Barcelona, 23 de septiembre de 1461. Hace 559 años. Carlos de Viana, heredero a los tronos catalanoaragonés y navarro, moría, muy probablemente, envenenado. Cuando menos, esta fue la hipótesis que corrió como la pólvora y que se extendió como la peste. El estado actual de conservación de su cadáver, perfectamente momificado, apunta claramente a la utilización de un potente veneno para enviar a Carlos a la papelera de la historia. La muerte prematura del príncipe de Viana tuvo unas consecuencias políticas de gran alcance. Fernando de Aragón, hermanastro pequeño de Carlos y nombrado posteriormente "el Católico", se convertiría en el nuevo heredero. Y, de rebote, Juana Enríquez, madre de Fernando y madrastra de Carlos, sería señalada como inductora del crimen, aunque la verdadera autoría nunca se aclaró. ¿Fue realmente la madrastra la asesina de Carlos?

Mapa de la península ibèrica (1482). Fuente Cartoteca de CatalunyaMapa de la península Ibérica (1482) / Fuente: Cartoteca de Catalunya

¿De dónde venía Carlos?

Carlos de Viana era el primogénito de Juan de Trastámara (1398-1479), hijo del primer Trastámara que se sentó en el trono catalano-aragonés, y de Blanca de Navarra (1387-1441), hija y heredera del rey Carlos III de Navarra, y viuda en primeras nupcias de Martín el Joven (hijo de Martín I, el último Berenguer-Aragón). La unión de los progenitores de Carlos había sido un matrimonio claramente político, como todos los de la época, que pretendía avanzar en el proyecto de creación de un estado que, en su parte continental, abarcaría la totalidad del valle del Ebro, desde el Mediterráneo hasta el Atlántico. Este proyecto político era de fabricación netamente catalana: Martín, el último Berenguer-Aragón, ya había casado a su hijo y heredero con Blanca (1402) antes de que los Trastámara pusieran sus nalgas en el trono de Barcelona (1412).

¿Quién era Carlos?

En este punto, es importante destacar que ni Juan ni Blanca —los progenitores del de Viana-, cuando se casaron (1420), y cuando nació Carles (1421), no eran soberanos de sus respectivos estados. En Pamplona, el viejo Carles d'Evreaux, resistía los achaques de la edad repantigado en el trono. Pero no había nadie más que se interpusiera en el camino que conduciría a Blanca al trono. Y en Barcelona, Alfonso el Magnánimo, el hermano mayor de Joan, no había engendrado hijos ni parecía que tuviera ganas. Al menos, con la reina María. Desde que Alfonso había puesto los pies en Nápoles (durante la campaña militar de 1434), no tuvo nunca más ningún contacto físico con María. Por lo tanto, en este sentido, todo apuntaba a que Juan, hermano pequeño de Alfonso, y más adelante padre de Carlos de Viana (1421) y de Fernando el Católico (1452), sería el relevo designado.

Representació de Carles de Viana (siglo XV). Font MNAC

Representación de Carlos de Viana (siglo XV) / Fuente: MNAC

¿Qué representaba Carlos?

Con todo eso, queda claro que Carlos de Viana era una pieza importantísima en un tablero de ajedrez donde se dirimía el futuro de la corona catalanoaragonesa. Se dirimía la pervivencia del régimen feudal, con su dibujo clásico (el equilibrio de poderes entre la corona, la nobleza y la Iglesia); o el salto hacia un modelo de estado preabsolutista; donde el rey y sus aliados naturales (las clases mercantiles) gobernarían sin necesidad de pactos con los otros poderes. Y se dirimía, también, la orden de prioridad de los dos grandes proyectos expansivos de los Trastámara de Barcelona: la unión dinástica con la corona navarra o con la castellano-leonesa. Aunque el matrimonio de Joan y Blanca (1420) apuntaba claramente hacia el Atlántico, no tenemos que olvidar que, antes (1415), Alfonso, hermano mayor| de Joan, se había casado con María de Castilla, segunda en la carrera sucesoria al trono de Toledo.

Los problemas de Carlos

A Carlos, los problemas le llegaron cuando se hizo mayor y tuvo que escoger sus amistades políticas. El año 1441, moría Blanca de Navarra, que en aquel momento ya ejercía como reina, por la muerte del viejo Carlos de Evreaux. Pero, en cambio, Juan no había alcanzado, todavía, el trono de Barcelona. Desde que había muerto el viejo Evreaux (1425) hasta la defunción de Blanca, "había estado calentando motores", únicamente como rey consorte de la monarquía de las cadenas. Y la génesis de los problemas de Carlos la encontramos en este punto. El testamento de Blanca (una réplica de las capitulaciones matrimoniales de 1420) decía claramente que su heredero al trono sería Carlos. De hecho, años antes, había sido nombrado príncipe de Viana (el título que recibía el heredero en la corona navarra). Sin embargo, Juan no lo aceptó, y la guerra entre padre e hijo empezó en aquel momento.

Representació de Lluís XI y Ferran el Catòlic. Fuente Wikimedia Commons

Representación de Carlos de Viana (siglo XV) / Fuente: MNAC

Las amistades políticas de Carlos

A partir de la muerte de Blanca, la elección de las amistades políticas de Carles no parece ni la más apropiada, ni la más inteligente. En Navarra, inmersa en una guerra civil desde la muerte de Blanca, escogió siguiendo la cita "los enemigos de mis enemigos, son mis amigos". Y se cubrió de gloria consiguiendo el apoyo del partido beaumontés, radicalmente opuesto a tirar Navarra, a corto o medio plazo, a los brazos de los Trastámara de Barcelona. Eso tuvo sus consecuencias; y con este currículum, en Catalunya, se tuvo que contentar con el apoyo de la nobleza terrateniente, que se miraba la tríada formada por los Trastámara, las élites mercantiles y los campesinos de redención como la viva representación de la corte de Satanás. En Catalunya, estas oligarquías no eran más que un belén de personajes apolillados, pretenciosos y usureros. Reliquias extemporáneas.

¿Quién quería ver muerto a Carlos?

Con estas amistades hacía era acertada la cita "con amigos como estos no me hacen falta enemigos". La nómina de personajes que podían querer ver a Carlos muerto y enterrado era extensísima. El primero, su propio padre, que con la muerte de Alfonso el Magnánimo alcanzaba su objetivo finalista: poner las nalgas en el trono de Barcelona (1458). Pero la fiesta no fue completa: Juan, forzado por los "amigos" catalanes de Carlos, se vería en medio de una mortífera guerra civil con un resultado decepcionante: se endeudó hasta las cejas para conservar el trono de Barcelona; pero su acreedor, el rey Luis XI de Francia le impuso unas condiciones financiero-políticas draconianas: lo obligaba a ceder Navarra a su hija Blanca (hermana de Carlos), y a empeñar el Rosellón. Muy probablemente, Joan sabía que ni recuperaría Navarra, ni podría devolverr el préstamo y acabaría perdiendo el Rosellón.

Representació de Juan II y Joana Enriquez (siglo XV). Fuente Archivo de El NacionalRepresentación de Juon II y Juana Enríquez (siglo XV) / Fuente: Archivo de El Nacional

¿Quién más quería ver muerto a Carlos?

Carles de Viana había fiado la conclusión del proyecto catalán de salida al Atlántico (el viejo proyecto de las clases mercantiles catalanas desde la última época de los Berenguer-Aragón) a la fuerza militar de la apolillada nobleza terrateniente catalana (los enemigos seculares de los comerciantes catalanes) en la guerra civil que endeudó la corona hasta más arriba de la nariz. Una estrategia política concebida con los testículos y con un resultado devastador. La muerte de Carlos y la posterior derrota de sus aliados enterraron para siempre el proyecto de crear un estado entre dos mares, con todo lo que habría representado, por ejemplo, en el desarrollo de la empresa americana. ¿Cuánta gente que pronosticó que la política de Carlos estaba condenada al fracaso podía desear su muerte, antes de ver el "carro despeñarse por el acantilado"? Precisamente, la madrastra, la castellanísima Enríquez, era la que menos.

 

Imagen principal: Representación moderna de la muerte de Carlos de Viana (1887), obra de Vicente Poveda. / Fuente: Museo del Prado