Barcelona, 1775. Hace 245 años. La Junta de Comerç de Catalunya abría las puertas de la Escuela de Diseño en la Casa de la Llotja, en Barcelona, la primera escuela profesional y gratuita de la historia peninsular. La Escuela de Diseño se convertiría en la punta de lanza de un modelo de enseñanzas profesionales creadas, específicamente, para dar atención a la demanda de las fábricas del país. Durante casi un siglo (1769-1851), la Junta de Comerç creó ocho escuelas profesionales, que formarían los cuadros técnicos y la mano de obra especializada de la primera Revolución Industrial en Catalunya. Hasta que en 1851, el Gobierno ahogó la Junta y su modelo de enseñanza. ¿Con qué propósito?

Vista de Barcelona (1850), obra de Alfred Guesdon. Font ViquipediaVista de Barcelona (1850), obra de Alfred Guesdon / Fuente: Wikipedia

Los historiadores han fijado el inicio de la Revolución Industrial en Catalunya en el año 1832, con la apertura de la Bonaplata, la primera fábrica peninsular que utilizó el vapor como fuerza motriz. Pero que el camino que culmina en la Bonaplata se inicia hacia 1750. La segunda mitad del siglo XVIII es la de un intenso comercio no solamente entre Catalunya y la América hispánica, sino que también lo es con Francia e Inglaterra. Las primeras acumulaciones de capitales —uno de los elementos indispensables para impulsar la Revolución Industrial— se formaron en aquella época, y son las que explican la creación de las primeras fábricas de la posguerra borbónica y de las primeras escuelas profesionales de la Junta de Comerç.

La historiografía nacionalista española insiste en la pretendida amplitud de miras de Carlos III; que en 1778 (tres años después de la creación de la Escuela de Diseño), liquidaba el monopolio castellano del comercio americano. Eso no es más que un falso mito. Catalunya no había dejado nunca de comerciar con todas las Américas. Aquel comercio, mayoritariamente clandestino desde la creación de la Casa de Contratación (1504), se había intensificado a partir de 1750. Lo prueba, por ejemplo, la existencia de la colonia catalana de Buenos Aires (1750), que proveía a las fábricas de Barcelona y de Reus; y que, de su actividad, no hay ninguna constancia en la Casa de Contratación.

Vista del puerto de Buenos Aires (1851), obra de Jean Desiré Dulin. Fuente Blog HistarmarVista del puerto de Buenos Aires (1851), obra de Jean Desiré Dulin / Fuente: Blog Histarmar

Lo que hizo a Carlos III, aconsejado por Squillace y por Aranda, fue legalizar una actividad consolidada, cobrando por la gracia un cuantioso impuesto. Todo muy español. El comercio bidireccional entre Barcelona y Reus por un lado; y Buenos Aires, La Habana, Puerto Rico, Nueva Orleans y Nueva York, por el otro —antes y después de la abolición del monopolio—, sería la que impulsaría la recuperación de los sectores naval, textil y de destilación de alcoholes catalanes, destruídos por Felipe V durante la ocupación borbónica del país (1707-1714). Es decir, la que impulsaría, por ejemplo, la creación de la Escuela Náutica (1769), la Escuela Gratuita de Diseño (1775), y la Escuela de Comercio (1778).

La Escuela Naval fue la pionera del modelo creado por la Junta de Comerç por las razones explicadas anteriormente. Y su dirección fue encomendada a Sinibald de Mas (Torredembarra, 1736 – Barcelona, 1806), un experto piloto de navegación que había tenido una curiosa e intensa relación con los corsarios ingleses y otomanos de la época, y que conocía como la palma de la mano todas las rutas posibles del Mediterráneo y del Atlántico. La figura de Sinibald de Mas, y la responsabilidad que le derivó la Junta de Comerç, son otra prueba irrefutable de la existencia y de la importancia del comercio catalán con las Américas, mucho antes de la interesada bromita de Carlos III.

Este comercio bidireccional es el que explica, también, la creación de la Escuela de Diseño, y el caso de Buenos Aires es el más ilustrativo. Los tenderos catalanes establecidos en el barrio porteño de Montserrat, compraban lana y algodón en bruto, y piel curtida (los grandes secaderos estaban en el actual barrio de La Boca) a los terratenientes criollos. Acto seguido lo embarcaban hacia Catalunya, y aquella materia prima era transformada en las prestigiosas indianas (los tejidos estampados). El proceso culminaba en las tiendas catalanas importadoras de Buenos Aires; las indianas estampadas en Barcelona y en Reus causaban furor entre las mujeres de las oligarquías productoras de la materia prima.

Grabado que representa una fàbrica textil en Barcelona, a finales del siglo XVIII. Font EnciclopediaGrabado que representa una fábrica textil en Barcelona, a finales del siglo XVIII / Fuente: Enciclopedia

Las indianas de Barcelona y de Reus no eran tan sólo apreciadas en Buenos Aires. También lo eran en Nueva Orleans, en Nueva York o en Londres, por poner tres ejemplos. Cuando se creó la Escuela de Diseño, sólo en Barcelona, había más de 2.000 obradores que ocupaban 13.000 trabajadores —en una ciudad de poco más de 100.000 habitantes; y que representaban más de una cuarta parte de la población activa. La producción y venta de indianas era la principal fuente de riqueza de Barcelona. Por este motivo la Junta de Comerç promovió una escuela donde los alumnos no tenían que pagar ni siquiera el papel y los lápices, que sería pionera en la península, tanto por el modelo como por la finalidad.

A principios del siglo XIX el mundo estaba cambiando a marchas forzadas. Las revoluciones y las independencias estaban cambiando la traza geoestratégica del planeta. Pero en la España atávica y eterna de fábrica borbónica, lo poco que se movía era para no mover nada. Catalunya era la excepción: las únicas enseñanzas superiores continuaban en la miniuniversidad de Cervera (Medicina, Derecho, Teología, etc.), desde que el primer Borbón hispánico la había creado (1718) después de cerrar las otras. Pero la iniciativa de la Junta de Comerç lo compensaba creando las escuelas de Química (1805), de Mecánica (1808), de Física Experimental, de Economía Política y de Arquitectura (1814).

La Casa de la Lonja|Palco, una vez concluidas las obras del embocall neoclàssic (principios del siglo XIX). Fuente Casa de la Lonja|Palco

La Casa de la Llotja, una vez concluidas las obras la envoltura neoclaásica (principios del siglo XIX) / Fuente: Casa de la Llotja

Naturalmente estas iniciativas no gustaban al poder español, instalado en el absolutismo rancio y castizo de la Pradera de San Isidro. Ya desde del inicio, la mafia borbónica de la época había extorsionado a la Junta de Comerç. En 1770, la Junta de Comerç —heredera del Consulat de Mar— recupera la propiedad de la Casa de la Llotja, confiscada en 1714 por Felipe V y convertida en un cuartel, un santuario de la represión. Cuando la Junta llega con el carro de la mudanza, el conde de Ricla —capitán general de Catalunya— se niega a desalojar a los militares si no le pagan un cuartel nuevo. ¿En compensación de qué? ¿Del comercio clandestino que ya se cobró Carlos III al romper la ley monopolista?

La culminación llegaría en 1851. Ya no reinaba Carlos III, sino su bisnieta Isabel II. Y el régimen borbónico ya no era absolutista, sino constitucional. Pero el liberal Juan Bravo Murillo, ministro de Hacienda, decretaba la usurpación del periatge, el impuesto que, históricamente, había cobrado el Consulat de Mar; y modernamente la Junta de Comerç en los productos que entraban a Catalunya a través de los puertos (un 2'88 % del valor de la mercancía). Y lo que es más importante, el impuesto que financiaba la Junta de Comerç y las escuelas profesionales de la Llotja. ¿Otra vez, en compensación de qué? ¿De las leyes proteccionistas que dictó Isabel II, con el propósito de engordar su hacienda?

 

Imagen principal: Representación de la visita de Fernando VII a la Llotja el año 1827, obra de Emili Casals / Fuente: MUHBA