Mario Obrero explica que descubrió la anécdota en un artículo del filólogo y miembro del Real Institutu d'Estudios Asturianos Xulio Concepción Suárez, publicado en la revista Vindonnus. En ese relato, Concepción contaba una historia de infancia: el primer día de clase, el maestro —castellanohablante— les enseñó las vocales. Escribió una "a" en la pizarra y, al lado, dibujó un abanico. Los alumnos dijeron al unísono: "¡A de abanicu!". Para la "e", dibujó un erizo. La respuesta de los niños fue: "¡E de curcuspín!", que es la palabra que, en asturiano, se usa para referirse al erizo.

Es una de las voces más prometedoras y estimulantes de las letras castellanas. Es de Getafe, tiene 21 años y cinco poemarios publicados. Una bibliografía que Obrero —también presentador de las dos primeras temporadas del espacio literario de TVE Un país para leerlo— amplía ahora con Con e de curcuspín, un ensayo y carta de amor a las distintas lenguas que conforman el mapa lingüístico de la península: el catalán, el gallego, el euskera, el aranés, el aragonés, el asturiano, el extremeño... Porque, como él defiende, las minorías, en su conjunto, son mayoritarias y universales. Y en un mundo construido sobre un feudo monolingüe, buscar el curcuspín se convierte en una necesidad.

"Quizá es un título que, a primera vista, cuesta entender", explica Mario Obrero en un catalán que no abandonará en ningún momento de la entrevista. "Los títulos siempre suelen ir un poco a contracorriente de lo que es la escritura. Porque, sobre todo en la poesía —que es donde más me siento en casa—, intentas explicar el mundo haciéndolo más grande y llenándolo de matices. Pero luego necesitas un título, que es una síntesis absoluta de todas las ideas en tres o cuatro palabras. He elegido esta anécdota porque el libro habla de la diversidad lingüística, así que el título tenía que ser consecuente. Tener una palabra asturiana ya me pareció un comienzo maravilloso, porque la gente que se acerque al libro también se estará acercando a otra lengua. Además, a una lengua que, por desgracia, hoy en día todavía no está oficializada y que, por tanto, vive una situación sociolingüística muy precaria. Tenemos que buscar el curcuspín, es decir, las formas que tenemos de nombrar el mundo más allá de la normativa o de la lengua dominante. Además, en castellano y catalán, ‘eriçó’ (erizo) y ‘rinxol’ (rizo) comparten etimología. Para mí, que tengo el pelo muy rizado, era una forma muy sentimental de decir que también podemos tener curcuspins y erizos en la cabeza.”

¿A quién va dirigido el ensayo, a los territorios con lenguas minorizadas o al lector de zonas donde solo se habla castellano?
Tenía en mente, y así se ha confirmado, que en los territorios bilingües o con sensibilidad lingüística, el libro sería una celebración, aunque también, claro, una evidencia de lo que ya se sabe: esa lucha diaria que dura siglos. ¿Qué puedo explicarles yo a los lectores que cada mañana piden un café con hielo y les sirven un café con leche? Con e de curcuspín es una celebración muy bonita de esta diversidad lingüística, pero una de las sorpresas que me he llevado —y que me ha maravillado— ha sido la buena acogida que está teniendo en territorios monolingües. Hicimos una presentación en Munera, el pueblo de Albacete del que es originaria mi familia. Fue una experiencia increíble. Las vecinas me contaban cómo llamaban a las lentejas, a los garbanzos, al campo y a las hierbas. Habían comprendido completamente que todos tienen una relación con el lenguaje propia e inherente al territorio, que va más allá de cualquier hegemonía. Cuando se impone una narrativa desde el poder, esa imposición nace de la ignorancia. Y eso se traduce en ignorancia y desconocimiento de una realidad que podría ser nuestra, que, de hecho, lo es. No hay ningún problema en acercarse a Cataluña para ir a Port Aventura, pero acercarse a la lengua es un peligro o una herejía. Desde España se ha construido un discurso privilegiado que siempre ha tratado de deshacer vínculos con unos territorios y sus idiomas que están más cerca de lo que parece. El pueblo de al lado de Munera se llama La Roda, y un poco más allá hay uno que se llama Minaya y otro que se llama Pardal. En euskera, Minaya significa “mi hermano”, y Pardal, no hace falta que lo explique. Históricamente, siempre ha habido un diálogo mucho más cercano del que imaginamos. Creo que sí, que hay una mayoría educada y silenciosa que no necesita gritar ni fomentar discursos de odio. Quien ama las palabras y la lectura, es imposible que no ame todas las lenguas, vengan de donde vengan.

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Entrevistamos a Mario Obrero

Quien ama las palabras y la lectura, es imposible que no ame todas las lenguas, vengan de donde vengan

Nos hace gracia que un chico de 21 años de Getafe hable y defienda el catalán. Pero también podríamos caer en el error de hiperbolizar el agradecimiento o verte como una figura exótica, el Cid Campeador de la diversidad lingüística del Estado.
Doy las gracias porque, gracias a ese cliché del madrileño que habla catalán, me estoy quitando el de “demasiado joven para haber escrito tantos libros”. Ese agradecimiento al que te refieres es muy generoso, da mucho aliento y energía. Pero a la vez me enfada que se agradezca a un madrileño interesado en la diversidad lingüística, pero no a la gente que lleva décadas y siglos desde la sociedad civil, los movimientos, los institutos y el mundo académico haciendo posible vivir en la lengua propia del país. No he hecho nada que no hayan hecho antes muchos escritores, editoriales o entidades de la sociedad civil que han defendido el uso del catalán, del gallego o del euskera, como esas escuelas que abrían gratis por la noche para que los adultos pudieran aprenderlos. Hay que tener claro dónde debe estar el agradecimiento. Para mí, los agradecidos somos quienes nos acercamos a una lengua y descubrimos un mundo nuevo, nuevas posibilidades. Somos nosotros quienes tenemos que celebrar esa oportunidad. Si la diversidad lingüística es una realidad, es gracias a la gente que ha resistido desde los mismos territorios. Los de fuera somos bienvenidos —y yo siempre me he sentido muy bien acogido—, pero no tenemos por qué estar en primera línea de las defensas, porque esta es una lucha que mucha gente lleva librando desde hace décadas, siglos.

La defensa de la riqueza lingüística también es una lucha de clase, sostienes.
Hay un vínculo evidente entre clase y lengua. Quien quiere romper una lengua y violentar un idioma lo hace con la misma intención con la que ataca a la clase trabajadora. Walter Benjamin decía que el mayor tesoro de los poderosos no es la plusvalía, sino la cultura y el sentido de las palabras. En un tiempo en que, desde Madrid, hemos contaminado por completo la palabra libertad, en un momento en que la patria se ha convertido en algo que da miedo, en que a veces decir que eres español da cierta vergüenza, hace falta recuperar esa relación entre clase obrera y lenguaje. Es necesario que el lenguaje y las palabras vuelvan a los lugares no privilegiados, a los espacios sin micrófono, a los barrios y calles obreras que necesitan una libertad que se dirija a su realidad. Necesitamos un léxico, unas palabras que puedan expresar lo que somos. Si el lenguaje conforma el pensamiento, evidentemente también acaba determinando qué acciones podemos y queremos hacer.

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Portada de Con e de curcuspin de Mario Obrero

No puede ser que se esté luchando para que el catalán sea oficial en Europa y que, en cambio, no se haga nada para que se estudie en Alicante

Estas semanas ha estado muy presente el debate sobre la oficialidad del catalán, el gallego y el euskera en Europa. Un debate importante y necesario, pero no más que una mayor presencia, por ejemplo, de estas lenguas en los medios de comunicación públicos estatales.Se está debatiendo algo que ha sido una realidad continental desde hace mucho, y si no, que se lo pregunten a Mercè Rodoreda, Carles Riba, Anna Murià y Agustí Bartra, entre muchos otros, si el catalán era o no era una lengua propia cuando tuvieron que exiliarse. Que el catalán existe en Cataluña y en el resto de Europa es un hecho natural que lleva muchas décadas ocurriendo y que forma parte de la realidad de una lengua. Estamos votando una obviedad. Me parece mucho más importante que el Estado entienda que la cooficialidad lleva un prefijo co- que vale tanto para los de fuera como para los de dentro. Que lo fundamental es defender el uso lingüístico en el propio territorio. No puede ser que se luche para que el catalán sea oficial en Europa pero no se haga nada para que se estudie en Alicante. Es un error y una pérdida de rumbo respecto a dónde está la verdadera prioridad. Y sí, la televisión pública tiene el deber y la obligación de reflejar la realidad y diversidad de todo un Estado y toda su ciudadanía. Por ejemplo, si el 25% de la edición de libros en el Estado es en lenguas distintas del castellano, los programas literarios de RTVE deberían reflejar ese 25%, que, no lo olvidemos, impacta en el PIB, en las librerías, en los recursos económicos y en la vida. Y esa es una realidad que cuesta muchísimo visibilizar en RTVE. Por muchos cambios que haya, por muchos esfuerzos por modernizarla o atraer nuevos públicos, parece que tanto la cultura como las lenguas son siempre las hermanas pequeñas que hacen cola. Y ya no es solo una buena intención, es una obligación.

Días atrás se concedió el Premi d'Honor de les Lletres Catalanes al filósofo Pere Lluís Font. En su discurso, defendió que no somos bilingües, sino monolingües, y que, en todo caso, deberíamos ser políglotas, porque quien no ama otras lenguas no ama la suya propia.Pues me parece un pensamiento muy bonito, porque demuestra una relación “poli” con las cosas que también defiende el libro: un poliamor hacia las lenguas. Otra Premi d'Honor de les Lletres Catalanes, la poeta Marta Pessarrodona, tiene este poema donde ya dice: “Amando siempre, para siempre más, se gana”.

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Entrevistamos a Mario Obrero

Creo decididamente en la necesidad de ser plurilingües y de entender esa diferencia, y de marcar una diferencia. El binarismo siempre rompe y te hace pequeño ante una diversidad mucho más estimulante

L'amor a BCN, es el poema.
Por mucho odio que se pueda llegar a sentir. Por mucho cuerpo que haya que poner como trinchera en el día a día. Por muy dura que sea una lucha... Yo creo que el cariño es la única herramienta para sobrevivir, para llegar a más gente y hacer crecer una conciencia de la necesidad de una diversidad plurilingüística donde todo sea reconocido. A mí el catalán me llegó por el cariño. Por el amor de la gente que quiso escucharme y acompañarme en este proceso de aprendizaje. Me llegó por amar frente al odio: el odio del 1 de octubre, el odio que desde España se iba gestando. De la Policía y la Guardia Civil que salía hacia Cataluña desde delante de mi casa, al grito de “¡A por ellos!”. Creo decididamente en la necesidad de ser plurilingües y de entender esa diferencia, y de marcar diferencia. El binarismo siempre rompe y te hace pequeño ante una diversidad mucho más estimulante.

Aprendiste catalán mirando la serie Merlín, decías que porque el doblaje era muy malo.
Y tanto. Eso fue en 2017. Fueron los días en que en el Telediario aparecían las agresiones policiales contra la gente que quería ir a votar y los políticos y ciudadanos que tuvieron que exiliarse. La lengua siempre tiene una posibilidad de transgresión, más aún cuando llega a través de la cultura, de los libros, de la música, del cine o de una serie. Empezar a ver Merlí fue una especie de decisión transgresora, como empezar a comprar Cacaolat en Getafe (ríe). El año que viene estudiaré el máster de Literatura Comparada y Estudios Literarios en la Universidad de Barcelona, así que, de alguna manera, me convertiré en el personaje de Merlí que entra por la puerta de esa misma facultad. Y eso que me pasó años atrás con el catalán espero que, con el tiempo, me lleve a muchas más lenguas. La diversidad nunca se acaba. Siempre hay un rincón escondido donde encontrar una sensibilidad más que añadir, un matiz más que podemos incorporar a nuestra identidad.