ferré resonaba era por ser alguien que había quemado sus cuadros, no por toda la proyección de su obra, que llegó a ser muy importante. Esta también era una de las preguntas: ¿por qué ha desaparecido?

¿La novela te ha ayudado a encontrar respuestas?
Unas cuantas, aunque el territorio de la novela es más de plantear y de tratar al lector como adulto que toma sus propias conclusiones que ofrecerlas, como un ensayo. Es multifactorial. Palau Ferré sí que quemó cuadros como medida de protesta y en defensa del estatuto del artista ante el comercio. Pero en realidad lo que quemó fue su propia evolución como artista. Aquellos diez años, aunque siguió haciendo obra y vendiéndola por qué tenía que vivir, quedó congelado: el fuego lo congeló. Y no ha tenido esta proyección posterior. En segundo lugar, también tiene que ver con la época: la sentencia del Supremo que lo obliga a pintar 42 metros cuadrados de pintura en el aceite es de 1974. Él lo ejecuta y en el 75 es cuando empieza a quemar cuadros. Aquel año hubo prisa por pasar página: ha llegado la democracia y entramos en una nueva historia. Y todavía te diría un último elemento: el papel del arte en aquel momento era muy diferente de lo que es ahora. Ahora el esquema de los galeristas, coleccionistas y marchantes, del cual él estaba fuera, es lo que marca el canon.

MARIUS SIERRA portada / Foto: Montse Giralt
Màrius Serra publica a La dona més pintada / Foto: Montse Giralt

Su relación con el mundo del arte es como la de Picasso, la de una época anterior.
Él donde se forma de verdad está en París, con una beca de tres años que gana en el Instituto Francés. Aquellos tres cursos si que lo ponen en contacto con tradición cubista de Picasso, que es el que lo influye más, y empieza a tener éxito. Cuando vuelve aquí, lo hace muy profesionalizado, como aquel tío americano que vuelve rico. No es que sea rico, pero se instala y ya vienen a comprarle cuadros. En Montblanc había una rumorología que decía que le venían a comprar cuadros en helicóptero. Trascendía. Y su gran estallido es con una exposición en 1970 en la Biblioteca Nacional de Madrid.

¿Cómo puede ser que un tipo que en los años 70 abría las portadas de los diarios y lo ponían al lado del Miró y del Dalí, hoy si  no es en el campo de Tarragona, es un desconocido absoluto?

Aquí es donde dices que en el mismo lugar solo había expuesto a un artista vivo: Dalí.
El tratamiento que tenía entonces es de primera figura. Estamos en un punto que explica mucho el auge y caída de Palau Ferré: el empoderamiento quizás se acaba convirtiendo en soberbia. Su antagonista es uno de sus coleccionistas y llega un momento que viene esta pirueta: comprarse un chalet con sus pinturas. Hay columnas de prensa diciendo que es un artista tan poderoso que puede comprar con sus pinceles, hay como este mito. Con esta actitud, yo creo que en algún momento alguien le come la oreja y le dice que recibir 10.000 pesetas por metro cuadrado de pintura no es suficiente, que seguro que a Dalí con un solo cuadro ya le pagarían 500.000. A partir de aquí entran en este litigio porque Peirats, el coleccionista, quiere hacer cumplir el contrato. Y Palau Ferré no tenía ninguna opción razonable de ganar.

¿El error de Palau Ferré es, pues, firmar el famoso contrato o incumplirlo después de haberlo firmado?
Hay una cadena de errores, como en cualquier conflicto. En el fondo, el gran error es no tener flexibilidad para entender que has cometido un paso en falso. A partir de aquí la cosa degenera en una crisis de cariz más profundo: artística, psicológica, personal... Es muy fuerte que en muchas entrevistas diga: "Si pierdo el juicio, me suicidaré". ¡Y es también muy bestia y dice mucho del personaje, que el año 92, en una entrevista en el dominical de La Vanguardia, explique que se intentó suicidar con unos medicamentos que estaban en mal estado. Es allí donde se ve una cierta construcción de la figura y del relato. Eso se me interesaba mucho porque cualquier artista plástico necesita explicar su obra con un lenguaje diferente. La cuestión es que en esta historia acaban perdiendo los dos antagonistas: él que quema y el otro que gana el juicio pero que queda como el malo de la película.

La ley intenta objetivar. Y el arte es muy difícil de objetivar

¿Sin aquel conflicto judicial que lo mantuvo ocupado, la dimensión de Palau Ferré hoy sería otra?
Si, pero no lo podemos saber. Podría haber tenido una evolución: murió el año 2000, tenía margen para crecer. Pero es una hipótesis, porque también podría girar la pregunta y decir: "sin este litigio yo no habría llegado ni a conocerlo y nunca en la vida me habría enganchado o fascinado". Pero su fracaso y desaparición después de muchos años prometedores dice mucho sobre lo que significan el éxito y el fracaso en nuestra sociedad y en el mundo del arte, que es tan subjetivo como de un día a otro un grupo musical que llenaba estadios puede desaparecer.

En la novela también se dibuja un conflicto sobre el valor del arte. O quizás sobre el arte y la ley, sobre cuál tendría que pesar más.
En la novela esta reflexión existe: la ley intenta objetivar y el arte es muy difícil de objetivar. La tensión es entre arte y comercio, pero es una tensión que nos viene ya desde el Renacimiento. El comercio es objetivable y, por lo tanto, se puede reglamentar y pasar por ley. Y el arte viene de la vida, que rebasa cualquier ley. Lo que sí que también explora la novela es la incapacidad manifiesta del lenguaje jurídico para expresar con claridad cualquier conflicto. La prosa putrefacta del Tribunal Supremo: hacía años que no me había enfrentado a un texto tanto mal escrito, difícil de entender y absurdo. Y en cambio aquello es lo que acaba marcando el destino de una persona.

Aunque pierda el juicio, en su momento la opinión pública se pone a favor de Palau Ferré.
La opinión publicada se pone a favor del artista por el prestigio. Pero la palabra prestigio viene etimológicamente del verbo 'fingir'. Tener prestigio etimológicamente quiere decir tener una buena apariencia. Y un poco tienes esta sensación. Si alguna cosa no tiene un promotor, alguien del tocho, es prestigio, y eso hace que haya posiciones tomadas solo empezar. Aquí hay también alguna cosa interesante sobre la soberbia del artista, sobre esta superioridad moral. Eso me ha hecho sentir muy catalán, es una cosa muy catalana: "Tengo razón y el mundo me mira". Y después llega la realidad y viene el gran porrazo. Hay un punto de desencanto que me hacía pensar "qué catalán es Palau Ferré".

MARIUS SIERRA segunda / Foto: Montse Giralt
Màrius Serra ha novelado el litigio entre lo pintor Palau Farré y el constructor Miquel Pairats / Foto: Montse Giralt

El pintor se queda con la victoria moral y después sigue explotando esta vía.
Dedica los últimos años de su vida a cagarse en todo lo que es la mercantilización del arte, a trabajar solo para ONGs, a hacer algún póster por Amnistía Internacional, etc. Y está muy bien, pero yo creo que es producto de esta impotencia para leer la realidad en toda su complejidad. La misma protesta de quemar los cuadros, transformarlo en una medida de protesta casi sindical, acaba haciéndolo delante de las cámaras. Lo encuentro todo muy inconsistente, incluso como protesta.

¿Era un ingenuo Palau Ferré? ¿Alguien que no acaba de saber encajar en el mundo y su materialidad?
Creo que es uno ingenuo en el sentido recto del término, de hombre casi rousseauniano. Pero también era un gran engatusador. Me he encontrado a muchísima gente que tenía cuadros suyos de alguna accedente que estaba convencido que lo había retratado a él. Y tú mirabas y veías la foto y ya ves que no, que aquello era un argumento de venta. Sería un ingenuo, pero un ingenuo seductor. No necesitaba a nadie que le llevara la contabilidad. En Montblanc, a la presentación del libro, hicimos levantar la mano a la gente que había venido para ver quién tenía un Palau Ferrés. Y lo hizo un 80% del público.

¿Todos comprados por la gente del pueblo?
Sí, era la gloria local. ¡Venían los diarios y las teles a verlo! "Maties es muy especial", decían. Hay obra de coleccionista de cierto poder adquisitivo, pero también mucho coleccionista de clase media y de la zona. La broma allí es quién no tiene un Palau Ferré en casa.

¿Y esta clase media se podía permitir un cuadro suyo?
Probablemente algunos los habían comprado antes a la década de los sesenta o a plazos. De lo que sí presumía él, es de ser muy selectivo, de solo vender cuadros a quien él quería.

Hay un punto de desencanto que me hacía pensar "qué catalán que es Palau Ferré"

¿Y era así de verdad?
Yo el que me he encontrado es gente que decía que no le había vendido. La librera de Montblanc explicó públicamente que le había dicho que quizás algún día querría uno y Palau Ferré le contestó: "no te lo podrás permitir". ¡Todavía ahora, cincuenta años más tarde, estaba dolida!

En el caso de Pairats, el promotor con quien se enfrenta, las consecuencias del conflicto fueron importantes también. De hecho, en el epílogo dices que incluso tuvo que ver con su muerte.
Josep Pairats, uno de los hijos de Miquel Pairats, en una reunión, pone a mi disposición toda la documentación privada del caso y también me regala una copia de la sentencia del Tribunal Supremo. Y esta copia es una de muchas que él hizo hacer. ¿Qué quiere decir eso? Que tenía una pulsión de mostrar su inocencia de decir: "¡yo tenía razón!". Las debía ir repartiendo. Y yo viendo aquel papel amarillo y aquel óxido de la grapa percibía aquella necesidad de decirle al mundo que no era el malo. Los dos hacen este ejercicio de redención: quieren expiar unos pecados que no se sabe exactamente cuáles son.

MARIUS SIERRA quinta / Foto: Montse Giralt
Màrius Serra en su mundo de autónomo / Foto: Montse Giralt

Y la novela te sirve para adentrarte en él.
Hay una constatación de que son los claroscuros de la condición humana, que creo que son el terreno de la ficción. He pisado un territorio muy delicado, que es trabajar desde la novela, donde tú eres amo y señor de la historia, a partir de elementos reales. Desde el primer momento expliqué a todas las fuentes que yo estaba haciendo una novela. Pero lo que sí quiero reivindicar y mucho más en el momento actual, es el papel de la ficción ante la falsificación. En las fake news, en nombre de un convenio de credibilidad, es decir, de verdad, un periodista, un político o un juez, falsifican deliberadamente una realidad al servicio de sus intereses. La ficción no es una falsificación, sino la creación de un mundo autónomo, que tiene sus propias leyes.

La ficción no es una falsificación, sino la creación de un mundo autónomo, que tiene sus propias leyes

En el epílogo de la novela, acabas interviniendo en la historia reuniendo a los descendientes de ambas partes enfrentadas. Es decir, el novelista no solo hace ficción sino que también interviene en la realidad.
No estaba para nada previsto, por eso mismo acabó cogiendo peso la opción de escribir este epílogo. A mí se me ocurrió proponerlo y los dos se mostraron muy conciliadores. Y también con una cierta necesidad de limpiar el nombre del Pairats. Ha habido varios encuentros y en dos presentaciones, en Reus y Tarragona, familiares de los dos lados han venido. Que hayan querido incluso escenificarlo y sentarse juntos... Me parecía bonito que la ficción sirviera para que una herida personal que se había abierto hace cincuenta años se pudiera cerrar. Vivimos muy rodeados de odio. Las redes sociales han destilado una nueva forma de odio, que se sirve frío, que no se lo lleva el viento, que queda y deja rastro. Y es cotidiano, diario. A mí ya me gusta odiar a alguien, forma parte de la vida, pero este odio es de una toxicidad muy grande.