Perpinyà, 19 de mayo de 1907. Hace casi 115 años. Se celebraba la manifestación más multitudinaria de la historia de la ciudad. Entre 160.000 y 170.000 personas, procedentes de pueblos, villas y ciudades de la Catalunya Nord y del Languedoc, se concentraban en la capital del Rosselló (entonces una pequeña ciudad de 40.000 habitantes) para expresar el profundo malestar de aquella sociedad, causado por la devastadora crisis vinícola que estaba arruinando el territorio. La manifestación de Perpinyà era la octava que se convocaba por este motivo en poco menos de dos meses, y representaría un antes y un después de aquel movimiento. A partir de Perpinyà, la revuelta del vino se dimensionaría extraordinariamente y adquiriría un componente de reivindicación cultural y lingüística catalana y occitana que haría tambalear los fundamentos de la República Francesa.

Manifestación de Perpinyà (2). 19 de mayo de 1907. Fuente Wikimedia Commons

Manifestación de Perpinyà del 19 de mayo de 1907 / Fuente: Wikimedia Commons

El escenario general

A principios del siglo XX, la Catalunya Nord y el Languedoc producían el 45% del vino francés. Pero, en cambio, los vinos catalanes y languedocianos no tenían el prestigio de los de Burdeos o de los de la Borgoña. Situados en los estratos más bajos de la oferta ―no tanto por la calidad del producto, sino por el desconocimiento del origen―, tenían que competir con los llamados "vinos falsificados", brebajes elaborados con productos químicos, fabricados y comercializados ilegalmente y que los gobiernos franceses no habían conseguido erradicar. Esta competencia desleal, que aventuraba una crisis de grandes dimensiones, se vio agravada con las epidemias que sufrieron las viñas durante la segunda mitad del siglo XIX (el oídio, el mildiu), pero que se hizo especialmente patente con la aparición de la filoxera (1879), la "peste negra" de las viñas.

El escenario particular

A principios del siglo XX, la producción vinícola era el principal sector económico de la Catalunya Nord y del Languedoc. Este sector estaba formado por miles de pequeños propietarios agrarios ―agrupados en cooperativas― con una larga tradición vinícola que se remontaba a mediados del siglo XVIII. La transformación de los cultivos de cereales en viñas se había producido en un contexto de explosión demográfica en el norte de Francia, que había disparado la demanda de vino, en aquel momento considerado un producto de alimentación básica. Pero también estaba formado por miles de trabajadores de las bodegas cooperativas del territorio, y por miles de transportistas que situaban los vinos catalanes y languedocianos en sus principales mercados de consumo (la región de París). Y no olvidemos el tejido comercial local, totalmente dependiente de la salud económica del sector vinícola.

Manifestación de Nimes. 9 de junio de 1907. Fuente Wikimedia Commons

Manifestación de Nimes del 9 de junio de 1907 / Fuente: Wikimedia Commons

El primer desafío

Desde finales del siglo XIX, los viticultores catalanes y occitanos asistían perplejos a una caótica desregulación del sector. La prensa publicaba, a menudo, la detención y desarticulación de mafias de falsificación de vinos, pero, sorprendentemente, la justicia francesa no aplicaba ningún tipo de castigo ejemplar a los defraudadores. Incluso, en ocasiones, ni siquiera se les condenaba. Y en este paisaje de indefensión surgieron las primeras voces que promovían una revuelta fiscal. Todavía estaba viva la memoria del Cierre de Cajas de Barcelona (1899), la revuelta fiscal de los industriales y comerciantes del Principado que había hecho tambalear el gobierno de Madrid y que había sido la cuna de la Lliga Regionalista. Este detalle es muy importante, porque evidencia la voluntad de crear un eje crisis económica-reivindicación política, claramente inspirado en los hechos de Barcelona.

La manifestación de Perpinyà

La prensa francesa de la época prestó mucha atención a aquella manifestación. Sus corresponsales y enviados especiales relataron que, desde primera hora de la mañana, llegaron a Perpinyà docenas de miles de personas en todos los medios de locomoción posibles (trenes, camiones, automóviles, bicicletas) e inundaron las calles y plazas: entre 160.000 y 170.000 personas, que representaban cuatro veces la población de la ciudad y que superaban, de lejos, la manifestación del Cierre de Cajas (100.000 personas en Barcelona, la más multitudinaria hasta entonces de la historia de Catalunya). Pero allí donde los corresponsales y los enviados especiales pusieron más énfasis fue en los parlamentos de los dirigentes del movimiento: Ernest Ferroul ―alcalde de Narbona― y Marcel Albert ―líder de los viticultores― se dirigieron a la multitud en catalán y en occitano.

Marcel Albert, lider de los viñeros y Georges Clemenceau, primer ministro francés. Fuente Wikimedia Commons

Marcel Albert, líder de los viticultores, y Georges Clemenceau, primer ministro francés / Fuente: Wikimedia Commons

El segundo desafío

Cuando estalló la revuelta de los viticultores, el catalán y el occitano no tenían carácter de oficialidad, pero eran las lenguas de uso habitual de sus respectivas sociedades. Los datos de la época revelan que, el año 1907, el catalán era la lengua del 90% de la población de la Catalunya Nord y el occitano lo era del 80% de la población del Languedoc. No obstante, el conocimiento (no el uso) del francés había crecido espectacularmente desde la implantación del sistema de Instrucción Pública (después de la Revolución Francesa, 1789), hasta abarcar la práctica totalidad de la población del estado francés. Aquellos parlamentos, en catalán y en occitano (lenguas de aquellas sociedades) y no en francés (lengua oficial y conocida por todo el mundo), fueron interpretados por las autoridades de París como un desafío a la ideología del estado: el eje Francia-república-nación única-lengua única.

La maquinaria del estado

Después de Perpinyà, la maquinaria del estado francés se puso en marcha. El primer ministro Georges Clemenceau, del Partido Radical (y que inspiraría al anticatalanista Lerroux en la creación del PRR español, 1908), hizo saltar todas las alarmas y puso en guardia todos los poderes del estado y sus aliados tradicionales. No es casualidad que, después de Perpinyà, los maestros de escuela franceses desplegaron una intensa campaña "puerta a puerta" para convencer a los padres de familia de que tenían que educar a sus hijos exclusivamente en francés. Y, paralelamente, la misma prensa que había cubierto la evolución del movimiento del vino desplegó una intensa y siniestra campaña ―perfectamente orquestada― señalando aquellas movilizaciones y a sus líderes como antifranceses, antirrepublicanos, antidemocráticos e involucionistas.

Soldados del 17.º Regimiento en Gafsa (colonia francesa de Tunisia) después de la Revuelta de los Viñeros. Fuente Wikimedia Commons

Soldados del 17.º Regimiento en Gafsa (colonia francesa de Túnez) después de la revuelta de los viticultores / Fuente: Wikimedia Commons

Clemenceau

Georges Clemenceau pasaría a la historia como el primer ministro que presidió el gobierno francés durante la última fase de la I Guerra Mundial (1916-1918) y durante los acuerdos de paz de Versalles (1919). Pero es menos conocido por dos hechos no menos relevantes y muy significativos que dibujan con gran precisión su perfil político: por la terrible represión policial que desató contra los movimientos obreros de París (1906) y por la durísima represión militar que ordenó contra el movimiento del vino (1907). Por no hablar de la traición a los voluntarios catalanes que lucharon en las trincheras francesas durante la I Guerra Mundial y que, concluido el conflicto con la victoria de Francia, le pidieron apoyo a las reivindicaciones nacionales catalanas y los despachó miserablemente con la cita “Pas d’histoires, catalans” (1918).

Homenaje a una víctima de la represión militar contra los viñeros. Narbona (1907). Fuente Wikimedia Commons

Homenaje a una víctima de la represión militar contra los viñeros, Narbona (1907) / Fuente: Wikimedia Commons

La represión

El movimiento de los viticultores crecía a gran velocidad. Siete días más tarde (26 de mayo), Carcasona acogía a 220.000 manifestantes. Pasados siete días más (2 de junio), en Nimes se reunían 250.000 personas. Y el punto culminante se alcanzaba el 9 de junio, en Montpellier, con 800.000 manifestantes. El 18 de junio, Clemenceau ordenaba la movilización del 17.º Regimiento de Infantería, que se dirigió a Agde para impedir la enésima manifestación. Aquella protesta no se llegó a celebrar nunca, porque el ejército francés asedió, acosó y atacó a los manifestantes, provocando una auténtica carnicería que se saldaría con docenas de muertes (oficialmente, sólo seis fallecidos) y miles de heridos. Ciudadanos catalanes y languedocianos de la República Francesa, que su propio gobierno había convertido en una amenaza al estado y que su propio ejército agredió y asesinó impunemente.

Imagen principal: Manifestación de Perpinyà del 19 de mayo de 1907 / Fuente: Wikimedia Commons